Un fresquito en la esquina caliente, por Teodoro Petkoff

La verdad es que hay que reconocer que el acto de toma de posesión del alcalde metropolitano marcó un momento inesperado pero interesante en el proceso de buscar y encontrar un país más vivible. La presencia en él de los alcaldes de Chacao, Baruta y El Hatillo, de por sí constituye un gesto positivamente significativo, que no debe ser subestimado. La actitud más resaltante del propio Juan Barreto, al pedir un aplauso para ellos y al tratarlos con respeto democrático, colocando el acento de su discurso en la necesidad de la cooperación entre todas las alcaldías para hacer una Caracas mejor, también debe ser estimada en su justo valor positivo.
Así como hace algunos días nuestro editorial se mostró crítico del lenguaje de Barreto hacia su antecesor, innecesariamente duro en lo personal, hoy queremos recoger el mérito de su discurso y de su conducta, así como la de los alcaldes de la oposición. Tenemos la impresión de que uno que otro “analista” y algunos políticos que tachan de “oportunistas” a los empresarios que han iniciado contactos y diálogos con el gobierno –y que seguramente embestirán también contra los alcaldes de Primero Justicia, por “blandengues” – no están entendiendo nada de lo que ha pasado en el país –como en general no entendieron nada a lo largo de estos años y bastante contribuyeron a los errores de la oposición con su talibanismo inútil. De lo que se trata es de restablecer la posibilidad de que la confrontación entre gobierno y oposición no desborde nuevamente los límites de la Constitución y de la convivencia. Ojalá que lo del acto de Juan Barreto no sea golondrina de un solo verano sino que corresponda a una política que vaya más allá de él mismo.
Este país quiere reconciliación. La oposición hizo de esta idea una de sus banderas para el RR. Pero el concepto no podía ser entendido sólo como una promesa electoral, pronta a ser descartada una vez transcurrido el RR. La reconciliación tenía que ser una meta permanente, independientemente de los resultados electorales. No podía depender de otra cosa que de la necesidad de producir un reencuentro entre los venezolanos, más allá de sus preferencias políticas.
Hemos insistido en que la principal responsabilidad en este sentido corresponde al gobierno. De su disposición a pasar la página y a reconocer la legitimidad del derecho de unos venezolanos a estar en desacuerdo con el gobierno depende en buena medida un futuro inmediato menos cargado de belicosidad. Reconocer ese derecho significa, entre otras cosas, tener hacia la conducta de la oposición la misma actitud que otro gobierno tuvo frente a la de Chávez y sus compañeros. Ojalá que el acto de la Plaza Bolívar sea el embrión de un nuevo tiempo político, uno en el cual el debate inherente a la vida democrática, que, sin duda, no es ni tiene porqué ser un juego floral, tenga lugar, sin embargo, a partir del concepto fundamental hoy, de reconciliación. No es un camino llano porque la propia imputación a los alcaldes López y Capriles, apenas al día siguiente del acto de Barreto, evidencia, de nuevo, las dificultades para terminar de superar las secuelas del duro periodo vivido hasta ahora. No es llano, ciertamente, pero es el camino.