¿Unidad o definición?, por Damian Alifa
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Corría el año 1928 y la mayor parte de los dirigentes opositores a Gómez habían sido condenados al exilio. En su mayoría, el antigomecismo estaba formado por caudillos tradicionales que “El bagre” había derrotado militarmente. También contaban algunos círculos intelectuales que tuvieron que huir de la censura y unos cuantos grupos del castrismo disidente. En este sentido, Delgado Chalbaud, que era el líder que gozaba con mayor prestigio y recursos económicos, intentaba organizar una incursión militar para derrocar a Gómez.
Unificar a la oposición en torno a un plan común y mando único era una tarea verdaderamente difícil. Los caudillos estaban acostumbrados a hacerse del mando a través de la fuerza y el compadrazgo, cosas que en el exilio no eran posibles. Para entonces, el escritor Rafael Pocaterra se había convertido en un incondicional de Delgado Chalbaud y hacía incansables gestiones logísticas, financieras, intelectuales y de construcción de alianzas para el proyecto político del caudillo.
Paradójicamente, los caudillos terminaron cediendo e incorporándose al plan militar, mientras que algunos círculos intelectuales presentaron serias objeciones. Uno de estos grupos fue el Partido Revolucionario Venezolano (PRV), radicado en México, cuyos miembros se opusieron tajantemente al plan de Chalbaud. Por ello, el joven Salvador de la Plaza, miembro del PRV, sostuvo una larga y álgida polémica intelectual con Pocaterra.
El debate público entre Salvador de la Plaza y Pocaterra tiene una gran significación en la historia venezolana del siglo XX. Para Salvador de la Plaza no tenía sentido apoyar un levantamiento militar con los antiguos caudillos al mando.
Según esta perspectiva, no habría mayor diferencia entre Gómez y cualquiera de los caudillos opositores. Las propuestas políticas y pensamiento de los caudillos eran resabios de la “condición semifeudal” de la sociedad venezolana. Asimismo, se cuestionaba que fuera la vía militar y no la “política de masas” la que prevaleciera como táctica para enfrentar al gomecismo. Aunado a esto, el joven abogado exigía una definición ideológica y un programa de lucha delineado de la oposición en el exilio.
Por su parte, Pocaterra hizo una defensa intransigente de la acción militar y la unidad de los caudillos. En los artículos del famoso escritor, Gómez era presentado como la encarnación de la barbarie y el salvajismo, frente a lo cual la unidad opositora era imprescindible para restablecer la civilización. En una misiva pública dirigida al General Juan Pablo Peñalosa, Pocaterra indicaría: “… esa leyenda de que el pueblo y la clase dirigente de Venezuela están divorciados no pasa de ser una tontería (…) la lucha es de la sociedad contra la horda, de la propiedad legitima contra el despojo, de la civilización contra la selva”. Pocaterra llamaba a dejar a un lado las diferencias con y entre los caudillos y postergar cualquier discusión sobre las doctrinas políticas, proclamaba que había que darle toda la prioridad al derrocamiento del tirano de La Mulera.
Los jóvenes universitarios de la “Generación del 28”, recién saliendo del exilio, se vieron involucrados en este debate. A pesar de que en un principio intentaron mantenerse al margen de esta polémica, debido al profundo respeto que sentían por Chalbaud y Pocaterra y, por otro lado, de ciertas afinidades ideológicas que ya empezaban a asomarse con el PRV, los estudiantes rebeldes se vieron impelidos a pronunciarse.
La ausencia de experiencia política, el afán de ir a la acción directa y el inmediatismo propio de la impaciencia juvenil, fueron factores determinantes, entre muchos otros, para que se inclinaran a apoyar la acción militar de Chalbaud.
Se sabe que, desde entonces, la relación entre los principales dirigentes de la Generación del 28 y algunos miembros del PRV se fue volviendo más tensa. Mientras que Salvador de la Plaza dedicó importantes artículos para referirse a las limitaciones del movimiento estudiantil venezolano y su lugar marginal en cualquier proceso revolucionario, Betancourt ironizaba sobre el “Lenin en alpargatas” y el dogmatismo atribuido a los miembros del PRV en México.
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Ahora bien, en 1929 se lleva a cabo la esperada operación militar, que luego sería conocida como la Expedición del Falke. El navío donde se encontraban los pertrechos militares sufrió un motín por parte de la tripulación contratada, los estudiantes no pudieron embarcarse en Curazao y en el primer desembarque muere Delgado Chalbaud junto con otros combatientes. En la retirada, muchos se ven obligados a echar las armas y municiones al mar e inicia una desbandada general de todas las fuerzas opositoras. Los resultados de la invasión fueron realmente desastrosos para la oposición a Gómez.
Comienza un proceso de descomposición del antigomecismo en el exilio. Los caudillos acusaban a Pocaterra de tener la responsabilidad del fracaso militar y se enfrentaban entre ellos. Rómulo Betancourt, quien a sus 21 años ya despuntaba como líder de la revuelta estudiantil, escribe afirmando que está decidido a emprender una nueva acción militar por el oriente del país. El estudiante afirma contar con 1.000 fusiles y más de 200 granadas y exhorta a las diversas fracciones opositoras a apoyar logísticamente esta operación, cerrando su carta abierta señalando que se trata “una cuestión de honor y hombría”. Como era de esperarse, Betancourt no es apoyado por los caudillos y termina renunciando a la acción militar.
En todos los documentos de esa época relacionados con el joven Betancourt resuenan las consignas estudiantiles. La “hora cívica”, el “momento de la patria”, el “tiempo de la acción” y la ya famosa alusión al “Camarada Mauser”. En varias ocasiones, Betancourt insistía que el derrocamiento de la dictadura era impostergable y debía ser tratada como cuestión de honor. Sin embargo, ya había probado el sabor de dos derrotas contra Gómez y el contexto internacional se hacía poco favorable. Emprende su viaje a Costa Rica, lugar donde afirma que podrá “estudiar y tomar algunos cursos de economía en la Universidad”.
En este Contexto, Betancourt, terriblemente desalentado, le escribiría a Pocaterra caracterizando a la oposición en el exilio bajo este tono: “…esta la millarada de venezolanos de voluntad abolida y carácter en franco proceso de cretinización, que andamos de profesionales del exilio, devorando a pequeñas dosis nuestras bilis, bajo el signo fatal de todas las inercias”. La acción directa había fracasado, el cambio político en Venezuela lucía sumamente lejos y la oposición se había fracturado en tantos pedazos como caudillos en el exilio habían.
La derrota política lleva a algunos a la más absoluta rendición, pero en otros contribuye a templar las ideas. Betancourt comienza un periplo de estudios y relacionamiento en Costa Rica que le permitirá una maduración profunda de sus ideas políticas. La unidad con los caudillos dejó de tener sentido, la acción de masas era más importante que las militares y descubrió en la organización del partido un instrumento más poderoso que los pertrechos militares. Las ideas y doctrinas pasan a tener un valor central en la organización de la oposición, el Plan de Barranquilla en 1931 enciende un acalorado debate, en donde vuelve a enfrentarse con los miembros del PRV.
Como es sabido, Gómez muere en el poder en 1935, cediendo su mando al ministro de Defensa y el gomecismo continuaría en el poder hasta 1945.Para el momento, buena parte de los jóvenes de la Generación del 28, dentro y fuera del país, habían consolidado una importante tejido social, rescatado espacios en las fábricas e instituciones y habían creado una gran simpatía entre los mandos más jóvenes del ejército gomecista. El derrocamiento de Isaías Medina Angarita fue fruto de un laborioso y planificado trabajo que desembocó en una gran acción cívico-militar, bajo consignas democráticas y populares.
Los jóvenes de la Generación del 28 aprendieron que en política la definición de objetivos puede ser más importante que la unidad por la unidad, que el inmediatismo puede traducirse en derrotas y que hay momentos en los que toca ceder tiempo para ganar espacios.
Asimismo, entendieron que en la Venezuela moderna la conexión de los dirigentes con la sociedad es más importante que cualquier acción militar aislada como las del siglo XIX. Esto se trata tal vez del salto cualitativo, en el pensamiento de un grupo político, más trascendental para la historia de la Venezuela contemporánea.
Damian Alifa es Sociólogo.
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