Samba en Honduras, por Teodoro Petkoff
Tal como están las cosas en Honduras, en este momento lo que más importa es mirar hacia delante: ¿cómo se va a salir de este embrollo? La presencia de Zelaya en su propio país plantea la única opción no traumática en este momento: la aceptación por las partes del Acuerdo de San José, es decir, del Plan Arias. Es difícil, pero no imposible, si es que se quiere evitar una escalada violenta, nada improbable en estas circunstancias, con consecuencias impredecibles.
La restitución de Zelaya en la presidencia, la realización de las elecciones tal como están pautadas y sin la inefable «cuarta urna», o sea, sin referéndum sobre la convocatoria de una Constituyente, y la entrega del mando por Zelaya, al término de su mandato, en enero próximo.
En eso, en resumen, consiste el Plan Arias. Parecía muerto y hete aquí que revive, con el retorno de Zelaya, quien, además, declara estar dispuesto a suscribirlo, colocando así el balón en la cancha adversaria, la cual, por lo pronto, rechaza cualquier salida que incluya la vuelta al cargo del presidente depuesto.
En este caso, ¿cuál sería la alternativa? ¿Zelaya encerrado en la embajada de Brasil quién sabe hasta cuándo, mientras en la calle, en la cual no es huérfano, sube la tensión, se expande la violencia y con ella la represión, para dejar aún más aislado internacionalmente al gobierno de facto y sin que se sepa cómo terminaría ese round? Los golpistas hondureños, que ya dieron suficientes muestras de falta de seso con el defenestramiento de Zelaya cuando tenían todas las posibilidades de procesar el asunto por vía institucional, la cual estaba completamente a favor, darían una demostración adicional de carencia de sindéresis si cierran ahora la puerta a una solución política.
Parece evidente que el asunto ha sido tomado en sus manos por los dos gigantes del hemisferio, Estados Unidos y Brasil.
Todos los que querían que el gobierno gringo metiera sus manos han sido complacidos, pero deben tener algunos sentimientos encontrados, porque fueron dejados como la guayabera. Fuera del juego.
El discurso patético y bolsiclón de Chaderton en la OEA era el reclamo plañidero de quien ni siquiera fue consultado para la redacción de la resolución del organismo. Más aún, el comportamiento de la OEA y del propio Insulza ha estado a años luz de la actitud de perdonavidas que asumieron cuando estalló la crisis. Se nota que entre Itamaraty y el Departamento de Estado amarraron a sus locos.
Chávez, siempre robando cámara, simulaba, risiblemente, que estaba en el ajo, mientras su embajador ante la OEA se encargaba de dejarlo en evidencia. Pero Brasil le debe algunas explicaciones al mundo. Su conducta se parece demasiado al abuso.
A todas estas, adquiere pertinencia absoluta la pregunta que hacía Simón Alberto Consalvi en su columna del domingo pasado en El Nacional: ¿sería igual el comportamiento de la comunidad internacional si el escenario de la crisis en lugar de un país pobre, pequeño y sin commodities caras, como Honduras, lo hubiera sido un país grande y con petróleo, por ejemplo?