Sanciones y lecciones, por Laureano Márquez
Vamos a ver: pretenden hacernos creer que la humanidad entera, a excepción de esos modelos de democracia y libertad que son Nicaragua, Bolivia, China y Rusia, se han puesto en nuestra contra. El planeta Tierra entero, representado por la ONU, la OEA y la Unión Europea, no soporta nuestros logros, nuestros evidentes éxitos en todos los terrenos de eso que se llama construir una nación próspera. Pretenden hacernos creer también que las sanciones son contra el pueblo de Venezuela, cuando las mismas son por violación a los derechos humanos, corrupción y otros delitos de diversa naturaleza realizados por personas sancionadas con nombre y apellido. Las sanciones económicas, que son las que verdaderamente podrían afectar a la gente, son inútiles ya: Venezuela ha destruido su propia economía. Según el régimen, pues, estas sanciones esconden la profunda envidia que nos tienen. Venezuela sería -según los voceros oficiales- la democracia más perfecta del mundo y nosotros tenemos muchas lecciones que dar a esos países que hoy “nos castigan”. Efectivamente, aquí van cinco de esas lecciones:
Lección 1: La frase “hemos tocado fondo” es una falacia. Los países pueden caer infinitamente y el único límite es la destrucción total, como hicieron los romanos con Cartago, que fue derruida hasta los cimientos y luego Escipión ordenó que se arara el terreno 17 veces y se sembrará con sal. Gracias a Dios, en Venezuela el régimen acabó con los repuestos para los arados y la sal tampoco se consigue.
Lección 2: Ninguna nación es tan fuerte, tan rica o tan organizada como para creer que algo similar no puede sucederle. Los venezolanos, en 1999, decíamos con una mezcla de pedantería y fe en nuestras endebles instituciones: “Venezuela no es Cuba” y ya ven, hace rato que dejamos a Cuba atrás en nuestro avance hacia el abismo. De hecho hay venezolanos emigrando a Cuba, porque “al menos allí no te matan”.
Lección 3: La democracia es un sistema que es, a la vez, el más fuerte y el más débil que el hombre se ha inventado. Es el más fuerte porque permite el ejercicio de las potencialidades de la libertad humana como nunca antes conoció la historia. Es débil porque, por su propia lógica interna, por lealtad a sus principios, no puede frenar (o se le hace muy difícil detener) la acción destructora de sus enemigos. Con los votos de las mayorías se puede también destruir la democracia. Venezuela es el ejemplo.
Lección 4: Cuando un sector de la población, un partido político o un gobernante decide saltarse las normas democráticamente establecidas y se apoya para ello en el resentimiento, que puede ser real, producto de injusticias largamente sostenidas, inoculado artificialmente o una mezcla de ambos, encontrará siempre justificación y apoyo popular con el voto (y a veces institucional). En política, el consentimiento de la violación a la ley trae graves consecuencias. En Venezuela, en el primer día de gobierno, Chávez asumió su cargo prestando un juramento írrito y unas horas más tarde materializaba su primera violación a la Constitución que acababa de despreciar convocando una Asamblea Constituyente no prevista en el ordenamiento constitucional. Salvo un pequeño grupo de abogados y politólogos que solicitamos la nulidad del acto en la entonces Corte Suprema de Justicia, la gran mayoría miró hacia otro lado y cohonestó (o codeshonestó) la violación a la Constitución.
Lección 5: Pocas cosas hay en la historia más peligrosas que un caudillo. Con justicia decía Augusto Mijares en Los adolescentes: “Cuando nos damos cuenta de que el que parecía un héroe es simplemente un criminal ya lo tenemos en la propia Presidencia de la República” y entonces sí que se hace verdaderamente difícil su remoción. Ejemplos de la veracidad de esta afirmación sobran en la historia.
Cierto es que la democracia venezolana había acumulado fallas, pero el “superhombre” que vino en su rescate, la destruyó hasta sus cimientos, como a Cartago “que con fuego y con sal borró el latino”, como diría Borges (Jorge Luis, por si acaso).