A 80 años del fin de la guerra, en Berlín la memoria camina contigo

Berlín no es solo una ciudad, es una advertencia que respira. Ocho décadas después del mayor conflicto armado del siglo pasado, sus calles, monumentos y silencios hablan de lo que fue y de lo que no puede repetirse. Entre placas doradas en las aceras, memoriales que estremecen y parques que esconden historia, la capital alemana conserva sus cicatrices abiertas, no como heridas sino como lecciones. En tiempos en los que la extrema derecha vuelve a ganar terreno, Berlín insiste en recordar. Esta pieza fue posible gracias al apoyo del Programa Internacional para Periodistas (IJP, por sus siglas en alemán)
Fotos: María de los Ángeles Graterol / Archivo
En la Alemania contemporánea de 2025, esa que conmemora este 8 de mayo los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, la memoria no se guarda en vitrinas ni se pronuncia solo en discursos oficiales. En Berlín, la ciudad sobreviviente, la historia está viva. Está en las calles, en los muros, bajo tus pies. No hay paso que no se cruce con el recuerdo de lo que fue una ciudad dividida, herida y luego reconstruida sobre sus propias ruinas.
Caminar por Berlín en este aniversario es seguir una ruta de memoria silenciosa, pero profundamente elocuente. Allí están las Stolpersteine, esas pequeñas placas doradas incrustadas en las aceras frente a casas, tiendas, mercados: recordatorios de personas judías perseguidas y asesinadas por el régimen nazi. Esos nombres, a ras de suelo, obligan a detenerse, a inclinarse, a mirar hacia abajo. No para bajar la cabeza, sino para no olvidar.
El sol de las nueve de la mañana cae sobre Bebelplatz, donde el 10 de mayo de 1933 ardieron más de 20.000 libros prohibidos; libros de escritores, poetas, periodistas que no seguían las líneas del ideal del nacionalsocialismo. Hoy, una instalación de vidrio permite ver una biblioteca vacía bajo tierra. Encima, alguien ha dejado una docena de rosas rojas. A unos pasos, un guía le habla a un grupo de turistas que escucha en silencio. Berlín, incluso en su cotidianidad, sabe interrumpirse a sí misma para recordar.
La memoria aquí no es lineal. No se ofrece en un solo lugar, sino que se despliega como una red. Desde el estremecedor Memorial a los Judíos Asesinados de Europa, con sus bloques de hormigón que se elevan y se hunden como olas de concreto, se puede caminar unos metros hasta un aparcamiento cualquiera. Un espacio anodino, rodeado de edificios residenciales y un pequeño parque. Allí debajo estuvo el búnker de Adolf Hitler. No hay monumento, ni estatua, ni dramatismo. Solo una placa sobria. Berlín no oculta ese pasado, pero tampoco lo glorifica. Lo muestra, sin adornos. Lo deja allí, como un dato que duele y advierte.
Y hay algo profundamente simbólico en que ese lugar, reducido hoy a lo más común y silencioso, se encuentre al final de una calle que desemboca en la Hannah-Arendt-Straße. La pensadora judeo-alemana, exiliada por el nazismo y autora del concepto de la “banalidad del mal”, da nombre a esa vía. Es casi irónico, pero también necesario: que el lugar donde Hitler se ocultó para morir quede ahora bajo una calle que honra a una mujer que dedicó su vida a pensar, analizar y denunciar las raíces del totalitarismo. Una calle con su nombre, marcando el final de ese callejón de la historia. Otra decisión urbana que dice sin gritar: aquí no se olvida.
Unos kilómetros más al sur, en la Topografía del Terror, los visitantes recorres los restos del cuartel general de la Gestapo, la temida policía secreta de la Alemania nazi, y las SS. El museo al aire libre, montado sobre las ruinas, presenta fotografías, documentos y testimonios con una crudeza sin concesiones. Aquí no hay efectos especiales ni filtros narrativos. Solo hechos, nombres, fechas. Y la pregunta inevitable: ¿Cómo pudo suceder?
Más adelante, el Museo Judío de Berlín, diseñado por Daniel Libeskind, traduce el dolor en geometría. Pasillos inclinados, ventanas que no muestran el exterior, salas que se estrechan y oscurecen. Todo en su arquitectura desorienta, como metáfora física del exilio, la exclusión, la pérdida.
Pero la ciudad también habla desde sus contrastes. La diferencia entre la Berlín del Este y la del Oeste aún es visible: bloques sobrios, funcionales y repetitivos de la antigua República Democrática Alemana frente a la arquitectura más ornamentada, diversa y comercial del sector occidental. A pesar de más de tres décadas de reunificación, la herida del muro —cuya línea todavía se puede seguir por el suelo— permanece latente. Basta caminar por la East Side Gallery para verlo convertido en lienzo, en mural de protesta, en símbolo resignificado.
Y hoy, justo al pie de la Puerta de Brandeburgo, epicentro de tantas postales bélicas, se levanta una galería al aire libre. Imágenes de la guerra, del derrumbe, del renacer. Rostros anónimos, escombros, soldados, cicatrices. Y luego, esas mismas calles, ahora son transitadas por bicicletas, turistas, músicos callejeros, niños.
En este 2025 marcado por el ascenso de la ultraderecha y la reciente llegada de Friedrich Merz al poder, la ciudad parece aferrarse con más fuerza a su vocación por la memoria. Berlín sabe que recordar no es solo un deber con el pasado, sino una defensa activa del presente. Porque frente a los intentos de banalizar el horror o de reescribirlo con otros lenguajes, esta ciudad responde con hechos, espacios, nombres. Con memoria convertida en arquitectura, en silencio, en piedra.
Caminar por Berlín hoy no es solo una visita turística. Es un acto de consciencia. Una conversación con el tiempo. Una advertencia. Porque aquí, incluso lo invisible habla.
En ese Berlín ahora, sin balas ni estruendo, queda ese algo silencioso que te obliga a recordar. Así lucen este 8 de mayo, Día de la Victoria, algunos de los lugares más simbólicos de la ciudad donde la guerra dejó su huella más profunda. Escenarios del pasado convertidos en testigos del presente, donde las imágenes de entonces y de ahora dialogan a través del tiempo.
- Soldados del ejército alemán heridos en la franja central de la calle Unter. Berlín, 3 de mayo de 1945. Foto: Iwan Schagin. Museo Karlshorst de Berlín.
- Puerta de Brandeburgo el Día de la Victoria en 2025.
- Frente a la Columna de la Victoria, soldados soviéticos celebran la rendición alemana el 8 de mayo de 1945. Foto: Imago/ITAR-TASS.
- Iglesia Memorial Kaiser Wilhelm, calle Budapester. Berlín, 3 de mayo de 1945. Museo Karlshorst de Berlín. Foto: Iván Schagin.