Yo y Las Bestias, cine para escuchar
Llegó a cines de Venezuela el debut cinematográfico de Nico Manzano, Yo y Las Bestias, que hace de la música su mejor vehículo narrativo y estético. La primera película del director se estrenó en cines de Caracas, Barquisimeto, Guatire, Maracaibo y Maracay
Yo y Las Bestias es más que una película. La cinta, que finalmente está en vines comerciales de Venezuela desde este 27 de abril de 2023, se pasea también por los territorios del videoarte, del videoclip, del registro documental de un proceso creativo, de la catarsis de su autor.
La aparente simpleza de la historia esconde muchas capas, como pistas musicales que soportan una canción de compleja producción. Andrés Bravo (Jesús Nunes) lidera la banda Los Pijamistas, que hace sifrirock en la capital mientras el poder ya se ha mostrado represor a la vez que hambreador.
Con sus compañeros se enfrenta a la realidad de hacer música en un país que se va demacrando aceleradamente, golpeando su propio entorno, apagando esperanzas, matraqueando el hartazgo. A más precariedad, más necesidad. Por eso el grupo acepta tocar en el Festival Suena Caracas, aquella vitrina de propaganda que el chavismo inauguró hace casi una década donde terminó siendo una raya participar.
Pero en 2016 los filtros se agujereaban. Hay que agarrar aunque sea fallo. Así como en la vida real hubo artistas que subieron a aquel escenario, en la ficción creada por Nico Manzano Los Pijamistas aceptan. Excepto Andrés.
Ruptura. Dame mis canciones e instrumentos. «Vayan a mamarle el guevo a los militares». Así comienza el viaje del protagonista, una búsqueda por concretar un proyecto solista capaz de encontrar arte que cree refugio ante la precariedad.
La pantalla se convierte en un espejo para casi todos los músicos de rock de Venezuela, esos que han debido equilibrar su trabajo «de verdad» con la pasión, que avanzan en repertorios al ritmo calmo del destajo, de lidiar con el poder o bailar a su ritmo. Se verán en Andrés Bravo con Las Bestias que lo siguen , lo interpelan, lo complementan, lo acompañan, mientras se enajena de una realidad que asfixia, cual discurso repetido en cadena.
¿Logrará completar una nueva canción? ¿Construirá un repertorio completo? ¿Pasará la página de Los Pijamistas? ¿Qué obstáculos encontrará en el camino? Las respuestas las va dibujando de amarillo el director Nico Manzano en la pantalla y, especialmente, en los sonidos. Porque Yo y Las Bestias pone un acento particular, hondo, en lo que se escucha.
Claro que las canciones, los acordes, los ritmos marcan la ruta, pero también lo hacen los detalles. Manzano se esfuerza en mostrarnos una Venezuela que se ve y se oye, con sus guacharacas, sus sonidos urbanos, el golpe del agua, el rugido del mar. Un espacio de realidad que calla cuando Las Bestias toman el control y sumergen al protagonista y al espectador en una atmósfera propia de armonías.
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Al músico protagonista se le viene encima un país cual maremoto, como ingeniosamente sugiere el director en un encuadre logrado en esta cinta íntima, de situaciones insólitas pero posibles -Macondo nuestro- y de planos incómodos, donde pocos rostros compiten con el de Andrés Bravo. Una historia donde la trascendencia y la pasión se arriesgan a perder, a uniformarse, con una víctima más.
Es el resultado de un proyecto personalísimo de Nico Manzano, que halló en Jesús Nunes quizá su mejor alter ego; un actor que logró rápidamente conectar con la vibra del director hasta convertirla en la de su propio personaje. Y así nacieron otros, tomando referencia directa de escenas de su propia vida.
El debut de Manzano lo muestra entregado a las estéticas. Por un lado, a la visual, la de composiciones minimalistas y simétricas que convocan a la contemplación. Y, por otro, a la del sonido que, a ratos, invita incluso a cerrar los ojos. Un desafío interno que marca su propia cinta, y un reflejo de la obsesión por conseguir la perfección desde el registro hasta la mezcla.
La película, que se estrena en salas venezolanas luego de recorrer el circuito de festivales participando en selecciones oficiales y premiaciones, está hecha para verla crecer como composición indie de consumo hipnótico, atrapando al espectador durante poco más de 70 minutos para luego, de sopetón, regresarlo a la realidad.
Yo y Las Bestias es también un testimonio del cine guerrilla, del que se hace mientras la sangre corre sobre el asfalto -como en 2017-, del que se inscribe en las disidencias culturales, del que deja una polaroid de un país que ya no está pero sigue vivo; y del que reivindica, también, al sifrineo nacional.
PS: Alguien que tome esos nombres de bandas y las haga realidad. Punk.