El hombre que amaba a los libros, por Elizabeth Araujo y Omar Pineda
Autores: Elizabeth Araujo y Omar Pineda | @omapin
A los 83 años, Esteban Brassesco cierra para siempre su librería ambulante por las salas de redacciones de los periódicos. El uruguayo que huyó de la dictadura de su país y terminó como un venezolano ejemplar, falleció este domingo en Caracas. No solo su esposa y sus hijos le lloran. Los periodistas que tanto bebimos de su cultura también lo echaremos de menos
Desde nuestros puestos de trabajo lo veíamos llegar, en mitad de la tarde, atravesando el pasillo con dos maleticas rodantes hasta conquistar la sala de redacción e indagar quién estaba libre para seguidamente explayar libros y revistas sobre el escritorio del colega ausente por ese día, justamente en “la hora del cochino”, lo que le imprimía un alto valor a su utopía: promover la lectura entre periodistas de viejas y nuevas generaciones.
Es la primera imagen que nos viene ahora cuando nos enteramos que Esteban Brassesco decidió cerrar el libro de su vida. Una existencia agitada con persecuciones y prisión que le obligó a huir de su Uruguay natal y refugiarse en Caracas, no para ser otro emigrante sino para convertirse en un venezolano con acento sureño, su esposa Mary y unos hijos formidables quienes, como sus padres, no han dejado de apostar con su honestidad, conocimientos y sus artes a la prosperidad de una Venezuela que para los más pesimistas parece haberse disipado. Eran entonces los años setenta cuando las dictaduras se convirtieron en moda al uso en Chile, Paraguay, Perú, Argentina y su Uruguay natal.
Esteban Brasessco fue una suerte de asignatura obligatoria para los egresados en las escuelas de comunicación social que aterrizaban asustados en salas de redacciones»
Para quienes le conocimos y tratamos con la misma deferencia que él envolvió para aconsejarnos a descubrir los cuentos de Juan Carlos Onetti o las obras completas de Jorge Luis Borges, Esteban Brasessco fue una suerte de asignatura obligatoria para los egresados en las escuelas de comunicación social, que aterrizaban asustados en salas de redacciones donde todo había que hacerse de prisa, a veces sin ayuda y con mucho temor a ser despedido. Nadie mejor que él para ayudarnos a mejorar el estilo de redacción, al indicar tal libro a quien se acercaba a la mesa, y Brassesco se lo daba como el médico que recetaba a su paciente.
Daba gusto seguir sus consejos y leerse de un tirón Tren nocturno, de Martin Amis; o descubrir a un tal Felisberto Hernández porque Esteban Brassesco nos dejaba “Las hortensias”, para el fin de semana, con spoiler y crítica literaria incluida. Fue, a lomos de ese raro oficio de vendedor de libros cómo Brassesco alcanzó su dignidad de ciudadano ejemplar en medio del naufragio de la lectura en espacios donde no pocas veces los periodistas apenas leíamos las noticias que nuestro diario publicaba.
En ese esfuerzo por mejorar hasta casi la perfección una frase que había escrito una recién graduada o recomendar una obra a un redactor urgido de entregar un reportaje fue como llegamos a confirmar la sospecha de que Esteban Brasessco no venía solamente a vendernos libros sino a compartir esa realidad que nos llenaba de rabia y llantos sin motivo y transformamos en noticia.
Hasta este domingo cuando, atravesando el pasillo del tiempo, cerró su libro de vida. Quedan atrás los bellos recuerdos y el agradecimiento encerrados en la frase de uno de los personajes de las obras de Shakespeare: “Hay hombres que han venido para hacer el bien y se marchan sin saberlo”.
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