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Sabana Grande era una fiesta, por Fernando Rodríguez



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Fernando Rodríguez | octubre 8, 2018

Correo: [email protected]


Este tema me lo sugirieron dos cosas: una caminata por el actual bulevar y un escrito privado de un amigo que al recordar la Sabana Grande del sesenta, donde vivía literalmente casi toda la bohemia artística y cultural de la ciudad, termina con la expresión: ¡eran tiempos felices!

Mi caminata por esas calles que yo, y tantos, amamos sobremanera me produjo esta vez una particular depresión: negocios muertos o agónicos; tascas y bares, los que sobreviven, deteriorados y vacíos; unos absurdos letreros que identifican los comercios uniformados, y ya no aquella alegre incoherencia anterior, que suelen sugerir la peor tristeza socialista; unas esculturas, malas y no tanto, que no aportan nada.

Me salto la basura almacenada, los mendigos, el silencio reinante a media mañana…no hay que explicar mucho, es lo que ha pasado con todo el país en manos de verdugos sistemáticos. Fue algo así como visitar a un amigo en terapia intensiva, en el preludio de su viaje.

Y sí fue durante muchos años, entre otras cosas, el territorio de la inteligencia y el arte venezolano. Y me limito a una mera alusión los sesenta y primeros setenta de mi juventud. Es un tema para un librote no escrito, ciertamente importante, para un cronista ilustrado y sagaz, no para una nota volandera. Sí, a pesar de que fue un período violento, el de la izquierda enguerrillada, que justamente se perdió básicamente por no haber podido transgredir los estrechos límites de intelectuales y universitarios, jóvenes citadinos. Lo cual planteaba la otra cara de esa felicidad que mi amigo evoca.

Ella nos planteaba culpas, solidaridades, dolores, dramatismo. Una cierta tristeza porque era casi de entrada una derrota, como dice indirectamente el famoso poema de Rafael Cadenas. Y Ángel Rama vio en lo mucho y muy importante que se hacía entonces, una especie de réplica solidaria de los guerrilleros y sus soledades y caminos sin salidas, en especial en el más emblemático de los grupos del momento, El techo de la ballena.

Pero se trata de la otra cara de la moneda. Esa bohemia pobre, de cervezas y si acaso ron, dio lugar una verdadera comunidad creativa. E ir a Sabana Grande era para muchos el más natural de sus andares. Y allí estaban sin demasiados preavisos los más destacados y los ascendentes y los más limitados honrando a Baco y las deidades de la noche (y de mediodía en adelante).

Fue una generación que bebió mucho, tanto que se bebió su cuota y las de los anteriores y posteriores artistas, mucho más sobrios y cívicos. Básicamente era una época de poetas y pintores. Lo cual es curioso porque se supone que otras formas como la narrativa o el ensayo eran más aptas para el dilemático y conflictivo momento que se vivía. Al final vino universal y arrolladoramente la música y entre nosotros también los ensayistas que trataron de explicar la derrota que presagió el poeta y las divisiones innúmeras de la izquierda.

Pero ese sentido de comunidad, de aventura intelectual compartida, de solidaridad, de marginalidad, de rebeldía, nos dio fuerza y dicha. Era la naturaleza última de esa felicidad aludida, de esa extrema condición del artista como ciudadano de otra República, con otra moral y otros estilos de vida, de romanticismo y agrego surrealismo. Cultura alternativa dicen los culturólogos, marginal a las instituciones del Estado y, por supuesto, a la empresa privada, al menos en su primera y más ferviente etapa.

Alguien debería, ¿es tarde?, escribir incluso la historia de esos bares que se hacían míticos e inolvidables. Siempre he dicho que quien descubrió esa Sabana Grande fue Ludovico Silva, quien llegaba de Europa y comenzó a escribir de tabernas y callejuelas de la comarca , como los que había conocido en Madrid y en París, poblados de seres extraordinarios y atmósferas misteriosas, en su columna de Clarín. Pero no fue sino un inicio sin continuación de esa crónica de la fiesta interminable que aludimos.

Una tarea por hacer, que ya no contará con demasiados testigos. Sería una aventura interesante, porque me da la sensación que en esta ciudad devastada ya no hay lugares donde los cultores de la belleza y el saber puedan compartir sus proyectos y soledades. ¿O sí hay y soy yo el que ya no se ubica en una ciudad que ya no se parece a la de sus mocedades? Mucho menos en las de sus verdugos actuales.

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CaracasFernando RodríguezSabana Grande


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