Sobremiseria, por Teodoro Petkoff
Mientras entra la mocha, la pobreza extrema creció 3%
El 20,3% de la población se encuentra en estado de «pobreza extrema», según informa la OCEI (Oficina Central de Estadística e Informática). Pobreza extrema es aquella en la cual no se cuenta con «los recursos financieros para cubrir las necesidades de alimentación y servicios básicos». En este estado se hallan 1.035.109 familias venezolanas, lo cual, si se estima en cinco los miembros de cada una de ellas, significa que un poco más de 5 millones de personas viven en las atroces condiciones de la pobreza extrema o miseria. Por cierto que en este mismo informe la OCEI desbarata ese mito del «80% de pobreza» que tanto se repite, al señalar que la pobreza cubre al 44% de la población, cifra suficientemente espantosa como para que sea necesario exagerarla hasta ese absurdo 80%, del cual la mera observación empírica del entorno en el cual vivimos revela lo inconsistente que es.
La OCEI informa también que el porcentaje de pobreza extrema subió en 3% entre 1999 y 2000, de 17,7 a 20,7%, lo cual entraña que 153 mil familias adicionales cayeron en ese abismo de la miseria. Es lógico que así haya sido después del brutal bajón de la economía en 1999, cuando cayó en un poco más de 7%. La caída de los precios del petróleo ese año, sumada a la reducción de la producción de crudo y al severo ajuste fiscal, junto a la movida escena política de ese año, produjeron aquel derrumbe, que lógicamente golpeó de lleno sobre los sectores más pobres, agravando la situación de los más vulnerables e incrementando la pobreza extrema. Esa situación no pudo ser revertida con la levísima recuperación del año 2000, puesto que ella (3% apenas de crecimiento) se produjo en sectores de escasa capacidad empleadora, de modo que el desempleo, factor principalísimo de empobrecimiento, no disminuyó casi nada, si nos atenemos a las cifras de la propia OCEI. Mucho llama la atención que en un año de tan enorme ingreso petrolero y de gran expansión del gasto público, el efecto sobre la economía haya sido tan reducido.
En este sentido, no tiene por qué extrañar la hirviente conflictividad social de que está preñada la sociedad venezolana. Lo del día de ayer en la capital es sintomático. Protestas por todas partes, cada una de ellas dando cuenta de alguna particular arista del drama cotidiano de los pobres: escuelas y liceos en mal estado, niños asesinados en los barrios, motorizados matraqueados por la policía, buhoneros en conflicto. Por todas partes la pobreza asoma su fea cara, para recordarnos a todos, pero sobre todo al gobierno, que el tiempo se acaba y que las campanas ya están doblando por la «revolución».