Contra la dictadura, ¡dolarización!, por Carolina Gómez-Ávila
Autor: Carolina Gómez-Ávila | @cgomezavila
Como pretender atravesar la selva amazónica asistidos por el mapa del genoma humano, como calcular el índice de precios a partir de la escala musical, como curar una obstrucción intestinal con antidepresivos. Es un disparate intentar resolver un problema con herramientas usadas para categorías inconexas.
Pero cuando un pueblo está desesperado, los inescrupulosos se aprovechan de su confusión e ignorancia y les hacen dar por bueno lo que no solucionará su problema. A menos que para Henri Falcón no sea un problema que vivamos en dictadura sino sólo la economía, como declaró el sábado pasado. En ese caso hay que advertir a todos que si para él la dictadura no es “el verdadero problema de Venezuela”, no le preocupará en lo más mínimo continuarla de llegar a ocupar la silla de Miraflores.
Se ve que le han recomendado aquello de “¡Es la economía, estúpido!”, una frase a la que endosan cantidad de imprecisiones históricas e interpretativas: En la carrera presidencial que llevó a Bill Clinton hasta el salón oval, James Carville -su estratega de campaña- mantuvo anotadas en una pizarra cuatro reglas en las que el candidato se debía enfocar en cada aparición pública y que podrían traducirse como “Cambio versus más de lo mismo”, “La economía, estúpido”, “No olvidar el sistema de salud” y “El debate, estúpido”, en ese orden. Sólo Carville sabe si estos eran todos los puntos que recomendaba a Clinton o si le recordaba sólo aquellos en los que más fallaba el entonces candidato.
En todo caso, fue solamente la segunda frase de ese pizarrón la que se hizo popular. Pienso que su fama no se debe a la genialidad del contenido, sino al hecho de que Carville se atrevió a tratar como estúpido a quien terminó siendo el presidente del país más poderoso del orbe. Al trascender la sentencia, se le adosó una interpretación según la cual todo candidato en campaña debe mantenerse enfocado en los problemas y necesidades de la vida cotidiana de los electores. Recomendación que no debe ser confundida con populismo, por cierto.
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El asunto es que Venezuela en 2018 no tiene parecido alguno con EE.UU. 1992. Un buen Carville criollo escribiría en la pizarra algo así como: “La comida, estúpido”, “La luz, estúpido”, “El agua, estúpido”, a ver si el candidato logra conectar en su mente que el papel moneda verde es más abstracto para la masa que una obra de Cruz Diez. Habría que decirle al estúpido que, para quien nunca los vio, oír hablar de dólares no está anclado a emoción alguna.
En Venezuela, además, hay una promesa que exige ser incluida: el fin de la dictadura. Del retorno a la democracia dice poco y, cuando dice, pareciera que habla de un proceso lento e incierto. Tal como cabría imaginar si el candidato fuera el hombre escogido por la tiranía para la sucesión presidencial a fin de “suavizar” la economía pero manteniendo en el poder, con todo lo que ello implica, a quienes nos tienen secuestrados
La idea contraria -que está en la carrera para perder- no toma en cuenta lo mucho que podría convenirle al aparato que gane, en caso de que lo hubieran acordado.
El asunto es que a tres semanas del parapeto electoral, un tirano y un estratega estúpido intentan distraernos de que estamos en dictadura con una promesa descolgada de lo que deberemos afrontar. No veo solución en esa propuesta y sí veo la intención de evitar reparar el grave problema institucional y democrático del país.
Creo que cuando Carville recomendó aquellas reglas a Clinton no pretendía que eliminara el resto de los temas de su mensaje electoral, sino le exigía que a todos les encontrara la relación con la cotidianidad de los electores. Pero no todos tienen talento o disposición para explicar la estrecha relación que hay entre el funcionamiento de las instituciones y la hiperinflación, ni lo imprescindible que es sanar lo primero para que lo segundo remita. Y de allí podría venir lo de “estúpido” pues, como dijo Charles Richet, “estúpido no es el hombre que no comprende algo, sino el que lo comprende bastante bien y sin embargo procede como si no entendiera”.