«Conducta perniciosa», por Teodoro Petkoff
El Ministerio de la Cultura acaba de suprimir los subsidios del Estado a seis grupos teatrales venezolanos en aplicación de un criterio que reza textualmente: «No se financiará a colectivos e individualidades cuyas conductas públicas perniciosas afecten la estabilidad psicológica y emocional colectiva de la población, haciendo uso de un lenguaje ofensivo, descalificador, mintiendo y manipulando a través de campañas mediáticas dispuestas para tales fines».
El espíritu que inspira esta atrocidad se emparenta con el que inspiró a Stalin para reprimir a los intelectuales, sometiéndolos al paradigma de la «línea del partido» y del «realismo socialista» y con el que movió la represión fidelista, sobre todo en la funesta década de los 70, contra la intelectualidad cubana.
El Ministerio de la Cultura del chavismo actúa, respecto de los sectores culturales que de algún modo dependen de él, con la lógica de estos precedentes, así como con la de los establecidos por el nazismo, colocándose dentro de las coordenadas fijadas por Torquemada y la Santa Inquisición.
Esta achicharró a miles de personas, en el nombre de Dios, lisa y llanamente porque sus creencias eran consideradas «perniciosas» para la Fe.
No es que la Venezuela chavista sea la URSS o Cuba o la Alemania nazi y mucho menos la España de Torquemada, pero cuando El Poder inventa esta siniestra categoría, «conducta pública perniciosa», hay que ponerse mosca, y no dejarla pasar, porque la «filosofía» intolerante es la misma en todos los casos.
Es la primera vez que el régimen desnuda tan brutalmente sus designios en el campo cultural. Aunque Farruco Sesto y Héctor Soto han aplicado esos criterios para perseguir, discriminar y chantajear al mundo de las artes, no se había expuesto tan explícitamente, la «doctrina» subyacente. Ahora lo sabemos: hay una «doctrina», una «teoría», que sirve de soporte al confeso propósito de obligar a los intelectuales, mediante el chantaje abierto, a doblar la cerviz ante El Poder.
La «doctrina» castiga hoy posturas consideradas «perniciosas». Pero, ¿qué sería «pernicioso» y qué no? ¿Quién y qué lo definirían? ¿Qué compromete la chamba y qué no? Aterrador dilema. Cualquier cosa puede ser una «conducta pública perniciosa». No es un delito tipificado sino una calificación subjetiva, que depende del propio inquisidor, y que, atemorizando, castra el espíritu creador, induciendo autocensura y banalización. «Dentro de la revolución todo, fuera de ella nada» dijo Fidel Castro, a comienzos de los 70. La creación artística abierta, de allí en adelante, sólo fue posible en Cuba como función de la fidelidad a El Poder. En Cuba no hubo «realismo socialista», como en la Unión Soviética, y se podía ser pintor abstracto o poeta hermético, pero, eso si, a condición de pagarle peaje a El Poder.
Aquí no hemos llegado a eso…por ahora. La «línea del partido» no compromete al artista o intelectual desvinculado del Estado, pero se avisa a aquellos dependientes de éste, que toda «conducta pública perniciosa» de su parte será castigada por los esbirros «culturales». La cosa viene in crescendo. Desde la exclusión de Fabiola Colmenares del Celarg y de la Villa del Cine así como desde el cierre del Ateneo de Caracas y la expulsión de científicos del IVIC, ya vamos por la doctrina de la «conducta pública perniciosa». Hoy se castiga a grupos teatrales y a científicos del IVIC simplemente porque, a juicio de los inquisidores, mantienen «conducta perniciosa». Ésta sería aquella que contradice los preceptos políticos del régimen. En otras palabras, quien en el universo cultural o científico cubierto por el Estado no comulgue políticamente con Chacumbele no debe existir, no puede trabajar, es una no-persona, carece de derechos y su talento debe ser asfixiado por el peso del Gobierno. De establecer la condición «perniciosa» se encargan los farrucos, los sotos y los vilorias; los torquemadas del régimen.