Somos rehenes, por Ariadna García
El mundo todavía se pregunta, no entiende lo que ocurre en Venezuela. La comisionada de DDHH de la ONU, Michelle Bachelet, calificó este martes de “presunta” una detención que a los venezolanos nos saca lágrimas, la del periodista Luis Carlos Díaz, esa que desde el 11 de marzo es denunciada por organizaciones como Provea, Espacio Público, IPYS Venezuela, SNTP y otras 60 más. Si para una defensora de derechos esto está en duda, imagínense para el resto, que nada tiene que ver con pelearse la vida por otros. Qué más pruebas necesita el mundo para reconocer que en Venezuela se cometen crímenes de lesa humanidad ¿Qué más necesitan para estar seguros de que aquí hay rehenes y no ciudadanos? ¿Qué más?
Ni siquiera 76 horas, 100 horas de incomunicación les disipa las dudas. Hago mención a la interrupción del servicio eléctrico que apagó las pocas luces que quedaban encendidas en Venezuela el 7 de marzo de 2019. El hecho nos dejó completamente incomunicados. A las 4:50 de la tarde de ese día, la luz se fue y con ella la señal en nuestros celulares. En unos segundos que logré tener las barritas que muestran la conectividad, a eso de las 7:00 de la noche, le envié un mensaje a mi mamá: se fue la luz, estoy bien. Bendición. El mensaje jamás fue respondido.
Transcurrieron 76 horas desde que envié esa frase –… estoy bien-. En mi casa la luz jamás llegó, hasta el lunes 11 de marzo a las 12:20 am. Los días anteriores logré tener batería en el teléfono, la cargué en casa de una amiga donde la electricidad sí llegó por unas horas, también en algunos automóviles.
En dos puntos de la ciudad, Movistar tenía señal, allí pude enviar reportes que había hecho y marcaba al número de mi madre, quien vive en el interior del país. Las llamadas no cayeron ni una sola vez, me resigné a pensar que mi familia estaba bien, que tendrían comida, al menos
Los días los aproveché para trabajar, grababa lo más que podía, el periodismo se volvió una antorcha enorme y fuerte que me empujaba a salir y registrar lo que sucedía en Caracas. Vi familiares en el Clínico desesperados por hacerle una tomografía, en algún centro privado, a sus enfermos porque allí no funcionaba el equipo, manifestaban que no había comida en el hospital, así que, insumos médicos y alimentos corrían por cuenta de ellos.
En la autopista Prados del Este las personas se agolpaban a un costado, donde supuestamente caía señal en los celulares, allí observé a una mujer con la cabeza agachada, con angustia, recibiendo una llamada. Me recordó esa escena de desastres donde nadie sabe si su gente está viva, pero esa era mi propia escena, la que revivía cada vez que le marcaba a mi mamá y el teléfono no era contestado.
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Los comercios perdían mercancía, remataron lo perecedero. Jóvenes cargaban con troncos para hacer fogatas. Los vecinos hacían velas con gasoil, se reunían en la noche para que las horas pasaran más rápido. Todo esto en pleno siglo XXI, donde las redes sociales muestran en tiempo real lo que ocurre en cualquier parte, pero donde todavía la gente se pregunta ¿Qué es lo que pasa en Venezuela? ¿Me falta un tantito más para entender? ¿Cuántas horas más quiere? ¿Cuántas vidas más? Al menos pídanlo y nos hablamos con la verdad.
Algo espontáneo ocurrió en esos días, en una notita comencé a registrar las horas que llevaba sin luz. Quedó de esta manera guardada en mi celular:
10:26 pm apagué el teléfono y aún no había luz. Es 7 de marzo.
6:50 am 49 horas sin luz. La gente busca señal en la autopista Prados del Este. Es 9 de marzo.
5:50 pm llevamos 60 horas sin luz en mi casa en Caracas. Es 9 de marzo.
4:50 pm se cumplen 72 horas sin luz en Venezuela. Es 10 de marzo.
El 11 de marzo a eso de las 12:30 am, ya con electricidad, llamé a mi padre, con él tampoco hablaba desde el 7 de marzo. Atendió asustado, le dije que estaba bien. Finalmente el lunes a las 6 de la tarde entró una llamada de mi mamá. Nos hablamos conmovidas como si fuera la primera vez que ella escuchaba mi voz y yo la de ella. Mamá me narró cómo habían transcurrido sus días sin luz en el interior. Dijo: “empecé a escribir hija. En una hoja anotaba los días, es que sentía mucha soledad”.
Ambas, ella a unas cuantas horas de distancia y yo en Caracas le llevábamos el pulso a nuestro cautiverio de la oscuridad. Cuando era niña y veía las películas sobre el Holocausto, los documentales, las fotografías, siempre me quedó la sensación de que eso estaba lejos de nosotros, que cualquier hombre y mujer en la tierra condenaría un horror similar, pensé que todos, sin excepción, repudiaríamos que se consolidaran dictaduras, que se cometieran crueldades contra cualquier individuo. Me equivoqué. Hoy mi país danza entre la barbarie y la ruina. Hoy somos nosotros quienes escribimos en libreticas los días, las horas, los segundos.
Hoy soy yo misma quien mordió esa galleta de chocolate el domingo en la cama, como si fuera la última, hoy soy yo quien escucha a su madre con susurros de auxilio, hoy soy yo quien envía esta nota apresurada porque sabe que puede quedarse a oscuras otra vez
Otra vez.
Libertad para ti Luis Carlos y para todos.
* Este artículo se escribió antes de que se produjera la liberación del periodista Luis Carlos Díaz. La noche del 12 de marzo se conoció que quedaba en libertad bajo medidas cautelares, que incluyen no declarar sobre su caso, régimen de presentación cada ocho días y prohibición de salida del país.