El cáncer de las cárceles, por Teodoro Petkoff
Un Estado dentro del Estado; eso es lo que constituyen las cárceles venezolanas. Son territorios donde el Estado nacional no ejerce su autoridad, la cual ha sido delegada en los propios reclusos. Aunque tal vez sería más ajustado a la verdad decir que los presos se la tomaron, con la desaprensión e incluso la complicidad del «otro» Estado, es decir, el nacional. Lo de El Rodeo ha expuesto abiertamente lo que era un secreto a voces, pero reducido al pequeño círculo de los propios presos, sus familiares, las «autoridades» y los grupos de derechos humanos. Ahora todo el país sabe lo que ocurre en los penales.
Ahora se informa no sólo que los presos poseen armas de alto calibre y que los inefables pranes ejercen el gobierno real a lo interno de los recintos carcelarios, sino que en El Rodeo funcionaba un casino, un casino con todas las de la ley, con comunicación satelital con el exterior y en el cual hacían apuestas no sólo los presos sino mucha gente desde fuera. Con razón «Oriente» se llevó sus «prestaciones sociales», de más de un millón de bolívares fuertes y todavía dejó un repele, nada pequeño, para los que no se fugaron.
Ahora se sabe que desde hace años no se practicaban requisas periódicas en la cárcel (como seguramente tampoco ocurre en todas las demás). A estas alturas ya es imposible engañar a la gente con los cuentos sobre la Cuarta República o la «responsabilidad de los medios».
El fracaso de la política penitenciaria, que no es sino parte del fracaso general de un gobierno en el cual desde la enfermedad de Chávez la sensación general que se experimenta en algunos círculos del chacumbelato es la de que «todo se derrumbó». Fracaso tras fracaso en todos los ámbitos de la administración pública culminan con esa especie de punto de inflexión que ha sido la interminable crisis penitenciaria y su pico en El Rodeo. Salta de bulto más que la desaprensión, la complicidad de las autoridades, en especial de la Guardia Nacional, con los desafueros que tienen lugar en las cárceles. ¿Cómo pueden explicarse los llamados «coliseos» que se escenifican casi semanalmente en la cárcel de Uribana (Barquisimeto), donde ante los ojos de las «autoridades» los presos organizan encuentros mortales entre ellos mismos, a la manera de los gladiadores en el circo romano? La Guardia Nacional lo único que hace es recoger los muertos y heridos, pero es con su anuencia que ese espectáculo brutal tiene lugar con toda tranquilidad.
Es obvio que Tarek El Aissami debería renunciar, por su directa responsabilidad en el caso de El Rodeo, pero eso no solucionará nada porque el problema no es de un funcionario más o menos sino de todo un sistema que está podrido, fuera ya del alcance del Estado venezolano, cuya política de la llamada «humanización carcelaria» se ha transformado en una befa pública. La situación penitenciaria nunca fue una prioridad para el gobierno y su incapacidad e indiferencia frente al tema opera como un importante factor del brutal incremento de la delincuencia. El Estado dentro del Estado, que son las cárceles, es una forma peculiar de impunidad, garantizada a quienes dentro de las cárceles ejercen el gobierno. Tiene razón Chávez, cuando dijo que las cárceles son un cáncer.