Israel en el banquillo, por Simón Boccanegra
Los llamados políticos «duros» son siempre un problema. Suelen despertar mucho entusiasmo entre los electores porque se les atribuye mano firme y eso, en países que viven situaciones difíciles, siempre resulta seductor.
Pero los políticos duros suelen volverse parte de los problemas y no de las soluciones. Porque su primera opción es por lo general la fuerza y no la negociación. La política, vaya. Cuando supe de la elección de Benjamín Netanyahu como primer ministro de Israel tuve pocas dudas de que su gobierno iba a crear graves calamidades para su país y para la causa de la paz en el Medio Oriente. Así ha sido.
El asalto pirático a la flotilla humanitaria que iba a Gaza, con su saldo de muertos y con el universal grito de cólera que ha levantado, ha colocado a Israel en una situación muy difícil y comprometida. No hay justificación alguna para lo que se ha hecho. Ha sido un verdadero tiro por la culata, que le ha dado en la frente al premier israelí. A nadie en el mundo van a convencer de que 19 muertos, todos activistas que iban en los barcos, ninguno del ejército israelí, no fueron producto de un uso desproporcionado y brutal de la fuerza armada.
Esa innecesaria operación militar ya fue una provocación. Si se trataba de detener las naves, existen procedimientos que no requieren hacer aterrizar helicópteros con soldados en la cubierta de una de ellas. Pero es que ya el mero bloqueo de Gaza forma parte de la lógica bestial del «duro» Netanyahu. Un bloqueo cuyo cese clama el mundo y que promueve actos de solidaridad con la población de Gaza, no con Hamas, como el de la flotilla humanitaria. Netanyahu debería renunciar. Ha demostrado que no está a la altura de un conflicto tan peligroso como el del Medio Oriente.