Un año de incertidumbre y frustración política, por Luis Ernesto Aparicio M.
La incertidumbre y la frustración política emergen cuando las expectativas de cambio o solución se ven frustradas, ya sea por la ineficacia de los actores políticos, la complejidad de los problemas o la manipulación mediática por manipulación interesada, sobre todo en redes sociales, que distorsiona las realidades. Estas emociones no solo afectan a las personas a nivel individual, sino que también moldean el comportamiento colectivo, alimentando el descontento social y el auge del populismo.
En el ámbito político, los líderes tienen una responsabilidad crucial en la gestión de expectativas. Sin embargo, con demasiada frecuencia, en lugar de moderarlas para evitar frustraciones mayores, las aumentan con promesas imposibles de cumplir. Motivados por los legítimos anhelos de cambio o por las no tan legítimas ansias de poder, muchos terminan agravando el desencanto ciudadano.
A esto se suma el uso de la incertidumbre como un arma por parte de los autócratas. Esta herramienta les permite mantener a sus sociedades en un estado de inestabilidad y temor, creando escenarios políticos y sociales difíciles de descifrar incluso para los analistas más experimentados.
Este año, América Latina ha sido testigo de varios procesos electorales que ejemplifican cómo la incertidumbre y la frustración pueden surgir de los resultados disputados y las tensiones sociales. En Venezuela, las elecciones presidenciales estuvieron marcadas por acusaciones de fraude y falta de transparencia. El Consejo Nacional Electoral proclamó la victoria de Nicolás Maduro, una decisión cuestionada por la oposición y observadores internacionales. Esta situación prolongó el dilema venezolano, donde la falta de soluciones claras sigue siendo una constante.
En Panamá, las elecciones generales estuvieron rodeadas de incertidumbre debido a la falta de claridad en las encuestas y la volatilidad del electorado. Este ambiente de expectativa reflejó la fragmentación política y la búsqueda de alternativas por parte de los ciudadanos.
Por su parte, las elecciones estadounidenses, como era de esperarse, tuvieron un impacto global. La posibilidad del regreso de Donald Trump al poder generó ansiedad no solo en el país, sino también en sus vecinos y socios internacionales. Entre las mayores preocupaciones destacan sus promesas de deportaciones masivas y aumentos arancelarios, tanto a países fronterizos como a la Unión Europea.
Los eventos de 2024 nos dejan con varias lecciones importantes. Es evidente que los discursos vacíos y las promesas incumplidas no solo alimentan la frustración, sino que también dañan la confianza en las instituciones democráticas. Los errores recurrentes, como el estancamiento en Venezuela y la polarización en democracias occidentales, nos recuerdan la necesidad urgente de un cambio de enfoque.
Además, el populismo de ultraderecha ha sabido aprovechar temas como la emigración para sembrar divisiones y minar los valores democráticos. Narrativas xenófobas y soluciones simplistas se han convertido en herramientas para debilitar las libertades fundamentales y los derechos humanos.
Ante estos retos, el camino no debe ser el pesimismo, sino la acción consciente y constructiva. Necesitamos líderes que prioricen el consenso y la acción colectiva por encima del ego político, y ciudadanos dispuestos a exigir transparencia y resultados.
Es fundamental cambiar la narrativa política: dejar atrás las promesas vacías –sobre todo las que se saben difíciles de cumplir– para así evitar que la frustración se apodere de quienes han confiado en los actuales dirigentes políticos y enfocarse en la construcción de soluciones reales. Este cambio no solo fortalecerá la relación entre los ciudadanos y el sistema político, sino que también será clave para reconstruir la confianza en nuestras democracias.
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Aunque 2024 fue un año complejo, debe servirnos como una guía para aprender de los errores y construir un futuro más justo y estable. El próximo año traerá nuevos retos, pero también nuevas oportunidades para trabajar por un mundo más libre, con nuevos ánimos, ideas y por qué no: rostros.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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