Una casa lejos de casa, por Gabriel Weir

Esta columna forma parte de la iniciativa LabPaz Internacional, con la cual activistas e intelectuales de varios países le hablan a los venezolanos.
X: @wergabriel
Tener que salir de nuestro país no implica abandonar la convicción y el compromiso con lo que consideramos justo. El desarraigo es complejo y, fácilmente, puede empujarnos a un estado absoluto de desesperanza y resignación. Incluso de cinismo, que suele ser el rostro más rudo e infértil del desaliento.
Muchos son los ejemplos en la historia que dan cuenta de cómo las diásporas han asumido un papel instrumental para lograr cambios necesarios en los países de origen y, de paso, también en los países de acogida. Uno de los más interesantes es el de las diásporas de Sudáfrica durante el apartheid. Los exilios sudafricanos no solo enfrentaron el destierro forzado, también lidiaron con la persecución en los países de acogida.
A pesar de ello, supieron organizarse. No fue sencillo. En medio de resolver cuestiones básicas de vida y atender los efectos individuales y colectivos del desarraigo, existían fragmentaciones, conflictos históricos y desconfianzas entre ellos. Sin embargo, lograron anteponer la causa común que, eventualmente, articuló esfuerzos suficientes para tumbar el apartheid.
En los últimos años, entre las diásporas centroamericanas, especialmente radicadas en México, algunos grupos hemos comenzado a organizarnos en respuesta a los retos compartidos que enfrentamos como personas desplazadas y exiliadas. La violencia estructural, la persecución política, la falta de oportunidades y el creciente autoritarismo en varios países de Centroamérica nos han obligado a salir de nuestra región, pero también nos han conducido a tejer redes de trabajo, solidaridad y resistencia.
A través de estos esfuerzos, nos reafirmamos como sujetos políticos con voz propia y generamos espacios de encuentro, articulación y defensa de nuestros derechos. Casa Centroamérica es un ejemplo de este tipo de esfuerzos. Con esto recuperar y visibilizar nuestras voces e historias, fortalecer nuestros vínculos comunitarios y posicionar a la diáspora como un actor clave en los procesos de cambio en Centroamérica y en México.
Se trata de una asociación que creamos en la Ciudad de México en el 2023 para la integración y articulación de la diáspora centroamericana, impulsando procesos comunitarios, culturales, políticos, de memoria e investigación. Así, esta iniciativa busca no solo responder a necesidades inmediatas, sino también contribuir a la transformación democrática de nuestros países de origen y aportar en el país de acogida.
No es el primer esfuerzo y, muy probablemente, no sea el último. En el caso de la diáspora centroamericana en México, históricamente ha desempeñado un papel fundamental en la sociedad de acogida, aportando en diversos ámbitos. Por ejemplo, la llegada de exiliados políticos en el siglo XX, trajo importantes contribuciones al pensamiento crítico, la academia y los movimientos sociales. A esto se suma la participación de trabajadores migrantes en sectores clave de la economía. La presencia centroamericana en México ha sido constante y significativa.
Intelectuales, artistas, líderes comunitarios, periodistas, escritoras, economistas, activistas y un sin fin de centroamericanos han enriquecido el panorama cultural, académico, económico y sociopolítico, mientras que las comunidades migrantes han fortalecido redes de solidaridad y resistencia.
Además, su influencia en la gastronomía, la literatura y las dinámicas comunitarias, por nombrar algunos ejemplos, demuestra cómo la integración de la diáspora ha tejido lazos profundos entre México y Centroamérica, contribuyendo a la diversidad y riqueza social de este país.
Ahora Casa Centroamérica es parte de esta constelación. Esta casa lejos de casa busca ser un punto de referencia para quienes reconstruyen sus vidas con dignidad, resistencia y resiliencia. Es un pequeño paso en un largo recorrido por ser un actor clave en la transformación política de la región, movilizando recursos, narrativas e influencias desde el exilio.
*Lea también: La inestabilidad política, de Latinoamérica al mundo, por Fernando Domínguez Sardou
La diáspora sudafricana durante el apartheid articuló un activismo político poderoso que combinó lobby internacional, presión económica mediante boicots, producción cultural de denuncia, y sólidas redes de solidaridad transnacional. De forma similar, la diáspora venezolana contemporánea ha desplegado estrategias de incidencia internacional, visibilización mediática y organización comunitaria para denunciar la crisis humanitaria y exigir respuestas globales.
La diáspora centroamericana en México, aunque marcada por la precariedad, el exilio forzado y la fragmentación territorial, está en proceso –quiero creer– de reconocerse como sujeto colectivo. Desde ahí, hemos comenzado a tejer redes de apoyo mutuo, incidir en espacios internacionales, producir narrativas propias sobre las causas del desplazamiento y acompañar procesos de memoria y justicia.
Al igual que en los casos sudafricano y venezolano, la diáspora centroamericana puede convertirse en un actor estratégico para la defensa de los derechos humanos, el fortalecimiento democrático y la articulación regional, activando su poder político, cultural y comunitario más allá de las fronteras.
Gabriel Wer es director ejecutivo de Casa Centroamérica en México, donde radica desde el 2022 cuando tuvo que salir de Guatemala. Activista guatemalteco conocido por su papel en la lucha contra la corrupción y la justicia social, como uno de los fundadores de los colectivos JusticiaYa y del Instituto 25A. Tiene formación académica en Administración de Empresas Industriales y una maestría en Literatura Hispanoamericana. Su trabajo se centra en la escritura, la organización y la transformación social y política desde lo cotidiano, promoviendo una ciudadanía crítica y una sociedad civil plural y activa. @wergabriel
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo