Usted aBushó, por Teodoro Petkoff
Ya se cumplieron dos años de la invasión a Irak. El balance de esta aventura imperialista permite apuntar, de entrada, que ella constituyó un acto de irresponsabilidad y desprecio por los valores humanos con muy pocos antecedentes en la historia contemporánea. Para comenzar, esta “guerra innecesaria”, como la califica The New York Times, fue lanzada con “argumentos fraudulentos”, como bien subraya el mismo diario. Las supuestas armas de destrucción masiva iraquíes, no existían sino en el laboratorio de mentiras de la CIA. Bush, en un acto de megacinismo, recordó el inicio de la guerra pero no mencionó para nada la razón que lo llevó a desatarla.
Al pueblo iraquí se le ha hecho pagar un precio horroroso por la intervención. Se han destruido ciudades enteras, entre cuyas ruinas fantasmales yacen más de cien mil víctimas iraquíes, de las cuales, por cierto, poco se habla mientras se lleva al detalle la macabra contabilidad que registra el deceso de soldados de las fuerzas invasoras a manos de la resistencia árabe. Si la guerra de Irak tenía entre sus fines combatir el terrorismo, ahora éste se ha potenciado, e incluso legitimado, en cierta forma, dentro del marco de una guerra de resistencia nacional contra la opresión extranjera. Apunta el NYT que “la opinión sobre Estados Unidos nunca antes había sido tan negativa” entre los pueblos árabes. “Los desastres que las fuerzas de ocupación han ocasionado en materia de derechos humanos las han convertido en blanco fácil del odio”. Y agrega, para explicar que esos desastres no son producto de “excesos” de fuerzas militares en combate: “Las atrocidades que ocurrieron en prisiones como la de Abu Ghraib fueron producto de decisiones que se gestaron en los niveles más altos, cuando el gobierno del presidente Bush decidió que el 11/9 lo liberaba de toda responsabilidad de respetar las reglas, entre ellas las Convenciones de Ginebra y la Constitución de su propio país”.
La arrogancia imperial del gobierno yanqui lo condujo a comprometer sus alianzas con los principales países de Europa -excepto Inglaterra, donde Blair, contra la masiva opinión de su pueblo, acompañó a Bush en su cruzada-. Estados Unidos aprende en carne propia que ni siquiera su galáctico poder económico y militar le da impunidad al unilateralismo con el cual pretende operar en el mundo. De hecho, la supuesta coalición militar que invadió Irak se está desintegrando. Ya diez países han retirado sus tropas y otros preparan su salida, mientras en Italia se exige en la calle que retorne su contingente militar. En cambio, Estados Unidos, que cabalga un tigre, ya no encuentra como bajarse de sus lomos. Rumsfeld debió reconocer recientemente que “no sabe” cuando podrían regresar sus soldados, menos aún cuando en Irak se incrementan los peligros de violencia de alta intensidad entre las dos comunidades religiosas mayoritarias, en tanto que por el gobierno títere nadie apuesta a que pueda sobrevivir sin la presencia de las tropas americanas. El propio círculo vicioso.
¿Hay salida? Sí, pero a condición de que EEUU decline en Naciones Unidas el diseño y la implementación de ella.