Ramón J. Velásquez y Miguel Braceli, por Fernando Rodríguez
Autor: Fernando Rodríguez
Cinesa sigue cumpliendo con su noble e importante labor de testimoniar fílmicamente sobre la historia de Venezuela, sus grandes temas y personajes, Esta vez hemos visto en función privada Ramón J. Velásquez, testigo y actor. Sin duda la producción cumple a cabalidad su objetivo informativo y docente al darnos un perfil integral de ese meritorio venezolano que tanto y en tantos campos del quehacer nacional hizo aportes significativos.
Desde el historiador al primer capitán de la descentralización. Desde el creador de colecciones, bastante ciclópeas, con documentos imprescindibles para la comprensión de Venezuela hasta el relevo exitoso del peligroso vacío que deja la salida de Carlos Andrés Pérez de la Presidencia hasta el periodista permanente.
Pero en el fondo la película quiere hacer énfasis en el gran mediador que fue para mantener en vida la democracia venezolana, el “amigo de todos”, el de la intervención privada y decisiva para sosegar y conciliar tantas veces la dirigencia nacional. Y no es gratuito, es el venezolano que perdimos y que tenemos que volver a inventar en esta hora en que se nos deshace el país y que pareciera que no podemos evitarlo.
De resto la realización del documental es convencionalmente correcta, sin mayores méritos estéticos y con visibles limitaciones formales: excesiva repetición de figuras sintácticas (cortes de pantalla de fotos fijas, por ejemplo), entrevistas innecesarias, retórica y excesiva voz en off apologética, profusión de datos y poco centro temático…pero eso no menoscaba su validez didáctica y su asentamiento de información en imágenes ahora imperecederas.
Entiendo que sepuede ver ya en youtube, que lo trasmitirá un canal de televisión comercial y, por supuesto, hará el quijotesco camino de estas producciones de Cinesa por todos los lugares en que sea posible. Para bien de la salud espiritual del país, hoy tan dañada. Fue un placer ver convertirse nuestros dispersos recuerdos del distinguido venezolano en una coherente biografía.
Deben haber cuatro grandes galerías en Caracas, sin por eso menospreciar las más limitadas, a veces las más meritorias. Me refiero a las dos grandes de Las Mercedes, Freites y Ascaso, la TAC del Trasnocho y Espacio Monitor en Los Galpones.
En otros tiempos, ya lejanos, hablaríamos de museos, hoy en el purgatorio sino en el fuego eterno
Bueno la galería Espacio Monitor ha marcado un estilo propio inconfundible, mostrar las formas más audaces de las vanguardias actuales, tanto nacionales como internacionales, generalmente ya acreditadas internacionalmente. Esta función la cumple con un nivel de excelencia realmente encomiable.
Esta vez nos muestra la obra de un joven venezolano, Miguel Braceli, que desconocíamos, nosotros paseantes domingueros. Nos pareció sorprendente y realmente admirable. De entrada nos topamos con que todo el extenso espacio de la galería está lleno de objetos que no sabemos a cabalidad qué son en realidad, si su conjunto heteróclito es una obra o muchas o simplemente materiales para hacer obras de otra naturaleza. Posiblemente algo tengan de las tres posibilidades.
Pero todo ello va a converger en unos videos, expuestos en una gran pantalla, donde vemos con asombro como con esos materiales se hacen enormes intervenciones en lugares señalados: la plaza Caracas, un volcán costarricense, el mar eterno, zonas desérticas, el mar ausente de Bolivia…Se trata de intervenciones, de cruces entre la creación y la vida, de gran escala, que implica incluso la participación de muchas personas para su transporte y que terminan siendo alegorías desconcertantemente bellas. Esta especie de simbiosis entre arte y vida ha sido un camino ya muy trillado por el arte contemporáneo. Pero aquí sucede algo que nos parece importante: que todo se resuelve en el video, es decir en cine y en un estupendo cine, magníficamente mostrado en esa enorme pantalla.
En general estas intervenciones, necesariamente efímeras, hacen lo mismo. Pero hay como dos momentos, la obra propiamente y su asentamiento fílmico. Aquí no, la obra parece ser inaccesible por su ubicación y dimensiones al público y solo vemos cine, sobrecogedor cine abstracto. Que no podemos sino asociar a la vanguardia cinematográfica de los años veinte, esencialmente truncada, y hoy magníficamente revivida por este arquitecto y pintor y sobre todo cineasta. No hay que perdérsela.