Estados Unidos e Irán: ¿alguna esperanza?, por Félix Arellano
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El día de hoy se debe estar desarrollando en Viena una reunión de la Comisión Administradora del acuerdo nuclear iraní, definido como Pacto de Asociación Integral Conjunto (Jcpoa por siglas en inglés), integrado en esos momentos en el formato 1+5: Irán y Francia, Alemania, Reino Unido (llamado G3), China, Rusia (llamado G2). Reunión que puede representar un punto de inflexión, tanto para las relaciones con Irán como para otros escenarios conflictivos. Se espera que los países miembros del pacto definan un esquema de intermediación para iniciar un proceso de contactos encaminado a facilitar la posible reincorporación del gobierno de los Estados Unidos en el Acuerdo.
Conviene recordar que la administración del presidente Barack Obama formó parte de las negociaciones que llevaron a la firma del acuerdo (14/07/2015); empero, el presidente Donald Trump, al poco tiempo de llegar al poder lo denunció, apoyado, entre otras, en las críticas sobre sus debilidades, particularmente, las limitaciones para que la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA), pueda desarrollar efectivamente su labor de seguimiento y control del programa nuclear.
Gobiernos adversarios de Irán en el Medio Oriente, como Israel, Arabia Saudita y la mayoría de monarquías sunitas del golfo, sostienen que el acuerdo no impide los planes nucleares de Irán y, ante tal amenaza, están avanzando en coordinaciones, incluso en la suscripción de acuerdos de reconocimiento al Estado de Israel, como ha sido el caso de los llamados «Acuerdos de Abraham», con el objeto de construir un muro de contención frente a la potencia chiita.
La dura posición israelí-sunita se vio fortalecida por el gobierno de Donald Trump que, además de denunciar el pacto nuclear, inició una estrategia de máxima presión, que incluyó la aplicación de sanciones económicas contra Irán, con el objetivo de debilitar el gobierno teocrático chiita, controlado férreamente por ayatolá Ali Hoseini Jameni y su Consejo de Guardianes, e impulsar la conformación de un nuevo gobierno.
Un elemento importante en la estrategia de máxima presión han sido los acuerdos de reconocimiento del Estado de Israel, por parte de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Baréin, suscritos en el 2020 y las vinculaciones, cada vez más estrechas, de Israel con las monarquías sunitas, a los fines de enfrentar la agresiva expansión iraní en la región.
La estrategia negociadora del presidente Obama ha sido cuestionada por débil y limitada; empero, la máxima presión del presidente Trump en la práctica no ha generado los resultados esperados. Por una parte, ha consolidado al sector radical del bloque en el poder iraní, dirigido por el ayatolá Jameni; debilitando el grupo moderado, que cuenta con importante respaldo entre los jóvenes y las zonas urbanas, bajo el liderazgo del actual presidente Hassan Rohani.
La agresiva estrategia de expansión internacional de la revolución chiita también se ha fortalecido, en particular en lo que respecta a la red de grupos paramilitares que se han extendió por varios países. Uno emblemático es el Hezbolá, establecido en el Líbano. Se deben sumar otros grupos paramilitares promovidos por la revolución fundamentalista chiita, tal es el caso de la milicia Huthi en Yemen; el apoyo al grupo Hamás en Palestina; los Talibanes en Pakistán y Afganistán; la yihad islámica en Egipto.
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Adicionalmente, en el enfrentamiento con Estados Unidos, la revolución islámica está manipulando sus relaciones con Rusia y China. En el caso de Rusia —con la revisión de un viejo acuerdo que vence en el presente año— e Irán se está presentando con un lenguaje estratégico y belicista; por el contrario, el presidente Putin maneja el tema con mayor prudencia, tratando de no afectar sus relaciones con los gobiernos sunitas y con Israel.
En el caso de China, los presidentes de ambos gobiernos han suscrito un acuerdo estratégico de cooperación comercial cuyo texto, considerado confidencial, se inscribe en el marco de la Ruta de la Seda que promueve el partido comunista chino en su expansión global.
Entre los compromisos suscritos, los medios destacan que se esperan inversiones chinas por más de 400.000 millones de dólares en energía e infraestructura en Irán en los próximos 25 años. Los críticos del acuerdo consideran que se está entregando el país al expansionismo geopolítico chino.
Otra ficha que ha incorporado Irán en su enfrentamiento con los Estados Unidos, tiene que ver con el fortalecimiento de su presencia política en nuestra región, utilizando particularmente los gobiernos de Cuba y Venezuela. Al respecto, y como parte de su posicionamiento en la región, Mohamad Yavad Zarif canciller iraní, viajó a la toma de posesión del presidente Luis Arce en Bolivia y luego realizó una gira oficial por Venezuela y Cuba.
Como se puede apreciar, Irán que se presenta reforzado con alianzas estratégicas complejas con países potencias como China y Rusia, que si bien rechazan el programa nuclear iraní, y por tal razón firma el acuerdo; por otra parte, apoyan el papel antisistema que está desarrollando la revolución chiita en el contexto mundial.
En el intrincado tema iraní también debemos sumar el rechazo del partido republicano en el Congreso de los Estados Unidos, ante cualquier concesión con la revolución islámica iraní. Este es un tema que cohesiona al partido, que está enfrentan los efectos telúricos de Donald Trump buscando el control del partido.
Desde la campaña electoral el presidente Biden ha destacado que se requiere una revisión en la estrategia frente a Irán, avanzar en ese objetivo en coordinación con la Unión Europea, en el marco de la renovación del diálogo transatlántico, representa un paso positivo, toda vez que permite fortalecer las posiciones. Por otra parte, dada la naturaleza de este acuerdo resulta necesario desarrollar contactos con China y Rusia, los adversarios más complejos, lo que podría contribuir a identificar espacios de coincidencia.
Por otra parte, debemos tener presente que el presidente Biden también aspira a revisar otras estrategias que están resultando poco eficientes para lograr los objetivos esperados, como son los casos de Corea del Norte, Cuba y Venezuela. En tal sentido, el esquema de trabajo que se defina en Viena, podría representar un precedente que contribuya a facilitar el manejo de esta ambiciosa agenda.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.