Buro chavismo, por Teodoro Petkoff

Ayer Chávez se refirió nuevamente al tema de la burocracia inservible y obstaculizadora de su gestión. Se ve que el asunto lo desvela porque viene descubriendo que buena parte de sus directivas y órdenes se van quedando enredadas en las mallas de un aparato estatal elefantiásico, lento e ineficiente. Sin embargo, la rueda ya está inventada, señor Presidente. Tropieza con una piedra que ya otros habían pateado antes que él: la de un Estado y un aparato administrativo que no son parte de la solución sino que son precisamente el problema. El asunto está más que diagnosticado y proyectos de reforma del Estado no son precisamente los que faltan. Sobran más bien y hasta algunas cosas se hicieron para enfrentar esa patología.
Pero la gestión chavista ha empeorado lo que ya venía mal. Por una parte, la subordinación de todos los poderes públicos al Ejecutivo, la cual es inmanente a la fisiología del petroestado venezolano, que hipertrofia el Ejecutivo, ha sido potenciada enormemente ahora por una concepción que ni siquiera admite la ficción de separación de poderes que fue propia del prechavismo y que, así fuera en la intención, trataba de ajustarse a una visión no hegemónica del ejercicio del poder. Ahora, existe una voluntad política expresa que rechaza la separación de poderes y que procura una hegemonía política, con todos los poderes públicos estrechamente apretados por el puño presidencial. De modo que el control de unos poderes por los otros, y en particular del Ejecutivo por los demás, hoy es prácticamente inexistente.
Cuando Chávez se queja de la burocracia obstaculizadora no percibe que ha ido perdiendo los instrumentos institucionales que le permitirían enfrentar, en el plano político y conceptual, la enfermedad. La Asamblea Nacional no controla ni discute la gestión del Ejecutivo; el Poder Judicial no ampara derechos de nadie; la Fiscalía no garantiza la legalidad de los actos del poder y la Contraloría ha dejado la administración pública librada a la voracidad de toda clase de pillos. En estas condiciones, los reclamos de Chávez se estrellan contra unos poderes públicos cuya propia dinámica, subordinada a la voluntad presidencial, les impide jugar el rol de contrapesos internos. En realidad, refuerzan la ineficiencia que Chávez denuncia.
Por otra parte, el proceso de descentralización política y administrativa ha sido asfixiado en los años de Chávez. Este, que fue uno de los pocos avances en la lucha por la reforma del Estado y cuyos resultados pueden apreciarse en la mejoría de las administraciones regionales y locales, podría morir definitivamente si se concreta una avalancha oficialista en las próximas elecciones porque prácticamente nos retrotraería a los tiempos en que los gobernadores eran designados por el Presidente. En el cuadro político actual, aunque elegidos, los gobernadores y alcaldes del chavismo estarían tan sometidos a la voluntad personalista del caudillo como lo están diputados, magistrados del TSJ, fiscal, contralor, defensor y rectores del CNE. El relativo equilibrio centro-periferia sería sacrificado en el altar de la voluntad hegemónica de Chávez. La lucha contra la burocratización y la ineficiencia del Estado y el gobierno no depende sólo de la voluntad del gobernante sino de la creación de instituciones que contrarresten aquellas. Esta es la verdadera vitamina que Chávez exige.
El no lo ha hecho sino que, por el contrario, está destruyendo las muy precarias que heredó. Pronto descubrirá que su llantén no le sirve de nada: la ineficiencia y la corrupción de su aparato burocrático ahogarán en un océano de fracasos sus planes, proyectos y misiones.