¿Quién conspira?, por Teodoro Petkoff

El presidente se quejó nuevamente de que existe una campaña internacional para aislar a su gobierno. ¿Existe en verdad tal campaña? ¿No será más bien que se han dado algunas actuaciones de nuestro gobierno, tan dudosas, que no sólo levantan suspicacias entre nosotros mismos sino en algunos de nuestros vecinos? ¿No será que Chávez está pagando el precio de alguna torpe tentativa de «exportar» la «revolución»? Como en tantos otros casos, no sería extraño que Chávez haya vivido también la ilusión de que el continente estaba maduro para una ola revolucionaria de fondo y que su rol era el de servir de detonante para esa «ofensiva de los pueblos». Afortunadamente, parece que ya está de regreso de ese espejismo. El tono estridente y desafiante y el manejo imprudente de las relaciones con la guerrilla colombiana han sido sustituidos por una actitud sobria, que ha llegado, incluso, hasta el respaldo parcial al Plan Colombia. Los extraños contactos en Bolivia y Ecuador han cesado y el turbio contubernio con el fujimontesinismo arribó a su fin con la entrega del prófugo peruano. Pero fueron demasiados elementos juntos como para pensar que las «intrigas» de otros gobiernos no tenían ninguna base. El último episodio de esta cadena ha dejado demasiadas preguntas en el aire, y no sólo en Perú.
La actuación del gobierno, ya no sólo en los meses previos a la aparición de Montesinos sino después, es absolutamente capciosa. El total misterio en que están envueltos los acompañantes de Montesinos la noche en que fue «capturado» es sumamente llamativo. ¿Cómo es posible que la opinión pública, nacional e internacional, no haya sido informada de quiénes son estos sujetos, cuál fue su rol, a quién obedecían? ¿Cómo es posible que unos tipos cogidos in fraganti en la comisión de un delito (encubrimiento de una persona supuestamente perseguida por la policía venezolana) hayan sido dejados en libertad esa misma noche porque según Miquilena «no había de qué acusarlos»? ¿No debió haber sido un juez quien decidiera sobre la materia? ¿No era lógico presentarlos a los medios? ¿Por qué el diputado Pedro Carreño, el micrófono de Chávez, pudo entrar a la DIM esa misma noche y, según él mismo reveló, conversar con Montesinos? ¿Por qué tanto misterio con el sitio y la casa que servían de escondite al criminal peruano? No, presidente, hay demasiados cabos sueltos como para aceptar sin más su palabra. Una cosa es que el ministro Ketín Vidal haya actuado inamistosamente con nuestro país (confirmando con su actuación una información que TalCual diera hace semanas acerca de los nexos de ese señor con Montesinos), y otra muy distinta, que en tanto que ciudadanos de este país nos concierne mucho, el modo como se ha comportado el gobierno, dejando por todas partes huellas de una conducta poco clara.
Para colmo, cuando la Asamblea Nacional designa una comisión para investigar el caso, la conforma con puros diputados oficialistas. Esto no sólo es un abuso de poder sino una ingenua confesión de temor ante lo que pueda arrojar una investigación imparcialmente conducida. A todas luces, esa comisión tiene el rol de embrollar el asunto y convalidar las versiones gubernamentales y no el de contribuir a esclarecer el caso. Son demasiadas cosas juntas como para darle credibilidad a la teoría de la «conspiración internacional»