Teodoro: el adiós a un maestro, por Alonso Moleiro
Si alguien está dejando demostrado que la política no es sólo un asunto de votos, que no es necesario pretender ser popular en todas las encrucijadas que coloca la vida, y que el éxito no es una meta que se explique por sí misma, ese ha sido Teodoro Petkoff.
Teodoro cierra su ciclo vital dejando un pozo sin fondo en materia de referentes orientadores para la Oposición venezolana, y concretando, al mismo tiempo, un sorprendente y merecido aplauso en la escena internacional, que tocan una cota que pocos políticos venezolanos han alcanzado. Ha incluido, entre otros varios, a la revista Letras Libres y a Enrique Krauze; a Sergio Ramírez, Michael Reid, Luis Almagro, Ibsen Martínez, Plinio Apuleyo Mendoza, Felipe González, Alberto Barrera Tyszka; y a los rotativos El País, Semana, The Miami Herald, El Espectador, The Washington Post y The New York Times. No fueron los votos, ni fueron las masas: fue aquello que John F. Kennedy llamó el “perfil de coraje”.
Los cuidados con Teodoro han incluido al propio chavismo, corriente que cuestionara sin cuartel, que jamás le tuvo ninguna simpatía, y que incluyeron al propio Hugo Chávez. El dirigente barinés sabía a quién tenía frente a sí, y aunque varias veces maniobró para tenderle celadas judiciales o castigarlo con onerosas multas por su actitud irreverente, nunca se atrevió a confrontarlo en el terreno ideológico, ni a cruzarse con él abiertamente en el campo minado de los adjetivos. Esa es la verdad.
Ambas personalidades estaban encarnando, después de todo, caminos opuestos para la dirección de la izquierda venezolana. Con la fundación del MAS, que fue precedida de un fértil debate en el terreno conceptual, Teodoro sentaba jurisprudencia en el campo del progresismo luego de los trágicos tiempos del Che Guevara. Aquellos ecos dejaron un recado claro en el debate latinoamericano. El camino para llegar al poder hay que empedrarlo de votos; la violencia guerrillera constituyó una grave equivocación; la influencia de Fidel Castro no es necesaria, ni deseable; el pluripartidismo, la alternancia en el poder y la objeción de conciencia no son adornos del pensamiento burgués, sino conquistas de la humanidad. Además de la justicia, tenemos que pensar en la libertad.
Chávez, por el contrario, entró la escena nacional reivindicando los años de la guerrilla y entablando una alianza estratégica con Fidel Castro para desplumar a la democracia desde las alturas del poder. Teodoro ha sido un símbolo del reformismo. Chávez, el ícono de la ortodoxia radical.
A diferencia de casi todos los políticos venezolanos de esta hora, era Petkoff un excelente lector, un dirigente que galvanizaba sus posiciones como resultado de un exigente ejercicio intelectual. Una navegación en la cual el objetivo final era arribar a la verdad, sin concesiones ni autoindulgencias, y sin pagarle tributo al dimensión religiosa y shamánica de la política. Eso le allanó el camino para producir varias obras que están destinadas a convertirse en clásicos del pensamiento político venezolano.
Podemos incluir acá, entre otros varios, “Checoslovaquia, el socialismo como problema”, su primer libro, publicado en 1968, volumen que fuera reeditado en los años de la Perestroika, y en el que se avizora, 20 años antes de que se concretara, la inviabilidad del socialismo real y la dimensión fallida de la Unión Soviética. “Proceso a la Izquierda”, de 1974, en el cual se enjuicia con dureza el saldo de los años en la guerrilla y queda consolidada la tesis del camino electoral para la toma del poder. “Del Optimismo de la Voluntad”, con nuevos dardos para la tiranía soviética y las modalidades de dominación política del comunismo, y con nuevas ideas para fortalecer el proyecto democrático del MAS.
*Lea también: Teodoro, por Laureano Márquez
Por qué hago lo que hago, el libro en el cual Petkoff interpreta los desafíos de la modernidad luego del fin del comunismo, fundamenta algunos mandatos ineludibles de la economía de mercado y justifica su presencia en el Ministerio de Cordiplan; y Dos Izquierdas, una entrega en el cual se toma una distancia del ideario caudillista y tribal de aquella izquierda que, como tanto le gustaba afirmar “ni olvida ni aprende”, para plantar las banderas del progresismo reformista dentro del campo de la socialdemocracia global.
Con el nuevo milenio, Teodoro interpretó con enorme acierto cuál podría ser su nuevo papel en el debate público, y abandonó la política partidista para fundar, ayudado por varios empresarios que le tendieron la mano para tal fin, el rotativo TalCual. Un proyecto editorial que no se ha cansado de señalar la máculas y desafueros del chavismo, y que ha desarrollado una línea editorial crítica, razonable, progresista, independiente de cualquier otro centro de poder, y comprometida únicamente con el país y el interés general.
Fue el propio Petkoff el que alentó a los periodistas de TalCual para que organizaran su sindicato, con el objeto de convenir sueldos razonables con la empresa. Su carácter cascarrabias, que en ocasiones a él mismo le hacía reír, no le impidió ser objeto de la admiración, el cariño y el agradecimiento de prácticamente todos los colegas que tuvieron la suerte de trabajar con él. Teodoro terminó convertido, también, en el maestro de muchos de ellos.
El país no sólo ha perdido a unos de sus intelectuales más completos y a uno de sus políticos más sobresalientes. Ha perdido a un gran ser humano y un gran ciudadano. Una personalidad dotada y especial. Un gigante de la decencia, palabra que el chavismo de esta hora ha colocado en una grave crisis; a un apasionado de la verdad, la rectitud y la honestidad en el proceder. Un sujeto dotado de una enorme nobleza; sin dobles raseros; sin rencores marchitos; sin nada qué esconder, con un sobresaliente sentido de las proporciones y la justicia. Un gigante que nos reconcilia con la venezolanidad, en esta hora en la que gobiernan figurines enanizados con precio; políticos portátiles; magistrados analfabetas y militares sin compromiso hacia la causa nacional.
No son demasiadas las personas que hemos acompañado para admirar toda la vida. Con la luz que nos prestó Teodoro, pudimos llegar a donde solos, probablemente, no habríamos podido llegar.