¡Es contigo, abstencionista!, por Teodoro Petkoff
En las elecciones para gobernadores y alcaldes, así como en las municipales, se produjo una muy fuerte abstención de los adversarios del gobierno. El resultado concreto fue que el gobierno conquistó 22 de las 24 gobernaciones y 280 de las 335 alcaldías. ¿Fueron “deslegitimados” los funcionarios elegidos por causa de la fuerte abstención? Obviamente no. Allí están ejerciendo el mando.
Veamos algunos casos en los cuales es evidente el daño que se infligieron a sí mismos los abstencionistas.
Carlos Ocariz (PJ) perdió la Alcaldía de Sucre por dos mil votos. No lo derrotó Rangel jr. sino la abstención de casi 80% en el municipio Leoncio Martínez (Los Chorros, Sebucán, Santa Eduviges, Los Dos Caminos, La Carlota, Santa Cecilia, Campo Claro, Montecristo, Los Ruices). Fue una abstención militante decidida en asambleas de ciudadanos, pero el único resultado fue que ahora se tienen que calar a “papi-papi” como alcalde.
Javier Oropeza (independiente) perdió la Alcaldía de Carora por 600 votos.
Fue derrotado por una combinación de fuerte abstención opositora y una candidatura de AD, retirada a última hora, cuando ya no era posible sacarla del tarjetón, y sin embargo obtuvo 1.500 votos. Casi tres veces más de los que le faltaron a Oropeza para triunfar.
Salas Feo perdió la Gobernación de Carabobo por dos mil votos. La masiva abstención, sobre todo en el norte de Valencia, no sólo le restó los votos que le faltaron, sino que habría podido ganar cómodamente, de no haber sido por la decisión de no votar que tomaron numerosos habitantes de Valencia. Ahí tienen ahora a Acosta Carlez.
Enrique Mendoza perdió la Gobernación de Miranda por 25 mil votos. No lo derrotó Diosdado Cabello, sino la enorme abstención de los votantes del Este de Caracas. Con que sólo la tercera parte de los habitantes de este sector hubiera votado, Mendoza sería hoy gobernador de Miranda.
Ejemplos como estos se pueden señalar por decenas y permitirían al abstencionista que quiera pensar en ello valorar en su justa dimensión y con mayor realismo la responsabilidad que pudiera tener en tantos resultados adversos. Continuar atribuyendo sólo a trampas tales resultados es no querer pasearse por realidades sociales, políticas y electorales según las cuales Dios protege a los “buenos” solamente cuando son más que los “malos”, pero de ningún modo en caso contrario. Quienes se abstuvieron en los casos citados y otros parecidos no pueden argumentar seriamente que las derrotas de esos candidatos fueron producto de trampas. Tampoco pueden razonar que si hubieran votado de todos modos les habrían hecho trampa. Si esto fuera verdad habría que preguntarse qué pasó en Mérida y San Cristóbal. En ambas ciudades había triunfado el Sí en el RR. Sin embargo, posteriormente la oposición ganó la Alcaldía de San Cristóbal pero perdió la de Mérida. ¿Cómo se explica esta diferencia? En San Cristóbal hubo un solo candidato de oposición y por supuesto ganó. En Mérida hubo tres de oposición, y por supuesto perdieron. ¿Cuál fue la trampa? Con este de hoy cerramos la serie de editoriales sobre el tema de “Votar o Botar”.
Es nuestra modesta contribución a una reflexión que debe ser abordada desde la perspectiva de la eficiencia política de una u otra decisión. ¿Qué es más eficiente:
votar o botar?