¿Y de Danilo qué?, por Teodoro Petkoff

Mientras el palo va y viene entre Uribe y Chávez y las cosas parecieran estar tomando un cauce más racional, forzoso es retomar el caso Anderson. No se puede permitir que este grave asunto se vaya diluyendo en las aguas de los escándalos sucesivos y vaya quedando reducido a las llamadas “paginas rojas” de los diarios, como tema de las fuentes informativas policiales y judiciales, hasta que no quede de él sino recuerdo borroso de otro “cangrejo” más.
Hasta el sol de hoy nada se sabe de la autoría intelectual, a pesar de que varias veces se afirmó que ya la tenían detectada. José Vicente Rangel, incluso, se permitió sugerir, una vez, que “por la plaza de Altamira fumea”, en alusión a los militares que allí estuvieron atrincherados, y en el diario VEA, un seudonimista ( “Marciano” ), cuyo estilo, si no es el de un imitador, recuerda demasiado al del pana de “Cicerón”, llegó hasta la difamación, al acusar a Marcel Granier, a Alberto Federico Ravell y a Miguel Henrique Otero de estar detrás del bombazo.
Pero la idea de que en el origen del atentado estuvo una voluntad política que asumía el terrorismo como herramienta, ha perdido fuerza ante la aparición de sórdidos indicios de una historia de chantaje y de mafias delictivas incrustadas en la propia Fiscalía. Con excepción de las nada veladas insinuaciones de Jesse Chacón sobre este aspecto del caso, el gobierno ha guardado el más impenetrable silencio. Pero el país tiene derecho a ser informado sobre esto. La Fiscalía, en particular, está obligada a hablar.
No puede ser que circule por allí la versión, especialmente alimentada por las declaraciones de Chacón, de que Anderson era el capo de una mafia de extorsionadores, y el gobierno no diga nada. No puede ser que se diga que Anderson había montado todo un parapeto con las inefables imputaciones a la gente que estuvo en Miraflores el 12 de abril de 2002, para luego, a través de dos bufetes (Chacón dixit) cobrar gruesas sumas por “sacar” a la gente de la lista, e Isaías Rodríguez no diga nada. Quienes intentaron aprovechar la muerte de Anderson, promoviendo su canonización política (exequias en el parlamento, salvas en el cementerio, Orden del Libertador, discursos y declaraciones “desgarradores”, bustos, plan de becas Ayacucho con su nombre, “ese muerto es nuestro” ), hoy guardan un silencio por demás capcioso.
¿Qué pasa entonces con las apologías que desde el gobierno quisieron hacer de Anderson un “mártir de la revolución” ? No puede ser que, con excepción del nombre de un tal Sócrates Tiñaco el gobierno no le haya dicho al país quienes son los supuestos abogados extorsionadores que Chacón señaló y qué se va a hacer con esto. ¿Cómo es esa historia de los videos con los que tanto se especula y del “millardito” que dicen Anderson tenía en su apartamento? ¿Todo eso puede circular sin que el gobierno aclare nada? Más luz, señores, por favor, porque en la sombra del misterio no trabaja sino el crimen. Palabra de Bolívar, a quien no sólo Chávez sabe citar.