Cierre de la frontera cambió forma de vida de San Antonio
Autor: Omar Luis Colmenares
San Antonio del Táchira ya no se apega a la fe ni en los días santos. El cierre de la frontera con Colombia, que padece como una penitencia desde el 19 de agosto de 2015 hace casi un año, obligó a los sanantonienses a descuidar las misas y a realizar actividades que les son ajenas para poder subsistir.
«Esa medida dicen nos cambió por completo la forma de vida».
La Semana Santa pasada, por ejemplo, los ruegos en esta ciudad fronteriza se centraron en la reactivación de la economía, según comentan hoy, dos meses después, varias personas agolpadas frente a la Casa Parroquial, en la calle 4. Pero cada hora que pasa los lugareños sienten que las plegarias no sirven de mucho cuando se trata de ver cumplidas las promesas del gobierno, y confiesan que están a punto de perder hasta la esperanza.
«El gobierno cerró las puertas de la frontera al paso legal y las dejó abiertas al contrabando», sostiene Daniel Aguilar, presidente de Fedecámaras-Táchira.
A las 10 de la mañana el sol cae sin arrepentimiento sobre el paisaje reseco y hace reverberar el asfalto de la avenida Venezuela. Aquí no cabe la excusa de El Niño.
En esta ciudad el calor es un fiel acompañante que persiste indiferente a los horarios y a los fenómenos de la naturaleza. La nostalgia emerge de las tiendas de ropa, calzado, electrodomésticos y casas de cambio, que hasta hace poco estuvieron atestadas de clientes y durante años le dieron dinamismo a esta arteria vial que conduce directo hasta el edificio de la Aduana. Es una añoranza que, casi, invoca un milagro.
«Aquí lo que hay es hambre, miseria y desilusión. 80% de las empresas entre comercios e industrias han tenido que cerrar o disminuir sus actividades. Unas 20.000 personas han perdido sus trabajos», precisa Aguilar, para quien la solución al contrabando pasa por el cumplimiento de los convenios bilaterales entre Venezuela y Colombia, la eliminación de los controles y la designación de funcionarios honestos de lado y lado.
Es miércoles de la tercera semana del mes de mayo. La avenida Venezuela está despejada. Una seguidilla de santamarías bajadas muestra la situación de parálisis que mantiene a los comerciantes de la región angustiados, desconcertados. La proliferación de mototaxistas, que tienen como principales clientes a las personas necesitadas de pasar hacia el otro lado de la frontera, indica que no son muchas las opciones que les quedan a los empleados de negocios y emprendedores que, de la noche a la mañana, se encontraron sin nada que hacer.
CERRADA PARA LOS HONESTOS
El impacto económico del cierre de la frontera está cuantificado en cifras que generan alarma. El sector transporte de carga, por citar uno, ha denunciado que 2.500 unidades, entre camiones y gandolas, están paralizadas. Jorge Casanova, presidente de la Cámara Social de Transporte de Carga Pesada del Táchira, revela a manera de ejemplo que una gandola de tipo C3, con capacidad para 13 toneladas, produce mensualmente entre 5 y 6 millones de bolívares.
Precisa que 30 vehículos de estas características están sin rodar.
El licenciado Aguilar explica que el freno al paso del transporte cortó el ingreso de insumos importados de mercados europeos, asiáticos y de la misma Colombia. El resultado es que los industriales de la zona funcionan a 30% de su capacidad. El sector aduanero también sufrió un golpe, debido a que toda la mercancía era liquidada en la Aduana de San Antonio. Las mismas dificultades las tienen quienes exportaban.
La llegada de materia prima a través de la frontera favorece a los productores locales por la rapidez y la economía.
Aguilar indica que los barcos procedentes de Asia y Europa descargan en los puertos colombianos de Cartagena y San Andrés, y desde allí la mercancía la pueden recibir en poco tiempo y con menos gastos de transporte.
«La frontera está cerrada para la gente honesta, para quienes trabajamos y para quienes tienen su vida hecha en ambos lados de la región. La solución es aplicar el Convenio de San José de Tonchalá, que fue firmado en 1959 y establece las condiciones para el tráfico de personas y mercancías. Aquí había industrias con 100 y hasta 150 empleados. El Central Azucarero de Ureña, por ejemplo, podría generar 1.500 empleos si funcionara en tres turnos, pero desde que está en manos del Estado no opera más de seis horas diarias, y aquí no se consigue azúcar ni para el cafecito», se lamenta Aguilar.
AQUÍ TODOS SOMOS EMPRESARIOS
El economista Arnaldo Gutiérrez, expresidente de la Cámara de Comercio de San Antonio, tiene otra visión de la crisis. «Lo más grave es el daño cultural, sicológico y emocional que ha sufrido la región. Esto tiene visos de tragedia», dice.
Gutiérrez, sanantoniense de pura cepa, explica que San Antonio es una zona única en el país porque su creación está íntimamente ligada a la cultura empresarial. «Aquí a la gente le gusta hacer empresas y esto es lo que hemos hecho toda la vida. Esta característica es la que llevó al Instituto de Comercio Exterior de Italia a definir a esta ciudad como el único típico distrito industrial de Venezuela, a semejanza de lo que a principios de los años 60 fueron los distritos industriales en Italia, que permitieron el florecimiento de pequeños empresarios».
Arnaldo Gutiérrez, a sus 75 años, se siente identificado con su tierra natal.
Se traslada sin dificultad a los tiempos fundacionales. Cuenta que el destino de San Antonio quedó marcado cuando don Eugenio Sánchez Osorio entregó los terrenos que formaban parte de su finca para que los trabajadores que los hicieran producir adquirieran la titularidad.
Y así esta región del Táchira prosperó. Primero con la actividad ganadera y agropecuaria. La cosecha de café, que se exportaba hacia el exterior vía La Parada, última estación del tren y ya en territorio colombiano, la hizo famosa. A principios del siglo XX se podía llegar a Alemania por la ruta río Táchira, Maracaibo, Curazao, en 45 días. Un viaje a Caracas demoraba seis meses.
Luego comenzaron a llegar inmigrantes alemanes y mercaderías como alimentos y textiles del exterior. «Esto estimuló el intercambio comercial con Colombia, en particular con Cúcuta, ciudad que se abastecía con los artículos que proliferaban en el lado venezolano y a su vez brindaba posibilidades de esparcimiento», rememora Gutiérrez.
Desde el vecino país se vinieron y se instalaron trabajadores especializados en carpintería, metalurgia, marroquinería, zapatería, textiles, que se convirtieron en fabricantes y se adaptaron al espíritu emprendedor de la zona. Se integraron, se casaron colombianos con venezolanas y colombianas con venezolanos. Entre los años 60 y 70 San Antonio se consolidó como ciudad comercial e industrial. Y desde entonces, pese a las vicisitudes cambiarias causadas por el viernes negro, los tratados de integración que no tomaron en cuenta el dinamismo de esa frontera, la caída de la industria textil y del calzado, la cultura empresarial se mantuvo.
ES UN GOLPE A LA CULTURA, EMOCIONAL
Arnaldo Gutiérrez enfatiza: «En San Antonio, los trabajadores son emprendedores. Es un lugar donde florecen los llamados talleres satélites, creados por obreros que aprenden el oficio y montan su negocio en sus propias casas, donde en la noche arriman las máquinas para tender las camas». Registros de la Cámara de Comercio revelan que en el casco central de la ciudad operan 350 empresas formales y unas 500 que no están afiliadas.
Esta cultura, dice Arnaldo Gutiérrez, sufrió un golpe. «Aquí la gente no está a la espera de misiones ni de ayudas. Al pararse la producción, se afecta la sique del sanantoniense, su forma de vida. Esto sin contar que Cúcuta representa para San Antonio un desahogo desde el punto de vista social. Es un lugar para ir al cine, a comer, a bailar. San Cristóbal está muy lejos».
Gutiérrez mira a los motorizados ir y venir y no cesa de repetir que eso atenta contra «nuestro sentir, nuestra seguridad sicológica. La gente sigue inventando para producir, pero muchos de los jóvenes han tenido que dedicarse al oficio de mototaxista». Y, a simple vista, parece la forma más fácil para resolver.
A una cuadra de la Aduana, bajando por la avenida Venezuela, barreras metálicas cubiertas con alambre púa impiden el paso de los carros. Desde esa distancia se divisan grupos de personas que hacen pequeñas filas para entregar, en plena calle, a los efectivos de la GNB, los recaudos para pasar hacia «el otro lado». Lo curioso es que 20 metros más adelante hay otro grupo de guardias a quienes las mismas personas deben presentar los mismos papeles para que los vuelvan a revisar.
Esto lo cuentan personas que vienen de regreso y tuvieron que cumplir con esos «trámites».
LOS QUE PUEDEN PASAR
El paso hacia el otro lado, hacia Cúcuta, solo está permitido por razones humanitarias, por motivos de estudio o trabajo, y por tránsito hacia otro país. El primer caso se refiere a personas que están bajo tratamiento médico, necesitan un examen urgente o requieren una medicina. Estas urgencias deben ser demostradas con la presentación de informes y récipes a los efectivos de la GNB y del Saime.
Los que trabajan o estudian deben entregar actualizadas las constancias de trabajo de empresas, comercios y fábricas, y las notas, facturas de matrículas y pruebas de inscripción de institutos educativos. A los viajeros hacia terceros países los pasajes les sirven de salvoconductos.
Todos, sin excepción, necesitan presentar pasaporte, visas y autorizaciones del Saime que se tramitan en oficinas cercanas. Más nadie, de acuerdo con las restricciones legales, puede pasar hacia el otro lado.
Pero sí se puede. Y, en realidad, es relativamente fácil. El paso cerrado en todas las calles que conducen hacia la Aduana ofrece una imagen caricaturesca. Los obstáculos metálicos forrados de alambres lucen ridículos en medio del transitar de la gente. En los alrededores de esa zona «amurallada» decenas de mototaxistas esperan tranquilos, relajados sobre sus máquinas, la llegada de los clientes. No se molestan en ofrecer sus servicios. Simplemente aguardan.
Buenas, amigo, necesito ir a Cúcuta -le digo sin preámbulo a un mototaxista que se entretiene con su celular en una esquina, a las puertas de la agencia Turismo Internacional Over, que vende pasajes para ciudades de Colombia pero está cerrada.
Te puedo llevar por la trocha, porque hoy, mi pana, del Saime no vino -responde sin rubor y sigue wasapeando.
Los mototaxistas hacen traslados por los caminos verdes y hasta el mismísimo Puente Libertador. A las trochas recurren cuando ninguno de sus conocidos está de guardia en la Aduana. Los que tienen el contacto de turno pasan a los pasajeros frente a las narices de los GNB, soldados y funcionarios del Saime y los dejan, en menos de cinco minutos, al pie de la frontera. El costo por carrerita fluctúa, para la fecha en que pedí el «presupuesto», entre 15.000 y 20.000 bolívares. Todo depende de por dónde se vaya.
Si quieres, te llevo por la trocha. Si te da miedo, habla con el paisa de chaleco verde, él es funcionario del Saime. El motorizado señala a un hombre que va flanqueado por otros dos que, bolsos en mano, caminan hacia la Aduana.
La gente prefiere ir directamente hacia el Puente Libertador. Las rutas de las trochas son más peligrosas porque su control se lo disputan paracos, militares venezolanos y colombianos, y la delincuencia común.
En San Antonio abundan las historias de pago de vacuna, robos, violaciones y hasta asesinatos en esos «caminos verdes». Pero en el Puente Libertador también se ha hecho visible el drama humano.
Los lugareños refieren que ya son varias las personas que al ir en busca de medicinas o de una diálisis no han llegado a tiempo y han muerto en plena vía.
«Aquí hay miles de trochas», asegura el presidente regional de Fedecámaras. «Hay quien cree que cada funcionario controla una. Es como tener una finca».
Una parte de la conversación con don Arnaldo Gutiérrez se desarrolló en una mesa de la cafetería Qumiic´s dispuesta en la acera, sin agua, ni café, ni Coca-Cola. Era mediodía y el calor obligó a buscar con carácter de urgencia algo para refrescarnos. Tras una cuadra y media de negocios cerrados, en un edificio esquinero que sirve de asiento a la alcaldía del municipio Bolívar, un local está abierto: la Asociación Cooperativa Panificadora Levaduría Lanceros de Misión Vuelvan Caras.
Buenas, señorita. ¿Tiene agua? No, señor.
¿Y Coca-Cola, refrescos? No, menos.
¿Qué tiene de tomar? Agua con sabor.
Deme tres. ¿Tiene punto de venta? ¿Cómo se le ocurre?
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