¡Quitale Mi Nombre a ese Plan!, por Teodoro Petkoff

El presidente afirmó en alguno de sus últimos discursos que no entendía cómo se podía armar un escándalo por «un bloque que se perdió» o «por dos o tres cosas no comprobadas» que aparecen en el Informe de la Contraloría sobre el Plan Bolívar 2000. Lo lamentamos mucho, señor presidente, pero fue bastante más que «un bloque» o «dos o tres cosas» lo que se perdió con el Billuyo 2000. TalCual está llevando adelante su propia investigación sobre los hechos que recoge la Contraloría. Nuestras periodistas fueron a buscar las ferreterías que habrían vendido materiales para el Plan. En la página 3 aparecen los primeros resultados. Una ferretería que supuestamente habría facturado al Plan Billuyo por casi 8 millones confirmó no haber hecho esas ventas. Otra, que supuestamente habría vendido 68 millones en materiales, sencillamente no existe. En la Cámara Ferretera no está registrada y no hay ninguna seña de ella. Tampoco la Contraloría encon-tró sus facturas. Apenas estamos comenzando, pero lo que ya hemos encontrado corrobora lo dicho por el organismo contralor. No es, pues, un ladrillito o un potecito de pintura o una brochita lo que se perdió. Fue mucho más que eso, señor presidente; fue la credibilidad de su propio discurso contra la corrupción lo que se evaporó. «Entre mis amigos y los principios me quedo con los principios», dijo en una oportunidad Hugo Chávez. ¿Cómo creerle ahora? ¿Cómo creerle de ahora en adelante a alguien que se empeña en reducir el alcance de estos gravísimos hechos? Ya los rayos y centellas contra la corrupción de los 40 años suenan más que huecos. Porque ya apareció la corrupción de estos dos años y a ella el Vengador de Todos los Agravios le saca el cuerpo, mete la cabeza en la arena. El águila orgullosa que no se ocupaba de las moscas, luce ahora como un avestruz, que sepultando la cabeza en la arena cree poder borrar la realidad que lo circunda.
Sin entrar a discutir la pertinencia de una doctrina «revolucionaria» que pretende buscar respuestas para la Venezuela de hoy en el pensamiento de la primera mitad del siglo antepasado, lo mayormente rescatable del ideario de Bolívar, Zamora y Simón Rodríguez, que es su carga ética y moral y su rotundo rechazo al delito contra los dineros públicos, yace bajo los escombros de todo lo que Hugo Chávez ha dicho. Desde que emprendió la defensa incondicional del Plan Bolívar, Chávez dinamitó los fundamentos de su proyecto político. Cuando los venezolanos oíamos a adecos y copeyanos mitineando contra la corrupción sabíamos que eso era pura paja, pero en 1998, tanto los que votaron por Chávez como los que no lo hicieron, esperaban que esta vez, por tratarse de lo que se intuía como una ruptura radical, la cosa iba en serio. La decepción es muy grande y está teniendo un efecto particularmente corrosivo sobre el gobierno. Chávez y José Vicente no tienen ni idea del grave daño que se han causado a sí mismos y a la «revolución». Pronto comenzarán a percibir las consecuencias de su inconsecuencia