Vidas extraordinarias, por Gisela Ortega
De aprendiz de platero a príncipe de Birmania y Primo del Señor de todos los Elefantes Blancos, es la carrera del francés Luis Carlos Girodon d’Orgoni.
Nacido en Vendóme, Francia, en 1811, cuando contaba quince años, su padre de muy modesta posición, le colocó en casa de un maestro platero de la ciudad. Pronto se hizo notar por su inteligencia, destreza…y desbordante fantasía. Al cabo de tres años, su instructor ve en él un posible sucesor e incluso un yerno. Pero Luis Carlos, decide sentar plaza en los guardias de corps de Carlos X.
A los seis meses se aburre de aquella vida y aprovechando una insurrección legitimista que se produce en Bretaña en 1832, se une a los sublevados y, aunque desde el primer momento comprende que el movimiento ha fracasado, se bate con denuedo en numerosos encuentros, le hieren gravemente en uno de ellos y, antes de caer prisionero, prefiere huir de Francia, ocultándose en la bodega de un barco, sin más equipaje que su valor y fantasía. Desembarca en Portugal, donde a la sazón luchan miguelistas contra carlistas.
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Se forma en las filas de don Miguel de Braganza y tal bravura derrocha y tan caballerosamente se comporta, que el Rey le hace capitán en el mismo campo de batalla. Aquello no colma la fantasía de Luis Carlos…y se pasa en el campo contrario, pero al comprobar que la causa carlista está abocada al fracaso, vuelve a Francia completamente desalentado. Entonces decide añadir a su apellido el “D’Orgoni”, anagrama del suyo.
Apuesto y gallardo, contrae matrimonio en Francia cuyo padre posee inmensas plantaciones en la isla de Bourbon. Y allí se ve con ella. Durante dos años cumple normalmente su papel de plantador. Después, cansado de tanta monotonía, marcha a Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina, hasta llegar a las proximidades de la Patagonia. Pero tiene el buen sentido de no limitarse a visitar aquellos países como un turista; en todos estudia sus recursos naturales, raíces étnicas, sistemas políticos y económicos…
Se embarca para la India, que visita también con arreglo a su método. Llega a Birmania. Le seduce la belleza del país y la cordialidad de sus habitantes. El soberano le depara tan cálida acogida que Girodon se anima y le expone todo un programa para revolucionar los sistemas administrativos vigentes a la sazón y hacer de Birmania una potencia económica y militar, capaz de salvaguardar la independencia del imperio.
El rey se entusiasma y le propone nombrarle consejero de Gobierno. Girondon no acepta de momento; quiere volver a la isla Bourbon, echar una mirada a la familia y a sus tierras, a las que no ve hace años. Pero queda sobreentendido que si el Emperador persiste en su propósito y le llama Girodon volverá.
Cuando regresa a la isla, diversos acontecimientos han arruinado sus plantaciones. La situación es comprometida. Pero llegan noticias de Birmania: el monarca ha muerto y su sucesor, Mendoh-Men, al tanto de las conversaciones de Girodon con el difunto, le ruega que lo deje todo y regrese a Ava. Girondon, en efecto, liquida su situación en la isla y va Birmania otra vez.
Allí, en unos cuantos meses, se convirtió en secretario de Estado, en Ministro dirigente y Generalísimo.
Sus consejos tenían la fuerza de una ley y, por su acierto, pronto alcanzo una autoridad sin límites. Los honores se sucedían. Fue nombrado Gran Sol de Oro y le fue concedido el derecho a usar la sombrilla de seda azul, con franja de oro, reservada únicamente a los príncipes de la familia imperial, dignidad esta que jamás habían sido concedidas a un extranjero.
Su fortuna era prodigiosa. Él era quien reinaba prácticamente sobre toda Birmania. Y, en ese sentido, preciso será rendirle el más brillante homenaje, ya que, lejos de dejarse embriagar por su increíble destino, desempeño su papel, con una conciencia escrupulosa poniendo todo su genio al servicio de la patria adoptiva.
Pero pronto se percata de que, a pesar de la reforma del Ejército que ha efectuado, Birmania sigue siendo demasiado débil para enfrentarse eventualmente con un peligro exterior. Y entonces concibe un plan, que al punto gana la entusiasta aprobación de Mendoh-Men: obtener una alianza con Francia. Para premiarle por esta iniciativa el 4 de enero de 1854, en medio de una ceremonia cuya fastuosidad resulta indescriptible, el Emperador concede a Girodon d’Orgoni, el titulo de “Primo Suyo”.
A principios de 1856 partió hacia París. Girondon, que hacía más de veinte años no había vuelto a Francia, fue acogido en ella a semejanza de un héroe de leyenda o, mejor dicho, como un príncipe de Las Mil y una Noches.
Napoleón III, recibió a la embajada birmana, convencido, por las razones que Girodon le expuso, la alianza quedo concertada. Regreso nuestro héroe a Birmania, donde su fama aún fue en aumento, y sin decaer un momento, en plena apoteosis, murió en Rangún, el 15 de septiembre de 1885.
Gisela Ortega es periodista.
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