Ha llegado la hora del poder civil, por Armando J. Pernía
Sé que puedo sonar inoportuno, pero me preocupa que este movimiento que ha nacido en medio de tantos aciertos se estanque, que caigamos en una situación de «juego trancado» que vuelva a enseñorear actitudes como la frustración y la resignación. En general, estoy absolutamente de acuerdo con la estrategia y la hoja de ruta. En mi opinión, no hay otra; sin embargo, hay un aspecto que me es particularmente urticante.
Se trata del asunto de los militares, pues pareciera que, al final, es esta casta de eternos privilegiados -y hablo de los altos mandos en este caso- la que nos va a salvar, finalmente. Parece criterio general que son las armas que la República puso en sus manos, no ahora, sino desde que es República, las únicas herramientas posibles que permitirán recuperar -en mi opinión, es realmente construir- una democracia efectiva y funcional.
Es perentorio discutir si debemos aceptar esta idea. Los militares pueden ser parte de la solución, pero no la solución. No necesitamos más una democracia tutelada, con dirigentes que permanentemente estén obligados a tomar la temperatura de los cuarteles, a vivir mirando así sea por el rabillo del ojo las expresiones de los uniformados. Yo a los militares los quiero en su sitio, y ese no es la política.
Dicho esto, creo que va llegando la hora de incrementar la presión civil; la hora de activar formas colectivas y organizadas de aumentar la presión, con riesgos medidos y con una perspectiva no violenta. Yo no quiero más mártires, no quiero una ola incontenible de «minutos de silencio». Quiero un país activado y consciente de su responsabilidad ciudadana y que debe hacer más que salir a la calle cuando lo convocan, sino que debe hacer cosas sectoriales, e incluso particulares para derrotar a esta desgracia, incluso si entrañan sacrificios materiales.
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Negarse a financiar al gobierno con impuestos; negarse a participar del sistema de especulación cambiaria que ha montado el BCV para captar divisas en el mercado interno; negarse a interactuar institucionalmente con autoridades ilegítimas; negarse ciudadana y masivamente a cumplir instrucciones o normas inconstitucionales; jornadas masivas de visita a nuestros presos políticos y sus familias; exigir masivamente a los funcionarios públicos que no se presten a la violación de derechos ciudadanos; protestar ante los jueces de formas creativas y contundentes… en fin.
Creo que va siendo hora de que la sociedad civil se haga consciente de su fuerza real, que orgánicamente muestre el poder de su mayoría. Si tratamos a esta dictadura como a un virus al que la sociedad debe aislar, sin duda podemos hacer algo tangible para acelerar su caída
Leo con preocupación el cuento del chavismo «disidente» que pide «Juntas Patrióticas» de Gobierno, en las cuales los militares sean «árbitros». Juntas de gobierno puestas allí por las armas «constitucionales». Sin duda, prefiero un millón de veces una transición liderada por el presidente de la Asamblea Nacional, un diputado elegido por el pueblo y que ahora es PRESIDENTE INTERINO DE LA REPÚBLICA, no porque lo permita la Constitución –que no me dejo seducir por polémicas leguleyas montadas con intención–, sino porque lo manda la política, porque es un imperativo de la estrategia democrática, porque la inmensa mayoría de los ciudadanos y la comunidad democrática internacional lo reconoce y «al carajo los enfermos».
Sobre el liderazgo de Juan Guaidó consigno que hace mucho tiempo no veía un líder tan certero y capaz en el antichavismo. Y eso ya es una ganancia inmensa.
Vamos bien, pero tenemos que rematar la faena