¿Socialismo o sociabismo?, por Teodoro Petkoff
Cualquier debate serio sobre el socialismo no puede hacerse como si estuviéramos en el siglo XIX, cuando no se había dado ninguna experiencia concreta de aquel en ninguna parte. Ahora no. Es imposible, en este amanecer del siglo XXI, hablar de socialismo haciendo abstracción de lo que en nombre de éste fue adelantado a lo largo del siglo XX.
¿Qué lecciones nos arroja la historia? Por un lado, en el antiguo imperio zarista ruso, la práctica leninianostalinista hizo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas un monstruoso aborto de la historia, que terminó hundiéndose víctima de sus contradicciones —en irónica contrapartida del inefable “hundimiento del capitalismo”, que en algún breve momento Marx mismo llegó a plantearse como posibilidad. También en China, la práctica maoísta condujo a otro “museo de horrores” y casi al colapso del país, en tanto que en Cuba, la práctica fidelista ha dado como resultado una sociedad enferma, moralmente trastornada, social y económicamente arruinada y férreamente sometida durante medio siglo a la voluntad de su todopoderoso “comandante en jefe”.
Los tres casos, a los cuales hay que sumar todos los que le fueron afines, condujeron a la bancarrota económica y al empobrecimiento social, a la tiranía y al totalitarismo.
Las viejas contradicciones sociales fueron sustituidas por nuevas contradicciones sociales. La nomenklatura ocupó el espacio de la burguesía y de los terratenientes, en tanto que obreros y campesinos pasaron a ser vasallos del Estado, tan explotados como siempre. Nuevos privilegios y abusos de poder ocuparon el lugar de los antiguos; nuevas desigualdades sustituyeron a las que se pretendió superar; la chatura y la pobreza cultural se hicieron proverbiales y el deporte fue transformado en un peculiar sucedáneo del “opio del pueblo” que Marx veía en la religión, sustituida esta, además, por su versión laica, el marxismo-leninismo.
Todo esto sustentado por aparatos policíacos y militares que hicieron del terror el eje de la política interna en cada uno de esos países, anulando derechos humanos y conquistas democráticas que eran producto del secular proceso civilizatorio de la humanidad, así como de las luchas populares.
El balance global de estos modelos se cuenta entre las más grandes tragedias de un siglo como el pasado, que fue particularmente pródigo en ellas.
Por otro lado, también en nombre del socialismo, hemos conocido las experiencias de reformismo avanzado de la socialdemocracia, en particular en Europa, que si bien no han “volteado la tortilla” sí han aportado importantes avances, cada vez más altos, en la calidad de vida material y espiritual de toda la sociedad, ampliando y profundizando la democracia y con ella el poder de decisión de los trabajadores y de los humildes en general. No tuvieron ni tienen el romántico atractivo de las aventuras revolucionarias, pero cuando se comparan sus logros con los alcanzados por sus “hermanos-enemigos” bolcheviques, maoístas o fidelistas viene a la memoria la genial paradoja de Bertolt Brecht: felices los pueblos que no tienen héroes.
La sombra de ambas experiencias históricas planea sobre quienes en este siglo XXI se ocupan de estos temas. ¿Lo que estamos viviendo en Venezuela hacia cuál de estas versiones podría estarse orientando?