Un premio a la olla solidaria, por Miro Popić
¿Cáritas? ¿Qué tiene que ver Cáritas con la gastronomía? Mucho, sobre todo cuando se trata de gente que se ocupa de alimentar a los que nada tienen. Y eso, hoy en día, en este país que nos queda, vale mucho, vale todo. Porque sin comida, lo demás, simplemente, deja de existir. Lo aprendemos a diario. Por eso, a nadie debe sorprender que la Academia Venezolana de Gastronomía haya decidido entregar el premio Gran Tenedor de Oro a esa institución que, para gran parte de la población, significa su único alimento, el último eslabón que lo aferra a la vida.
¿Cuáles fueron las razones para otorgar este premio? Muchas, que conocemos o sospechamos, pero, más que nada, una que mencionó el doctor Luis Troconis, presidente encargado de la AVG, en su presentación: “En el marco de la celebración del Día Internacional de la Alimentación, uno de los objetivos es la erradicación del hambre en el mundo. Hoy, de acuerdo a la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO, 2018) 86% de las personas que pasaron hambre en la región son venezolanas”. O sea, más de ocho personas de cada diez que pasan hambre en América Latina, son compatriotas nuestros y ocuparse de ellos es más que un compromiso, es una verdadera hazaña.
La olla, con su simbolismo, representa la unión donde todo confluye, desde los ingredientes que van cayendo en cada preparación, hasta los que se sientan a su alrededor para compartir lo cocinado en ella. La olla es el más antiguo recipiente de cocina, anterior incluso a la escritura, y en ella cabe también la familia, el compartir y la solidaridad. Fue precisamente esta imagen la que escogió Cáritas de Venezuela para iniciar, entre sus tantos programas, uno destinado a reparar las carencias nutricionales de las comunidades más desasistidas de nuestros barrios populares: Ollas Solidarias. Como lo dijo Monseñor Baltazar Porras en su carta de agradecimiento, la idea fue hacer una olla “que no solo calentara los estómagos estragados por el hambre, sino también aliviara la tristeza y la soledad de quienes confinados en la pobreza no tienen medios para sostenerse por si mismos en estos difíciles momentos de nuestra historia”. Esta olla solidaria no solo sirve para atender a los más necesitados, sino que también generó un efecto multiplicador que hoy se traduce en más de 20 mil voluntarios que contribuyen a hacerla realidad.
Primero se estandarizó una receta equilibrada nutricionalmente elaborada por expertos, con lo básico que debe contemplar para su ejecución. El programa se realiza con lo que la comunidad reúne y que luego se concina en la que todos contribuyen con algo, sea material o como aporte laboral. Es decir, una olla que no solo alimenta sino que se convierte en efecto multiplicador de voluntades y propósitos. Es conmovedor escuchar ejemplos registrados en diversas parroquias donde, para muchos, ese plato de sopa es lo único que consumen y que, incluso, algunos llevan una parte a su porción para darle de comer al hermanito que no pudo hacerlo. El fin de semana, cuando no hay colegio, muchos no comen porque esa olla es su único sustento.
“El verdadero ganador de este premio –dijo monseñor Porras– son los venezolanos que en la humildad y la pobreza han sabido crecerse en amor y vencer para siempre la indiferencia ante el dolor del hermano. Clamamos por una Venezuela sin hambre ni miseria”.
Entre las funciones de la Academia Venezolana de Gastronomía está la de promover y defender los valores culinarios de la identidad venezolana. En momentos como los actuales, la comida es un factor de resistencia y darle de comer al de al lado, el que no tiene, es cada día una nueva batalla. ¡Qué sabrosa les debe parecer esa sopa de esa olla solidaria a aquellos que tienen la fortuna de acercarse a ella!