Violencia endógena, por Teodoro Petkoff
Lo que está ocurriendo en el universo del oficialismo, a propósito de las elecciones regionales, no es cuestión de encogerse de hombros, pensando que se están matando entre «ellos». Los fogonazos de violencia que se han producido son suficientes para hacer sonar las alarmas, porque aquélla, de no ser contenida, puede derramarse sobre otros sectores del país.
Lo que ocurrió en Barinas, en el mitin promovido por Wilmer Azuaje el sábado pasado, así como a las puertas de un canal local de TV en el cual se encontraba aquél al día siguiente, es sumamente grave. En el primer caso, un grupo de motorizados abaleó a mansalva a los asistentes, dejando una veintena de heridos.
En el segundo, unos pistoleros asesinaron a balazos a dos compañeros de Azuaje, que lo esperaban. Es bien sabido que Wilmer Azuaje y otros dos alcaldes pertenecientes al PSUV están protagonizando una confrontación con el clan Chávez, en particular con Argenis Chávez.
Han hecho denuncias sobre el «presunto» enriquecimiento ilícito de familiares muy cercanos del Presidente y han anunciado su disposición de enfrentar electoralmente a los candidatos del clan, en particular al propio Argenis, quien pretende sustituir a su padre en la gobernación, en lo que sería un escandaloso episodio nepótico. Sería demasiada coincidencia que los hechos sangrientos fueran ajenos a la confrontación entre Wilmer Azuaje y el menor del clan Chávez.
Por otra parte, en Yaracuy por poco linchan a Carlos Escarrá, enviado como árbitro en el pleito interno, pero acusado por sus atacantes de haber actuado parcializadamente, desconociendo los resultados arrojados por la elección interna de autoridades del PSUV.
Hay, pues, una atmósfera de tempestades e intolerancia en los predios del oficialismo, que no es sino fruto de la prolongada siembra de vientos realizada por el propio Presidente.
Formados en la idea de que quien piensa distinto es un «traidor» y un «enemigo» que debe ser aniquilado, los «compatriotas» del PSUV no parecen concebir otra forma de lidiar con situaciones conflictivas sino la de la violencia y el plomo.
A esto hay que ponerle coto rápidamente, porque la violencia «endógena» puede derivar hacia la «exógena», por muy poco que el oficialismo se tome en serio los apocalípticos anuncios del Presidente acerca de la «guerra» que sobrevendría si la oposición «osara» ganar gobernaciones y alcaldías tan importantes como las de Miranda y Caracas. La inescrupulosidad de ese verbo podría llevar a quienes no tienen problemas en disparar sobre sus propios compañeros a hacerlo contra quienes, con todo derecho democrático, les disputan espacios en las instituciones del Estado. Sería muy conveniente que los hechos de violencia habidos sean investigados, sancionados y establecida, para también sancionarla, su autoría intelectual. ¿Es demasiado pedir en una sociedad supuestamente civilizada?