Yo dialogo con yo, por Teodoro Petkoff
En el «Aló Presidente» del sábado pasado, en el cual intervino el gobernador de Sucre, Ramón Martínez, cuando éste intentó plantear una queja al Presidente, fue conminado por Chávez a ser «concreto». Es de imaginar que al igual que nosotros, los pocos venezolanos que soportan esas radioculebras, deben haberse quedado estupefactos. ¡Hugo pedía «concreción» a un interlocutor! ¡Asombroso! Este charlatán irredimible, este poseso de la más feroz logorrea (diarrea verbal), este señor que no puede expresar la idea más sencilla sin dar vueltas por la niña Rosinés, la abuela Rosinés, los topochales de Sabaneta, hacer por enésima vez el juego de palabras entre Mato Grosso y grosso modo, recordar anécdotas de la «casa de los sueños azules», burlarse de los escuálidos, hacer chistes malos a propósito de alguno de sus ministros y, al fin, caer en la idea que veinte minutos antes pretendió transmitir, este señor, pues, pidió a su interlocutor, al cual no dejaba hablar, interrumpiéndolo continuamente, ¡que fuera «concreto»! Esta es la idea que Hugo tiene de un diálogo. Ni siquiera a uno de los gobernadores que lo respaldan podía escucharlo. Peor aún, cuando al fin Martínez logró hacer saber que reclamaba algo a un funcionario de Foncrei, ¿creerán ustedes que Hugo dijo algo así como «voy a investigar»? Pues se equivocan. Hugo, de inmediato, desestimó el reclamo del gobernador y sentenció que el funcionario señalado es un eficiente servidor público, más allá de toda sospecha y que él, Hugo, no podía prestarle atención a observaciones «inespecíficas» como las que hiciera el gobernador de Sucre.
¿Cómo diablos pretende Chávez que el país le crea cuando habla de su disposición al «diálogo»? Rangel pregunta si no es importante que el Presidente llame al diálogo. Lo sería si se le hubiere visto receptivo y atento a los planteamientos de Ramón Martínez. Pero quien lo vio no puede sino pensar que si así «oye» a un gobernador de los «suyos», qué quedará para aquellos a quienes considera adversarios.
Sin embargo, en el programa del sábado se podía distinguir un punto de desesperación. Chávez parecía el tipo que silba en la oscuridad para darse valor. Porque, en fin de cuentas, por una vez en estos tres años la agenda del debate público no la pone Chávez sino quienes lo adversan. El gran tema de discusión, abierto, a pleno aire, es el de la salida de Chávez. Hay opiniones para todos los gustos. Desde los que abogan por su renuncia hasta los que piden un golpe militar, pasando por quienes proponen referendos u otras formas de presión política o popular, sin que falte quien sugiera que hay que dejarlo terminar su periodo para no crear un mito. Tres años escasos de gobierno y ya el país político no tiene otro tema que el de cómo quitarse de encima a su Presidente. Y ha ocurrido lo impensable. El todopoderoso Hugo Chávez ha descendido de su Olimpo para polemizar con quienes piden su salida. Peor aún: ahora se lanza como cheer leader de los contracacerolazos. Mayor signo de la bancarrota del Gobierno no puede haber. Perdió la iniciativa. Será por eso que Rangel en la entrevista dominical de El Universal más patético no podía estar