Una nueva vuelta entre elecciones y expectativas, por Luis Ernesto Aparicio M.
Terminado todo el bullicio de la época decembrina, volvemos a encontrarnos en el pequeño espacio que a muchos no les gusta: la realidad.
La tierra continua con su tarea y nos marca los días que están por llegar, esos a los que cada uno de nosotros nos corresponde abordar con mucho arrojo. Sobre todo, durante este año tan importante para la democracia en el mundo. Y no es que los otros no lo hayan sido, ni lo serán.
Una vez más, como lo hemos venido revisando en tantos los artículos anteriores, la democracia vuelve a ser la protagonista, solo que, para esta vez, lo es para la mitad de la humanidad (un poco más de 3.700 millones de seres), cuando acudan a las urnas o al proceso mediante el cual eligen mandatarios o gobernantes, en un poco más de 70 países.
La democracia, ese sistema que tanto nos ha costado y que nos luce fatigada ante la presencia de elementos que solo la invocan y utilizan al momento en el cual se ven bajo la presión de sus instituciones reguladoras o simplemente para concretar sus planes personales, aquellos que suelen estar cargados de mucha aspiración autócrata.
Pero veamos a qué se expone la democracia en este nuevo año que comienza. Para esto he seleccionado, como debe ser obvio, como punto de partida al proceso electoral de la primera potencia del mundo, esa que hace algunos años atrás fue una especie de faro que iluminaba el camino para que el resto del mundo encontrara la senda de la democracia.
La democracia invitará, en noviembre de este año, una vez más –aunque desde el 2016 debe hacerlo casi a diario– a los ciudadanos de los Estados Unidos a decidir ante la eminencia de una sacudida vengativa, aislacionista y anti emigrante o intentar mantener su espíritu democrático vigente.
Luego estaremos ante la presencia del número de electores más grande del planeta, cuando la India llame a elegir entre la continuidad del actual primer ministro, Narenda Modi, que busca un tercer mandato, lo que casi tiene asegurado bajo la égida de un nacionalismo extremo y su discurso divisivo que proclama un Estado puro entorno al hinduismo que relegue a las minorías.
En la lista electoral se suman países de relevancia mundial, bien por su condición en la posibilidad de conflictos internacionales de grandes magnitudes como Taiwán y aquellos que se encuentran transitando por la senda de una guerra, como los casos de Rusia y Ucrania.
Del proceso ruso, no tengo una duda -y apuesto a que usted que me lee tampoco- sobre el resultado, mientras que en el segundo cae la sombra de la duda. En Taiwán, el panorama parece beneficiar al actual gobierno, lo que no gusta mucho a China.
*Lea también: ¿Dialogo de autócratas? ¿Negociación con antipoliticos?, por Mireya Rodríguez
Para variar, nuestra América –la de habla castellana–, también tendrá procesos electorales que pueden consolidar los avances de su deterioro o reparar la merma de la democracia en nuestro continente.
El 4 de febrero, por ejemplo, El Salvador acude a un proceso electoral con el peso de una clara violación –según expertos de ese país– de la Constitución, cuando otra estrella de la antipolítica decide presentar su candidatura, a pese a que la carta magna se lo prohíbe –pero no importa para eso existe el síndrome Chávez–.
Hablo de Nayib Bukele, quién, como para que no quedaran dudas en medio de sus peroratas muy propias de los autócratas, ha confirmado su intención de continuar con su visión de la «verdad»: «¿Alguien quiere a un presidente populista?, pregunta y se responde, «Bueno, yo sí».
Con semejante confirmación pasaremos a México donde una mujer, sin ninguna duda y no por arrogancia, será la próxima presidenta de ese país y tendrá a cargo todo lo relacionado a la situación de inseguridad derivada del narcotráfico y además el ambiente con los emigrantes ilegales que intentan llegar a los EE. UU.
¿Y Venezuela?, pues solo me queda por decir que está allí, a la expectativa de saber si se producirá o no, una nueva elección presidencial, tal y como lo establece la Constitución y, además, de realizarse, cuándo se producirán y quienes serán los candidatos de parte y parte –uno echo el «que no» como un viejo truco y otra inhabilitada–.
Así avanzará el 2024 y la democracia, entre agua y fuego. En unos casos para continuar con sus bondades y en otros puede que estemos llegando al punto en el cual sus promesas –las de la democracia– pareciera que ya no importaran. Espero que esto último no ocurra y que todos continuemos en una sola línea de defensa y despiertos para evitar los usos y abusos de tanto antidemócrata aspirante.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo