Secretos de mi herencia croata, por Miro Popic
Ahora que Croacia está de moda, gracias al fútbol, puedo contar algunas situaciones que me ha tocado vivir a los largo de mis ya muchos años yendo de un lado a otro. Muchos me conocen por mi nombre, Miro Popić, y créanme, no es un seudónimo, así me llamo y me llaman. Ha sido esta la mejor manera de presentarme al iniciar cualquier conversación, para simplificar las cosas. Me han dicho de todo. Desde, por ejemplo, ¿su nombre? Miro Popic. Ah, Mary Poppins, hasta preguntarle a mis hijos sin eran hijos del payaso Poppy. No señorita, es Miro Popić. Ah, bien, señor Miró, ojalá recordándoles al pintor español ante la imposibilidad de creer que alguien pueda tener nombre de verbo. ¿Popik me dijo? No, Popic, p-o-p-i-c, con acento en la c y se pronuncia como si fuera ch. Ah, no, escríbalo usted mismo. Imagínense lo que hubiera pasado si de una vez les digo mi nombre completo, tal como está en mi cédula venezolana: Miroslav Zvonimir Popic Pastene.
Durante muchos años recriminé en silencio a mi padre por haberme bautizado así, Miroslav, no porque fuera tan largo, poco práctico y enrevesado, sino porque en el colegio cada vez que lo mencionaba se burlaban de mi, llamándome Miroslaaaava, Miroslaaaava, Miroslaaava, aludiendo al nombre de una famosa actriz mexicana de mediados del siglo pasado. Como el bulling nace generalmente de la ignorancia, me consolaba la certeza de saber que se trata de un nombre propio masculino de origen eslavo, por lo que los equivocados eran ellos. Deberían burlarse de la actriz por tener nombre de varón. Tuvieron que pasar muchos años antes de que lograra reconciliarme con mi nombre y con mi padre por esa fe de bautismo que hoy me enorgullece. La luz llegó en la escuela de comunicación social de la Universidad Central de Venezuela, en una clase de teoría de la comunicación de Adolfo Herrera.
Adolfo, con su enorme tamaño, su bigote y esa voz pausada que lo caracterizaba, nos entretuvo hablándonos de lo que los nombres podían decir de nosotros y ahí cambió mi percepción del mundo y de mi mismo para siempre. Entonces, solo entonces, indagué sobre los origines de mi apelativo y me enteré, finalmente, de que significaba paz, por lo que podía ser interpretado como el hombre que trae la paz. No podía ser de otra manera. Vine al mundo en plena segunda guerra mundial, con la tierra natal de mi padre invadida por el nazismo hitleriano y el fascismo musoliniano, poco antes de que se convirtiera al comunismo en la Yugoslavia de Tito y sus partisanos. Como ven, los ismos me persiguen.
Miroslav, el hombre que trae la paz. Debe decirse Míroslav, por esa manía de los eslavos de hablar en esdrújulas. Cómo debe haber ansiado la paz mi padre para bautizar a su hijo con ese nombre, Miroslav, en una tierra donde nadie hablaba croata y el español no aceptaba sino nombres de santos. Lo de Popić, así, con tilde en la c, tiene también su propio historia. La mayoría de los apellidos provienen de los oficios y, en el caso del español, está ez, para identificar aquellos de donde proceden, Fernández hijo de Fernando, Martínez hijo de Martín, etc. En croata ese sufijo es ić, originado en el sufijo genitivo romano ici, por lo que se pronuncia ich y se escribe ić. Lo de Popić viene de pope, cura, sacerdote, padre, por lo que, interpretado a mi manera, vendría a ser el hijo del cura. Imagínense entonces si me preguntan ¿cuál es su nombre? Bueno señor, Míroslav Popić, el hombre que trae la paz hijo del cura. Pero puede llamarme Miro Popich o Meri Poppins si usted quiere, yo sigo siendo el mismo Miriiiito, como me llamaba mi madre, hijo de Roko, que no era cura, y continuo luchando por traer la paz al mundo, para cumplir con mi nombre. Especialmente en Venezuela.