Futuro…, por Alejandro Oropeza G.
X: @oropezag
«… una inmensa sala de pasos perdidos».
Josep Solanes: En tierra ajena, 2016.
Afirmar que el futuro no existe, además de un contrasentido, es una de las manifestaciones de desesperanza más profundas de un individuo o bien de un grupo o sociedad. En oportunidades, esa triste expresión se corresponde a la idea, a veces convertida en certeza, de no tener posibilidades de superar un presente adverso, de no avizorar en los tiempos por venir una situación mejor a la que se padece, que se escurre inútilmente entre las manos de tiempos perdidos que parecen eternos.
Pero, se afirma que es un contrasentido asumir que el futuro no existe, en tanto siempre llegará un tiempo distinto al presente, aunque no sea el deseado, aunque signifique una repetición absurda de ese presente inútil. Así, siempre estará ahí, el futuro, como posibilidad y como anhelo, por lo tanto, no tiene sentido negarlo, entregarlo y deponerlo.
En los grupos sociales, recordemos al maestro Ortega y Gasset, el futuro, la idea de futuro nos decía, es el sustento y fundamento de la nación y que una nación sin idea de futuro común no existe. Vemos como se va complicando el asunto, ya que cabría preguntarse: ¿Es posible abandonar una noción de futuro y rendirse a la desesperanza como individuo, como grupo e incluso como nación?
Esa idea de futuro común, referida por Ortega y Gasset, ¿es una sumatoria de los deseos de los individuos o el acuerdo sedimenta una idea común distinta a una imposible sumatoria de anhelos particulares? Por último, ¿podría ser impuesta por la fuerza y la violencia una idea de futuro que en nada representa aquella idea grupal/social/nacional?
Ríos de tinta se han usado para comprender y analizar las razones por las cuales una de las sociedades, en su momento más cultas y avanzadas, depuso su voluntad y aplaudió y acompañó la propuesta del partido nacional socialista liderado por Hitler y otros jerarcas políticos del momento. También, la Francia postrevolucionaria, se rindió a Napoleón. En ambos casos se conocen suficientemente las consecuencias de tales atrevimientos, de esas entregas ciegas.
Independientemente de la oposición de parte de esas mismas sociedades, el proyecto político avanzó con buen viento, hasta su colapso, mismo que arrastró a la sociedad al foso de la derrota y la crisis. Claro, recordemos que uno de los medios usados fue el miedo, el terror, la violencia instrumental del Estado en contra de la disidencia, recordemos que en ese aspecto fueron muy efectivos un Himmler y un Fouché, hoy día un tanto reeditados por estos confines de la América Latina.
Pero, el impulso y decisión de las sociedades de acompañar, aplaudir y hasta endiosar a líderes carismáticos, recordando a Weber, va acompañado de una oferta de futuro dorado, un edén eterno para la sociedad. Esa oferta construye un discurso político que convence, convenimiento insuflado por la voluntad mesiánica del líder; pero dicho discurso debe acompañarse también de hechos, de pruebas ciertas de avanzar por el camino que conducirá al edén prometido, de logros y satisfacciones de una agenda social, si bien creada por el régimen, aceptada por la mayoría de la población.
Y, refiriendo los ejemplos traídos, esas pruebas fueron presentadas por Hitler y Napoleón, a través de sus conquistas, de la elevación de la calidad de vida de sus respectivas poblaciones, lo que hacía voltear la mirada a las atrocidades ejecutadas al margen del proceso. Mientras esa sensación de triunfo, de posibilidad de erigir un futuro dorado estuvo presente, la lealtad de las masas también estuvo presente.
Al colapsar y ser evidente la imposibilidad de esa era dorada, la sociedad retira el apoyo, salvo una parte de los integrantes de la élite en el poder y los fanáticos siempre presentes. Ahí se profundiza la violencia y el terror, la persecución de cualquier tipo se hace profundiza y extiende y los órganos jurisdiccionales, si bien nunca fueron institucionales, actúan en función de mantener en pie al régimen a como dé lugar.
De lo dicho se desprende que la idea de futuro, apreciando dos hechos extremos y terribles de la historia, puede ser manipulada y efectivamente puesta al servicio de un proyecto político que construye e impone una verdad que es creída y seguida a ciegas. Muchos casos, además de los muy brevemente referidos existen a lo largo de la historia.
Vale la pena entonces apreciar la realidad emergente en nuestra maravillosa Tierra de Gracia a la luz de los hechos de los que hemos echado mano. Y quizás la estrategia para apreciar dicha realidad sea reflexionar y preguntarnos como ciudadanos de esta maravillosa nación llamada Venezuela, algunos puntos: ¿Qué pasó el pasado 28 de julio en el proceso electoral? la respuesta es muy sencilla: se convocó un proceso electoral en donde uno de los candidatos ganó abrumadoramente y el otro perdió.
Nicolás Maduro perdió la elección, eso lo sabe él, su partido, la camarilla, Cilita, la fuerza armada, los seguidores, Jorge y Diosdado, todos lo saben; pero, también lo sabe, he allí el detalle, toda la sociedad venezolana, dentro y fuera del país. Ganó la elección el embajador Edmundo González, en una extraordinaria e inédita épica de ejercicio estratégico de liderazgo democrático por parte de María Corina Machado. De esto no existe la más mínima duda.
Otra pregunta, entre tantas que se pueden plantear es: ¿por qué Nicolás, la revolución, el socialismo del siglo XXI, etc., perdió la elección abrumadoramente? Porque no tienen capacidad de construir un proyecto político creíble que convoque a la sociedad. Si no existe un proyecto político, insisto, creíble, no hay posibilidad de generar un acuerdo social nacional alrededor de este, solo solidaridades fanáticas (sustentadas en buena medida por la satisfacción de necesidades básicas) y acomodaticias para el saqueo, el delito, la corrupción, etc. Entonces, el régimen y su flamante abanderado derrotado y la camarilla que lo acompaña (incluidos los también flamantes cabezas de los poderes públicos), no tienen una idea de futuro para la nación, ergo, no existe. Existe sí, un proyecto, sustentado en la astucia demagógica, amenazante, sucia y falaz, para perpetuarse en el poder, lo cual es un proyecto personal (de la camarilla agavillada) que no involucra a la nación.
Nicolás perdió la elección, porque la sociedad está absolutamente consciente de la necesidad de reacomodar cargas, atender la crisis y, en conjunto, generar un acuerdo común sustentado en un liderazgo nuevo, honesto y emergente; y así entonces idear, discutir y trabajar para alcanzar un futuro común y compartido.
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Nicolás perdió, porque la cultura política del venezolano ratificó la creencia en el voto como elemento sustantivo para resolver nuestras crisis, a pesar de todas las trampas que el régimen usó.
Nicolás perdió, porque la sociedad lo escuchó durante la vergonzosa campaña electoral, ofrecer un camino en el cual no se ha avanzado un paso en 25 años de gestión, y solo lo escuchó atacar, descalificar, gritar y, muy importante, bailar reguetón con Cilita en mil tarimas de humo.
Nicolás perdió, porque la revolución fracasó estrepitosamente, porque es imposible ocultar el derrumbe del país, los nueve millones de emigrados, la represión y los presos políticos, la corrupción, en donde un solo malandro, entre muchos, se baila 23 mil millones de dólares.
Nicolás perdió, porque no ha habido UNA política pública exitosa para atender la abultadísima agenda social y los discursos son para justificar la propia ineficiencia culpando a otros donde aparezcan, pura retórica demagógica.
En fin, Nicolás perdió porque ese proyecto político no tiene ni ofrece un futuro alentador común y compartido y llegó a su final y eso, también, todos lo sabemos.
Alejandro Oropeza G. es Doctor Académico del Center for Democracy and Citizenship Studies – CEDES. Miami-USA. CEO del Observatorio de la Diáspora Venezolana – ODV. Madrid-España/Miami-USA.
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