Ucrania: los orígenes de la guerra están en su futuro (notas), por Fernando Mires
Twitter: @FernandoMiresOl
Hay una frase de Karl Marx considerada, aún por sus detractores, ingeniosa: «La anatomía del ser humano es la clave para entender la anatomía del mono«. Más decisiva, en mi opinión, es la que viene después. «La indicación de las formas superiores en las especies animales inferiores solo podemos entenderlas cuando nos son conocidas las formas superiores» (Grundrisse, Einleitung, 1857, MEW 13, p.636)
A primera vista una analogía extraída de algún texto de Darwin a quien Marx admiraba. Pero si leemos la frase con atención veremos que allí hay una indicación sobre la que conviene indagar. Tiene que ver con una idea de Hannah Arendt cuando afirmaba que la aparición de un hecho da cuenta de sus orígenes (no causas).
Marx, por cierto, no era un fenomenólogo, pero entendió el dilema de todo historiador al enfrentarse a la siguiente pregunta: ¿desde cuándo comenzamos a contar la historia?
En efecto, la historia no puede ser fenomenológica cuando se trata de indagar sobre los orígenes de los hechos y no solo sobre los hechos mismos. No es tarea fácil. Los determinantes indeterminados solo existen en la teología, nunca en la historiografía. Por eso los buenos historiadores, al secuensializar los hechos, deben ajustarse a condiciones impuestas por relaciones de espacio y de tiempo, y eso supone, como hacen los comisarios de la policía en la tele, mantener la vista siempre fija en el lugar de los hechos.
Hablaremos entonces de Ucrania. ¿Cuándo comenzó la invasión rusa a Ucrania?
Hasta ahora tenemos dos respuestas. La primera, la oficial, nos dice, la invasión comenzó el 24 de febrero del 2022. Pero otra es la que ha hecho suya el gobierno de Ucrania: la invasión comenzó en marzo del 2014, cuando Rusia arrebató a Ucrania, Crimea, la ciudad portuaria de Sebastopol, y los territorios del Donezk y Luhansk en la zona del Donbás. Desde la perspectiva ucraniana estaríamos hablando entonces de dos fases de una misma invasión.
Ahora bien, determinar el punto de partida dista de ser un tema exclusivo para historiadores. Su importancia política es enorme pues tiene que ver con el probable desarrollo y fin de la guerra de invasión a Ucrania. Si partimos de la primera tesis, la del 2022, el objetivo debería culminar con la expulsión de los rusos de Ucrania, pero cediendo Ucrania a Rusia los espacios arrebatados en el 2014. Si partimos en cambio de la segunda tesis, la guerra debería culminar con la expulsión de los rusos de todo lo que fue Ucrania antes del 2014.
Quienes defienden la tesis del 2022 suponen que Rusia volvería al punto de partida que regía antes de ese año. Quienes por el contrario defienden la tesis del 2014 sostienen que esa no sería una retirada de Rusia, que Ucrania seguiría siendo un país ocupado, y que no solo Ucrania, sino todos los países que limitan con Rusia, correrían el peligro de sufrir nuevas arremetidas del imperio. Esa es la razón que explica por qué la tesis ucraniana es compartida por los gobernantes de naciones que limitan con Rusia, entre ellas Polonia, Finlandia, los países bálticos, Moldavia.
Esas son también las dos posiciones que entre líneas compiten en la UE: que Rusia no entregue a Ucrania la parte robada el 2014, o que Ucrania no entregue nada a Putin.
Probablemente no serán razones históricas sino políticas las que determinaran las conversaciones que llevarán alguna vez a la paz. No obstante, las razones históricas no dejarán de pesar en las argumentaciones políticas, de ahí que es importante tenerlas en cuenta. Esas razones históricas tienen que ver con el propio surgimiento de Ucrania como nación. Ahora bien, si retrocedemos hasta ese momento de refundación, tendremos que concluir en que la nación ucraniana nació del colapso de la URSS, vale decir, de las ruinas del imperio soviético. Ese colapso permitió, en una primera instancia, la liberación de las naciones más occidentales de ese imperio.
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A la liberación de la segunda fase pertenecen naciones como Bielorrusia, Moldavia, Georgia, Ucrania. Pero tanto las primeras como las segundas, obedecen al mismo fenómeno: la desintegración de la URSS, «la mayor catástrofe del siglo veinte», en la versión de Vladimir Putin. «Catástrofe» que daría nacimiento nada menos que a un nuevo orden político mundial. A ese orden pertenece y quiere pertenecer Ucrania, nación que atravesando por convulsivos periodos, entre los que destacan la «revolución naranja» de Yulia Timoschenko (2004) y la revolución proEuropa y antiYanukovisch de Maidán (2013) ha llegado a ser, bajo el gobierno constitucional de Volodomir Zelenski, una nación occidental en forma.
Ahora bien, contra el nuevo orden mundial surgido en la Europa de 1989-1990 se ha levantado Putin. Desde esa perspectiva histórica, la misión de Putin es revertir el orden geopolítico nacido en ese periodo, comenzando por recuperar las naciones más cercanas a Rusia, entre ellas, a la que considera un reservado natural de Rusia: Ucrania. Como dijo, el muy conservador líder polaco Kaczynski en los días que Putin se hacía de Crimea: «Primero viene Georgia, después Ucrania, enseguida Moldavia, después los estados bálticos y al final Polonia».
Por lo demás ha sido el mismo Putin quien ha dado a conocer los elementos componentes de su estrategia. Al decir, en los comienzos de su mandato, que el fin de la URSS fue una catástrofe geopolítica, apuntaba desde ya hacia un objetivo: no reconstituir a la URSS sino al imperio ruso.
Para Putin, como a sus huestes, la URSS era solo una forma del imperio ruso. Luego, la catástrofe de la forma no debería ser la catástrofe del contenido: el imperio. O dicho así: el imperio debería sobrevivir a la URSS. Visto de ese modo, Putin no se diferencia de las creencias de sus predecesores, Gorbachov y Jelzin.
Recordemos que Gorbachov siempre se manifestó en contra de la formación de naciones independientes desprendidas de la antigua Rusia. Su grandeza reside en no haberlas reprimido a sangre y fuego, pero no en haberles regalado una independencia que el mismo, al fin un miembro del antiguo régimen, no quería firmar. Jelzin, por su parte, aceptó como hecho objetivo la pérdida de las naciones que ya habían declarado su independencia. Pero tendió un cerco para que otras naciones, como Chechenia y Georgia, no tomaran el mismo camino. Justamente para impedirlo llamó a su ministro Putin para que “apaciguara” a esas naciones. Lo hizo primero en dos guerras a Chechenia: los primeros genocidios del siglo XXl.
Al mismo tiempo, conviene recordar, Jelzin también dio muestras de un rotundo antioccidentalismo al haber apoyado abiertamente al dictador de Serbia, Slobodan Milosovic, durante la guerra de Kosovo. Lo documentan sus ataques de furia en contra de Bill Clinton: Lo escrito, escrito está: “Bill Clinton (según Yelzin) desea que Milosevic capitule y que toda Yugoeslavia se rinda. No lo permitiremos” (20.04.1999)
Evidentemente, pese a sus promesas de amistad a los gobiernos democráticos de Europa, Jelzin no podía ocultar que en el fondo él era un defensor de la autocracia en Rusia y en otras naciones de la era soviética. De esos lodos imperiales viene Putin.
Ya en el poder, Putin siguió el mismo camino revanchista legado por Jelzin perpetrando espantosas masacres en Chechenia y en Georgia, mientras los políticos de occidente miraban, como dijo recientemente el ex ministro de finanzas alemán, Wofgang Schäuble, «para otro lado». No así los gobiernos de países que sintieron, en sus propias cercanías, las amenazas de Putin. Estos, en caso de una avanzada rusa, no tenían como defenderse frente al proyecto revanchista que provenía de las ansias de Putin. De ahí que no debe extrañar que los gobiernos de esos países pidieran la protección de la OTAN, la única que podían tener. Y bien, justamente en ese punto topamos con una de las mentiras más groseras hechas suyas primero por Putin y después por sus seguidores occidentales, a saber: que la invasión de 2022 a Ucrania tuvo como «causa» la expansión de la OTAN. Pero desenmascarar esa mentira es fácil. Basta pensar de un modo crono-lógico.
La gran ampliación de la OTAN tuvo lugar el año 2009 con la incorporación de Rumania y Bulgaria, ya planeada desde los tiempos de Jelzin. A ellas fueron agregadas Eslovenia, los tres países bálticos y Eslovaquia. Con esa ampliación Putin estuvo completamente de acuerdo. No hizo ninguna objeción.
Una segunda ampliación de la OTAN tuvo lugar en el 2017 con Croacia y Albania, y en el 2020, con Montenegro. Como es obvio deducir, estás últimas no tenían nada que ver con Rusia sino con la seguridad de la región balcánica. Putin tampoco dijo una sola palabra en contra. Es decir, la única ampliación que podía amenazarlo fue la de 2009. Mas, Putin pudo comprobar que después de sus robos territoriales en Ucrania, el 2014, la OTAN no hizo nada para impedir su expansión. Argüir hoy, como hacen los plumarios occidentales de Putin en Occidente, que la invasión a Ucrania del 2022 fue consecuencia de la ampliación de la OTAN, no lo cree el mismo Putin.
Ni siquiera en los tres primeros meses en los que tuvo sitiada a Ucrania antes de la invasión, dijo una sola palabra sobre el rol de la OTAN. Por eso el dictador ha dado otras razones para justificar su criminal invasión. Una la encontramos en su escrito del 2021 sobre Ucrania. Ahí asegura Putin que, por razones históricas, idiomáticas y lazos sanguíneos, Ucrania es un espacio natural de Rusia (del mismo modo como Hitler afirmó que los Sudetes y Polonia formaban parte del espacio vital de Alemania).
Una segunda razón dada por Putin, es futurista. La guerra a Ucrania, ha afirmado en diferentes ocasiones, es una guerra en contra de Occidente.
Más todavía: en contra de la occidentalización del mundo. Por lo mismo no solo es para él la que lleva a cabo en Ucrania una guerra geopolítica sino, además, cultural e incluso religiosa. De la OTAN casi no ha hablado Putin. Eso se los deja a sus aliados de la izquierda occidental quienes de acuerdo a la ideología que encostra sus cabezas, imaginan que toda guerra en contra de la OTAN es una guerra en contra del «imperialismo norteamericano».
La OTAN, por lo demás, no se ha expandido por cuenta propia. Siempre lo ha hecho a petición de los países interesados. Países cuyos ciudadanos sienten miedo a un eventual zarpazo ruso. Más todavía: la OTAN, por razones estratégicas, ha negado insistentemente las solicitudes de Ucrania para ingresar. De este modo, si una crítica hay que hacer a la OTAN sería otra: la de no haber incorporado a Ucrania cuando esta nación, con los mismos derechos de otros miembros de la OTAN, así lo solicitó.
Digamos claramente: si la OTAN hubiese incorporado a Ucrania el 2008, o por lo menos el 2014, cuando los gobiernos de ese país así lo pedían, probablemente Putin no se habría atrevido a dar el paso agresor que cometió el 2022.
Angela Merkel aduce con cierta razón que Ucrania no era una democracia estable en el momento en que hizo sus peticiones. Seguramente no lo era. Pero no podemos dejar de lado que la OTAN a diferencia de la UE no es una asociación política sino militar y como tal debe atender a objetivos estratégicos y militares. Entre los miembros de la OTAN, no lo olvidemos, hay una autocracia antioccidental como la Turquía de Erdogan y un gobierno pro- Putin como el húngaro de Orban. No ser miembro de la OTAN ha costado a Ucrania muchas vidas. ¿Ha evitado una guerra atómica? No lo sabemos. Esa será siempre una conjetura. Pero la historia se hace de acuerdo a hechos y no de conjeturas.
Volvamos ahora a la famosa frase de Marx pero en otra versión: las formas superiores de la guerra de Rusia a Ucrania nos están revelando sus formas primarias. Esa guerra, la de hoy, forma parte de una constelación iniciado en 1989 con el colapso de la URSS y la liberación de algunas de sus naciones. El nuevo orden de Putin es un proyecto de retorno al viejo orden surgido antes de ese colapso, a la Rusia Imperial de siempre, a la Madre Rusia de Stalin, escondida bajo el manto de la URSS. Esas son las razones por las que el gobierno de Ucrania exige, no la liberación parcial sino la liberación total frente al imperio ruso. O para decirlo con las palabras de la historiadora Anne Applebaum: “el imperio ruso debe morir”.
Debe, dice Applebaum. Ese “debe” es un imperativo histórico categórico. Otra cosa es que «pueda», nos dice la razón política. Probablemente el resultado final atenderá más a razones políticas que históricas.
Pero si la razón política se aleja demasiado de la razón histórica, que es la de los ucranianos, puede que ese no sea un resultado final, sino una simple tregua en una guerra sin final.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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