El amargo dulzor del papelón y la panela
Autor: Miro Popic|@miropopiceditor
La oposición política venezolana está como el sentimiento dulce de Venezuela, dividida. Y, más que eso, polarizada, a pesar de que la unen los mismos componentes y objetivos, que no son otros que mejorarnos la percepción de la vida a partir del entendimiento para compensarnos de tanta amargura.
El gusto por el dulce en Venezuela se democratizó con la llegada de la caña de azúcar a partir de comienzos del siglo XVI. Lo que hasta entonces se obtenía con miel natural y silvestre, comenzó a hacerse popular con solo partir un tallo de caña de azúcar y chuparlo, cosa que primero hacían los esclavos antes que sus amos, quienes debían esperar la transformación en papelón para edulcorar su existencia. Fue el oscuro papelón y no la blanca azúcar el que marcó el gusto a partir de entonces. Mientras el azúcar identificaba al poder, blanco y mantuano, el papelón era cosa de oposición, mestizo, pardo y mulato. Por más que los uniera el dulce, los que optaban por la meladura de caña andaban cada uno por su lado.
El papelón fue siempre abundante y fácil de elaborar, por eso su consumo se hizo popular, constantemente mayor, lo que verdaderamente contribuyó a desarrollar, quizá en exceso, el gusto por lo dulce de los venezolanos. Hasta 1950 aquí se produjo más papelón que azúcar refinada. Esta diferenciación social en el consumo de la caña de azúcar procesada, la blanca y refinada para los más pudientes, la primitiva y sin refinar para los más pobres, en la práctica se debió más a la rudimentaria condición de los ingenios azucareros de la época, que a una discriminación racial o social. El azúcar refinado requiere procesamientos complicados y costosos mientras que la meladura sin procesar transformada en papelón es más simple, fácil de conservar, se elabora incluso artesanalmente, con métodos rudimentarios sin mayor tecnología.
Nuestro lado dulce tiene dos vertientes: la panela y el papalón. Es lo mismo pero no se escribe igual. La meladura de caña tiene diversas expresiones en América, donde la nombran chancaca, raspadura, piloncillo, chincate, panocha, etc., apelativos provenientes más de la forma que del contenido. Solo en Venezuela se le llama papelón, especialmente en oriente y la región central. Por los lados occidente y los Andes se habla en cambio de panela.
¿De dónde viene el nombre de papelón? Está íntimamente ligado al molde, de madera o de barro, donde se vacía la miel de caña que tiene forma de cucurucho de papel con que los confiteros y boticarios envolvían sus mercancías. Ese cucurucho se hacía también con un papel grueso al que llamaban cartón o papelón, palabras españoles que en los tiempos de El Quijote pasaron a ser sinónimos. José Medrano, en un libro sobre el lenguaje maracaibero, de 1883, dice que “por acá llamamos cucurucho al papelón de figura cónica que suele fabricarse en Coro y en la isla de Margarita”. Hacia oriente, en las sabanas de la Nueva Andalucía que describía el padre Caulín, en 1759, se habla también de “dilatados valles en que los habitantes cultivan y logran crecidos frutos de azúcar, miel, papelones, maíz, cazabe y arroz…”.
La voz panela viene de la forma en que se cuaja la meladura de caña, cuando se hace a manera de ladrillo cuadrangular, común en las tierras andinas y en los países vecinos. Jorge Isaac, en su novela María, pone en boca de uno de sus personajes una frase donde dice “no faltó la panela chancaca, dulce compañera del viajero, del cazador y del pobre”. Panela, en España, era una especie de azúcar no refinada que provenía de las Islas, es decir, las Canarias, donde la caña había llegado mucho antes de Colón, llevada desde Madeira por los portugueses, sus primeros grandes cultivadores. Panela es voz portuguesa que significaba originalmente paila, vasija de barro o de metal que sirve para cocinar alimentos, nombre que luego paso al contenido.
El nombre panela persiste en el occidente del país, mientras en la zona central hablamos de papelón. Se trata del mismo contenido, el dulce, pero no lo nombramos igual. Todos queremos lo mismo, unos con el papelón, otros con la panela. Pero insistimos en la división de la amargura. Igual que la oposición.