Caos en Guayana, por Teodoro Petkoff
En alguno de sus irresponsables discursos, El Gran Charlatán afirmó con la mayor tranquilidad que antes de su llegada al gobierno «en Guayana, durante cuarenta años, no se hizo nada». De una sola sentada el tercio se atribuyó la construcción de Sidor, de Alcasa, Bauxilum, Venalum, Carbonorca, de las represas de Guri, las Macaguas y Caruachi, así como de las autopistas de Ciudad Guayana a Ciudad Bolívar y a Upata, de toda la vialidad urbana de Puerto Ordaz y San Félix, al igual que la del puente de Angostura. También, por supuesto, habría sido su gobierno el que nacionalizó la explotación de mineral de hierro.
A Chacumbele, en efecto, el país no le debe ninguna de esas grandes obras, pero sí la virtual destrucción de casi todas ellas. Este gobierno que, aparte de terminar el segundo puente sobre el Orinoco, comenzado durante el gobierno de Caldera, no ha construido nada, absolutamente nada, en Guayana, ha llevado al borde del colapso a las llamadas empresas básicas. Desde su estatización, Sidor viene rodando por un despeñadero. Caída en la producción, semiparalización de secciones enteras de la planta, con cientos de trabajadores enviados a sus casas con medio sueldo, accidentes mortales a cada rato, ingresos palo abajo, exclusión de los trabajadores y ex trabajadores-accionistas.
Lo del aluminio es un verdadero caos.
Alcasa está más que quebrada y al borde del cierre técnico. Bauxilum está afectada por un descenso de la producción de bauxita en Los Pijiguaos, debido a falta de mantenimiento, pero la propia planta de Bauxilum padece de graves problemas en sus equipos por razones semejantes. Falta de inversión es el nombre del juego. Los costos de producción del aluminio andan por 4.000 dólares/tonelada y los precios mundiales se han desplomado hasta los 1.100.
Venalum, que todavía está viva, trabaja a pura pérdida. En todas las empresas básicas, los sindicatos están en pie de guerra porque la «revolución socialista», vaya ironía, está afectando duramente los intereses de todo el proletariado guayanés.
Para colmo, ninguna de las grandes plantas le paga a Edelca, de manera que la gran empresa eléctrica, responsable de 70% de la electricidad que se consume en el país, está gravemente afectada en su flujo de caja.
En resumen, la industria pesada guayanesa es un barril sin fondo, que sobrevive gracias a la respiración boca a boca que le suministra el fisco nacional, que, por su parte, no recibe ni un céntimo de los impuestos que deberían cancelar esas empresas quebradas.
En sus diez años, Chacumbele no ha dado solución a ninguno de los problemas que encontró en Guayana, que, ciertamente, los había, pero se las ha arreglado para empeorarlos todos y crear unos nuevos, fruto de su exclusiva responsabilidad.
El desastre, para ser precisos, comenzó hace cinco años, mucho antes de la crisis mundial, cuando Chacumbele sentenciara que el carácter «socialista» de las empresas debía hacerlas olvidar esa pendejadita de la rentabilidad.
Dicho y hecho.