Teodoro como gastrónomo, por Miro Popic
Los que lo conocimos, sabemos que Teodoro nunca se preocupó por la comida, por lo que comía. Además, era abstemio. Se preocupaba por los que no tenían qué comer, que en nuestro país son muchos. Esa fue siempre su lucha. Pero de su dieta, ni hablar.
Por eso me sorprendió cuando fui invitado a escribir en TalCual como columnista culinario, hecho que consideré un honor y que acepté de inmediato sin preguntar cuánto, y que, desde entonces, he tratado de cumplir con disciplina y humildad. Nunca le pregunté sobre mis escritos que, como los seguían publicando, deben haber estado ajustados a los propósitos editoriales del periódico.
Mi sorpresa vino cuando le solicité una introducción al libro que estaba preparando con una selección de mis columnas y aceptó hacerlo luego de pensarlo. Todos sabemos lo que pensaba Teodoro de la política. Esto es lo que pensaba de la gastronomía:
“Así como monsieur Jourdain escribía en prosa sin saberlo, yo como, algunos dicen que mucho, no sólo sin saber cocinar sino sin tener capacidad alguna de disertar sobre la comida. Para colmo de males, soy abstemio. De manera que aunque espero, al menos así me lo sugiere el paladar, tener cierta posibilidad de discernir entre lo bueno y lo malo, seguramente mi cerebro no llega a racionalizar el lenguaje de mi aparato digestivo. Esto que ahora digo lo digo porque tuve que ponerme un buen tiempo a pensar si complacía la gentil solicitud de mi amigo Miro Popic para que le prologara estas páginas que han venido saliendo semanalmente en TalCual.
Pues bien, un solo argumento me convenció: son casi las únicas crónicas que he leído de gastronomía y afines. Tan radical postura se debe seguramente a que tengo una edad que pone mis años de aprendizaje -¿terminan alguna vez?- en tiempos en que las artes de los fogones eran más propias de damas y damiselas y, seguramente, porque mis héroes rojos de juventud, bravíos y espartanos, debían considerar tales saberes como cosas de palacios y banqueros e industriales. Clases explotadoras, pues. Y cuando uno pierde el hilo de una de esas sabidurías milenarias termina por conformarse con su ignorancia que, por lo demás y como hemos dicho, no impide lo sustantivo de su carnal disfrute.
Claro que empecé a leer esas crónicas por deber de director del diario, un poco remolón ante un tema poco habitual en mis correrías periodísticas. Pensé, en síntesis, que sólo sensibilidades y erudiciones doctas de algunos lectores, con algunos cobres por supuesto, disfrutarían el sofisticado plato. Grandes amigos y amigas, varios de ellos, también es verdad. Pero hete aquí que las cosas resultaron muy diferentes a lo que esperaba. Primero, Miro no habla como un sacerdote de una linajuda ciencia sino como un señor que simplemente le encanta hincar el diente y que alguna vez cayó en cuenta de que había maneras de multiplicar los deleites de su paladar goloso y que es realmente muy sabroso conversar en las cocinas mientras olores y sabores agudizan el ingenio, le ponen acertijos interesantísimos al lúdico artesano, o artista, no lo dudo, y nos hacen más deleitosa las calorías necesaria y enjundiosa la mesa y la sobremesa. Y Miro no quiere otros títulos ni laureles. Digamos que es un gastrónomo democrático y que no confunde los medios con los fines.
Otra cosa que aprendí es que si comer es un acto ontológica y biológicamente primordial, era un estupendo camino para reconstruir civilizaciones, hechos históricos, pasajes novelescos, viajes, anécdotas preciosas y otras actividades que ese ser que come tres veces al día no puede desligar de éstas. Y como Miro es un hombre que además de comer lee que da gusto, y sabe que nada de lo humano es aislado, sazona sus crónicas con todos esos aperitivos o bajativos. De manera que eso me fue sumando a sus lectores, que no necesariamente dirigen periódicos. Pero más allá de todo eso me encanta su humor y, vaya, su manera de mezcla con la mayor destreza un manjar con la última estupidez que dijo un alto funcionario o las paradojas dadaístas que tratamos de comprender cada día en este país de Jauja. De manera que no se puede pedir un menú más variado y apetitoso. Así pasó a ser de mis lecturas semanales obligatorias y por ahí me sorprendo en alguna cena exhibiendo una sabia sentencia sobre un plato, lo que hace que mi esposa me mire muy extrañada. Todo eso se lo debo a este Popić, hombre de recetas, divagaciones encantadoras, ingenio y fina pluma. Le agradezco haberme ampliado el mundo».
Nosotros debemos agradecerle el habernos ampliado el conocimiento del mundo político y señalarnos el camino que aún nos queda por transitar. Seguimos adelante. Nos veremos.