Trumpismo salvaje vs. Estado de bienestar, por Humberto García Larralde

Correo: [email protected]
La semana pasada Trump embistió contra uno de los pilares básicos del desarrollo económico luego de la II Guerra Mundial, el del intercambio cada vez más libre entre naciones. La idea de pechar las importaciones de cada país con aranceles que «compensen» el déficit comercial particular que tiene EE.UU. con él –porque a eso se reduce su atolondrada idea de «tarifas recíprocas»—, va en dirección opuesta al principio ordenador, por excelencia, del intercambio internacional, el de las ventajas comparativas. Atenta frontalmente contra la eficiencia con que se espera sean comercializados los bienes entre países, reduciendo sus potencialidades de crecimiento y encareciendo su consumo.
Echa por la borda décadas de negociación en el seno de la OMC, antes GATT, para liberar, de manera consensuada, este intercambio. De sostenerse estos aranceles –porque algunos argumentan que son solo tretas de un errático Trump para extraer ventajas a cambio de su rebaja–, desatará procesos de desviación y de creación de comercio, y modificará los incentivos para la inversión y asignación de actividades productivas, como para la logística de las cadenas de suministro a nivel global, que alterarán, abruptamente, los patrones que venían orientando las decisiones de empresas, gobiernos e, incluso, de los consumidores en diferentes partes del mundo.
En lo inmediato, la incertidumbre causada ha ocasionado pérdidas mil millonarias en las bolsas de valores más importantes y la paralización precautelativa de muchas decisiones sobre operaciones económicas.
El show montado por Trump en lo que llamó «Día de la Liberación», se monta sobre la idea de un EE.UU. del que se han aprovechado sus socios. De ahí este reajuste sustancial, unilateralmente impuesto, en las reglas de intercambio mundial.
Ignora que el déficit comercial global de los EE.UU. es señal de que sus residentes consumen más allá de donde les llega la cobija: el resto del mundo, al adquirir deuda estadounidense, les está financiando esta ingesta material adicional. ¿Perjudicado? Pero, además, los otros países también juegan.
Muchos anuncian medidas en defensa de sus intereses para compensar la afrenta comercial gratuitamente aplicada. La amenaza para todos es que se desate una guerra comercial mundial con repercusiones gravosas sobre el empleo y el bienestar de los consumidores en general. Pero no es el propósito de estas líneas indagar sobre el impacto económico de ese «día de la liberación», o sobre qué país o sector económico podrá salir favorecido.
La ofensiva arancelaria de Trump se inscribe –más allá de la soberbia y arrogancia narcisista para atropellar a los demás sin rubor alguno–, en una visión de sociedad que busca retrotraer al mundo a las condiciones del oeste salvaje propias de las películas de Hollywood. Pretende sustituir un mundo regido por reglas consensuadas entre las partes, por la voluntad del más fuerte, expresión darwiniana de competencia entre países y entre sectores de la sociedad que no admite medidas regulatorias en pro de equilibrar oportunidades entre los afectados.
Esta visión egoísta, de sálvese quien pueda, minimiza el rol de los bienes públicos y de las externalidades positivas que benefician a todos sin exclusión. Una postura que puede resumirse en la noción de que desregulando y rebajando impuestos se desatará la prodigiosa maquinaria de generación y acumulación de riquezas de un capitalismo libre que ha estado maniatada por las políticas públicas. Implícito –aunque, más bien, bastante explícito– está el intento de descalificar el Estado de Bienestar, modelo societario en que se basa la Unión Europea (UE).
La ultraderecha neoliberal plantea, de manera capciosa, que lo que está en juego es la eficiencia, garante de mayor prosperidad para todos en el tiempo, gracias al «goteo» eventual de sus proventos al resto de la sociedad.
Los criterios de justicia y de equidad que inspiran a muchas de las políticas de la UE serían descarríos socialistas contraproducentes. La comparación de algunos indicadores sobre el desempeño de EE.UU. y de países de la UE ayuda a entender si eso es así.
Ilustrativo es el Índice de Desarrollo Humano, compilado anualmente por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) con base en datos sobre expectativas de vida, años de escolaridad e ingreso real promedio en cada país. Series históricas sitúan a EE.UU. con los índices más altos en la última parte del siglo pasado, pero como cambió la metodología de medición, comparemos los años 2010 y 2022, último para el cual se han publicado datos.
En 2010[1] el país norteamericano ocupaba el cuarto puesto, superado sólo por un país europeo, Noruega, y por dos de Oceanía, Australia y Nueva Zelandia. Para 2022[2], EE.UU. había descendido al puesto Nº 20, detrás de los principales países de la UE, salvo Austria, España, Francia e Italia. Pero con una distribución del ingreso en EE.UU. mucho más desigual. El coeficiente GINI roza el 40%, mientras que, para la mayoría de los países de la UE, se ubica entre un 26 y un 35%. Mientras más alto el índice GINI, más desigual es la distribución del ingreso. Desde otro ángulo, el 1% de mayores ingresos de la población estadounidense percibió más (114,5%) que el 40% más pobre. Entre los países grandes de la UE, la mayor desproporción es la de Polonia, donde ese 1% captó un 68,2% del ingreso percibido por el 40% más pobre. En Países Bajos, esta relación fue menor al 30%. La desigualdad en la distribución del ingreso en EE.UU. se asemeja al de la Rusia de Putin, notoria por el predominio de una opulenta oligarquía.
Si se examina la enorme base de datos, NUMBEO[3], encontramos que EE.UU. aparece en el puesto 38 en materia de cuidados de salud (healthcare) en 2025, justo detrás de Argentina. Los principales países europeos ocupan los primeros lugares, debajo de Taiwán, Corea del Sur y Japón. En el índice de criminalidad (Crime Index), tristemente presidido por Venezuela, EE.UU. se ubica como el quincuagésimo noveno (59º) país de mayor criminalidad, entre 147 examinados. Como era de esperar, la mayoría de los países europeos registran un índice de criminalidad bastante menor, apareciendo como más seguros Andorra, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Qatar y Taiwán.
En un índice referido a calidad vida (Quality of Life Index) que combina capacidad de compra, seguridad, cuidados de salud, de clima, costo de vida, relación precios de propiedad/ingreso, tiempo de traslado y contaminación, EE.UU. aparece superado por Países Bajos, Dinamarca, Suiza, Finlandia, Noruega, Australia, Austria, Alemania, nueva Zelandia y Suecia. Tal ordenación es consistente con lo publicado por el World Happiness Report con base en datos compilados por la encuestadora Gallup en más de 140 países[4].
Según este informe, la felicidad manifestada por los estadounidenses los sitúa por debajo de Costa Rica, México y Canadá en las Américas, amén de muchos países europeos.
Cabe señalar que, en términos de ingreso medio (per cápita) ajustado por capacidad adquisitiva (PPI), el de EE.UU. está entre los más altos del mundo. Pero políticas redistributivas de muchos países europeos a favor de servicios de salud y de educación de cobertura universal, gratuitos o subsidiados; infraestructura de servicios; mayor seguridad personal; y otros bienes públicos relacionados con el ejercicio de derechos ciudadanos, los sitúan mejor en términos de estos indicadores de bienestar.
*Lea también: Trump: ¿locura total o cambio de paradigma?, por Fernando Mires
Por supuesto que la evaluación del bienestar de una población no se agota con unos indicadores escogidos al azar. Pero menos justifican desmantelar al Estado de Bienestar y al financiamiento de bienes públicos y de políticas dirigidas a proveer certidumbres e igualdad de oportunidades. Primordial son sociedades –y el mundo—gobernadas por reglas consensuadas, con base en las cuales la gente pueda disfrutar plenamente de sus derechos y labrarse condiciones de vida según sus capacidades.
La UE está obligada a aligerar su pesada normativa para liberar los recursos con los cuales afrontar los retos de hoy. Pero la ofensiva de un Trumpismo salvaje, sin contrapesos, basado en los caprichos del más fuerte y sin respeto a los compromisos previamente acordados, no presagia nada bueno.
[1] PNUD, Informe de Desarrollo Humano, 2010.
[2] UNDP, Human Development Report, 2023/2024
[4] https://www.visualcapitalist.com/mapped-countries-happiest-least-happy/
Humberto García Larralde es economista, profesor (j) de la Universidad Central de Venezuela.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo