Uno no sabe lo que tiene hasta que se abstiene, por Teodoro Petkoff

Si a la abstención que históricamente suele acompañar a las elecciones regionales y municipales se añade, el próximo domingo, la que pudiera tener lugar por decisión política consciente, tanto de una parte significativa de la base social opositora como de ciertos grupos y dirigentes políticos, comenzaría, entonces, para esa mitad de los venezolanos que adversa al gobierno, una larga travesía del desierto… sin camellos.
A partir de ese día, si la abstención opositora fuera, como pregonan sus promotores, masiva, los abstencionistas tal vez descubran lo importante que ha sido a lo largo de estos años, para la conformación y el desarrollo de la oposición democrática y de masas, la existencia de gobernaciones y alcaldías fuera del control chavista. Tal vez perciban, entonces, cuán necesarios son para la existencia y sobrevivencia de una sociedad democrática, sobre todo si está, como la nuestra, sometida a presiones autoritarias, los contrapesos institucionales que ayuden a contener el efecto de aquellas presiones. Cuando en la esfera regional y local pudieran desaparecer esos contrapesos –gracias al favor que se le haría al chavismo con la abstención de votantes que lo adversan–, entonces quizás perciban aquellos que hoy dicen que gobernaciones y alcaldías no importan ( “que se las cojan todas” ), la diferencia que hace, en términos republicanos y democráticos, la existencia o la inexistencia de contrapesos institucionales a un poder central autoritario. No es lo mismo un gobernador dispuesto a contribuir a la acentuación del autoritarismo y a complacer las tentaciones autocráticas del Presidente que uno dispuesto a enfrentarlas. Si este es todavía un país democrático, si se le ha podido poner la mano en el pecho a las peores expresiones del autoritarismo, es porque, entre otras cosas, se ha contado con soportes institucionales, en gobernaciones, en alcaldías, en el Parlamento. Durante estos cinco años eso ha contado mucho, como pronto habrán de descubrir los abstencionistas, si el éxito de su prédica conduce a que no se gane nada y se pierda lo que hoy se tiene.
Si ese 40% de electores que votó “Sí” no se dejase convencer por el abstencionismo, si esa enorme fuerza fuera puesta en juego en estas elecciones, no solamente la oposición conservaría casi todas las gobernaciones y alcaldías que hoy rige, sino que añadiría algunas otras. Basta ver los números. Si a ese 40% se le hubiera trazado una política, si se le hubiera motivado con las posibilidades ciertas de un estupendo desempeño electoral previsible, el 31 de octubre otro gallo podría cantar. La única manera positiva de luchar contra trampas, artimañas, irregularidades y ventajismo es haciéndoles frente activamente en el propio terreno electoral. Por supuesto, también con un mínimo de unidad, porque la dispersión ha sido otro factor negativo, que ha reforzado el abstencionismo. Pero como pareciera que no ha sido así, a partir del 1º de noviembre tocará comenzar a recoger los vidrios rotos