El covid-19 apuntaló el desastre educativo, por Beltrán Vallejo

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Antes del covid-19, lo que tenía que ver con escuelas, liceos, universidades, maestros, profesores, alumnos, calidad educativa, aprendizaje y demás temas álgidos ya era un desastre; ahora, con el covid, se suman los confinamientos y el cierre de los planteles educativos. Cuando se pregunta: ¿qué están aprendiendo nuestros muchachos?, pues la respuesta da miedo y tristeza como balance en año y medio.
Y más tristeza rodea la figura del maestro y del profesor, esos profesionales de zapatos ahuecados, camisas viejas, enfermos y enflaquecido que son hoy un lamentable recuerdo de aquellos tiempos cuando un profesional de la docencia caminaba con la frente en alto porque tenía un salario que le permitía comprar ropa en Margarita y ahorrar para reparar su casa.
Ese docente, que ahorita prefiere vender empanadas porque le da más para sostener a su familia, pues está más deslucido, más agónico, más presionado y más vuelto loco con el no saber qué hacer de directores de planteles y burócratas del Ministerio de Educación, que tienen ante sí año y medio de experimentación, desaciertos, desidia, castración mental y desinterés de un régimen al que le importa un bledo el que las próximas generaciones acentúen una palabra aguda terminada en n, s o en vocal, y calculen con fracciones.
Por supuesto que el tema educativo con la pandemia ha significado un tremendo reto; algo así como escalar el Everest, y eso ha sido en todos los países, sean potencias, sean naciones en desarrollo, y ha sido un precipicio de caída libre, sobre todo en los países pobres y en aquellos huecos azotados por la miseria atroz, las enfermedades y las guerras.
190 países en el mundo cerraron masivamente sus planteles educativos en todos los niveles debido a esta emergencia que no se acaba. ¿Cuál ha sido la estrategia prioritaria que se ha seguido? Pues, en la gran mayoría, y a duras penas, el aprendizaje a distancia que ha implicado internet, telefonía, redes sociales, televisión, radio y hasta dejar en la puerta de la escuela cerrada una carpeta con las tareas para que los representantes vengan a buscarla.
Todo esto no ha sido 100% efectivo en buena parte de esas naciones ni un 50% efectivo en algunas, y en muchas ni un 20% efectivo. Y cuando hablo de efectividad me refiero a que los muchachos hayan aprendido algo. Desadaptación e insalvables realidades han sido los principales obstáculos para que en verdad se haya impedido que nuestros niños y jóvenes no se pierdan y no se desnivelen. La realidad es penosa masivamente cuando se habla de estímulos para la maduración cognitiva y el aprendizaje; para la comprensión y el análisis, la reflexión, la interpretación, la memorización, la lectura, la escritura y el cálculo.
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Cuando Maduro anunció olímpicamente que «por ahora no es posible, no vamos a iniciar las clases presenciales», eso me inquietó y creo que ese escenario no merece que se despache así a lo verborreico, y menos cuando ese anuncio viene de un gobernante cuya gestión en materia educativa ha sido una calamidad en salario de los docentes, en dotación de planteles, en construcción de instituciones educativas, en implantación de las nuevas tecnologías y en desarrollo de los programas de alimentación escolar.
Ante ese anuncio, la sociedad en su conjunto debe inquietarse con esta construcción de una generación abrumada de déficit de aprendizaje y otras taras. Me da miedo el venezolano sin estudio suficiente, sin competencias adecuadas, sin suficientes herramientas intelectuales y carencias de todo tipo en conocimiento, todo esto como productos de esa mezcla nefasta de covid-19, Maduro y Aristóbulo.
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