Una historia de lo que hemos bebido en Venezuela, por Miro Popic
Dime lo que bebes y te diré quién eres. Para averiguarlo, hay que internarse en los orígenes del humano donde, según los estudios antropológicos más serios, el consumo de alcohol ha tenido siempre un carácter social que ha contribuido a la formación de grupos cohesionados e integrados, nacidos de la cooperación y el entendimiento, algo que puede parecer extraño ante los numerosos desencuentros que se producen cuando el exceso se impone a la prudencia. Todos, detractores y defensores, reconocen el comportamiento social del alcohol. Es más, a él se le atribuye incluso el surgimiento de normas de comportamiento para regular la actividad de libar.
El hombre ha bebido alcohol durante milenios y seguramente lo seguirá haciendo hasta el último de los días. A pesar de las prohibiciones y controles, de tanta advertencia real o interesada, de todo el puritanismo y la hipocresía que manejan el comportamiento de las sociedades, la caña, para decirlo en lenguaje nuestro, sigue allí. No necesita subterfugios para ser disfrutada. No es culpa del estrés ni del despecho ni del olvido ni de las tensiones que nos afectan, todos necesitamos una retribución gratificante para llevar la vida, un cariñito, y si viene en vaso grande con bastante hielo, mejor.
Entre las razones que se esgrimen para beber un trago está el hecho de que a muchos los ayuda a comportarse socialmente, superando inhibiciones. Otros piensan que les sirve para ahogar las penas, cualquiera sea el origen de ellas. Muy pocos aceptan que lo hacen por hedonismo o, simplemente, porque quieren emborracharse. El hecho es que no importa las motivaciones, el beber implica cambios en el comportamiento que lleva a demostrar una personalidad diferente en quienes lo hacen. Muchos lo consideran un remedio sicológico dinámico. El cambio no es solo para sentirse bien con uno mismo o darle un carácter festivo a un momento especial, sino también para adquirir un estatus social diferente donde el tipo de bebida o la marca servida proporciona un rango superior o lo mantiene.
La paradoja del beber no admite excusas para justificar lo que la razón y la lógica parecen imponer. Entre las miles de respuestas que a lo largo de la historia han elaborado tanto detractores como defensores de la bebida, cualquier que sean los motivos que se esgriman para justificar lo aparentemente injustificable, la compensación sigue siendo el fundamento principal que guía a todos los que nos gusta echarnos uno tragos. Cada persona o sociedad puede tener una explicación diferente, pero muy pocos son capaces de asumirlo de manera simple y directa. La respuesta a por qué lo hacemos cabe en tres palabras: por puro gusto.
Kingsley Amis dice que la raza humana no ha descubiertos otro sistema mejor que la bebida para eliminar barreras, romper el hielo y relacionarse con los demás. Alejo Carpentier, por su parte, agrega que “…un poco de alcohol de cuando en cuando, es cosa que el organismo agradece por atavismos, ya que el hombre, en todas las épocas y latitudes, se las arregló siempre para inventar bebidas que le procurara alguna embriaguez”.
Venezuela no es una isla de abstemios y el alcohol ha estado presente desde el comienzo mismo del poblamiento del territorio con la llegada de los primeros comedores de yuca y maíz que aprendieron a fermentar granos y tubérculos para procurarse momentos de euforia en su eterno caminar por esta geografía. Esto generó un gusto ancestral por la bebida que con la llegada de los hispanos no hizo más que ampliar sus opciones de satisfacción con el aporte de otras frutas y plantas que poco a poco se fueron haciendo de uso diario en los diferentes grupos sociales. ¿Por qué bebemos lo que bebemos?
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