Importancia de los bodegones, por Miro Popić
Twitter: @miropopiceditor
Bodegón es una bodega grande —aumentativo de bodega— y bodega es el lugar en que se cría y guarda el vino y un espacio donde se guardan mercancías. En el otro extremo del léxico cotidiano, bodegón es también una representación pictórica donde se muestran objetos domésticos como frutas, verduras, cacería, pesca, etc. Ambas acepciones, distanciadas en lo conceptual, comparten un elemento en común: la comida.
Diego Velázquez (1599-1660) es uno de los grandes maestros de la pintura española y, aunque su principal fuente de trabajo e inspiración era retratar a la realeza en diversas actividades para decorar sus mansiones, nos dejó una serie de representaciones de la vida familiar donde el vino, los huevos fritos, el ajo y la cebolla, están presentes en sus lienzos. El más famosos de estos cuadros, actualmente en el Museo del Prado, en Madrid, es el conocido como Los borrachos de Velázquez, cuyo verdadero nombre es El triunfo de Baco, donde vemos a unos campesinos bebiendo vino, alegres y relajadamente.
Hay otros dos famosos bodegones de Velázquez que, para nosotros, desde el punto de vista alimentario, revisten un interés muy especial. Uno es Vieja friendo huevos —actualmente en la Galería Nacional de Escocia, en Edimburgo, pintado en 1618— que nos muestra una oscura cocina donde se ve a una anciana cocinando un par de huevos en una cazuela de barro sobre un anafe, y a un niño que se acerca a ella con un melón y una jarra, rodeados de una serie de objetos propios de la época y del lugar donde ocurre la acción. El otro es Cristo en casa de Marta y María, de 1618, actualmente en la National Gallery de Londres, donde se ve a una joven en una cocina con un mortero en la mano junto a unos pescados, unas cabezas de ajo y un par de huevos, mientras un señor mayor parece llamarle la atención por algo que está haciendo.
No soy crítico de arte ni pretendo ilustrarlos sobre la pintura del barroco, pero ambos cuadros tienen una importancia fundamental en la historia de la alimentación y del intercambio que se originó a partir de 1492 y la llegada de los europeos a este lado del mundo.
En las dos cocinas ilustradas por Velázquez a comienzos del siglo XVII, aparecen sobre la mesa, junto a ingredientes tan universales como ajos, cebollas, huevos, aceite, pescados, etc., unos ajíes. Sí, ajíes secos, rojos y alargados que, seguramente, van a ser parte de la cocción en preparación. Guindilllas, le llaman los españoles, pero se trata del capsicum nuestro que puso picor en las mesas del mundo.
Esos ajíes de Velázquez marcan el ingreso del primer sazonador americano en la cocina europea por la puerta grande del arte.
Luego, le siguieron otros productos nuestros como las papas, inmortalizadas por Vincent Van Gogh (1853-1890), en 1885, con su cuadro Comedores de papas, actualmente en el museo Van Gogh de Amsterdam. Los pimentones, plasmados en un lienzo por Giorgio De Chirico (1888-1978) en su cuadro Pimientos y uvas, actualmente en el Palazzo degli Uffizi de Florencia. Y ese inolvidable homenaje al tomate que hizo Andy Wharhol (1928-1987) en 1962 con su vanguardista bodegón de 32 latas de sopa de tomates Campbell —alineadas una tras otra, como en un anaquel de automercado— que se encuentra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
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En nuestra geografía no nos quedamos atrás. Arturo Michelena (1863-1898), uno de los grandes pintores venezolanos, autor, entre otros, del famoso cuadro Miranda en la Carraca, también tuvo sus bodegones —en el buen sentido de la palabra—. Uno de ellos, de 1892, actualmente en la Galería de Arte Nacional, muestra una mesa de trabajo de cocina donde, junto a un cuchillo, dos cabezas de ajo, un plato con una barra de mantequilla, una bandeja plateada, una fuente de cobre, dos botellas, unos veinte camarones (posiblemente de río), tres pescados (dos pequeños y uno grande), aparece una enorme langosta, roja y bella, lista para ser preparada y servida en la mesa del poder. Era la época de Joaquín Crespo cuando, por lo que vemos, se comía mejor que ahora.
Los bodegones de hoy en Venezuela no tienen nada que ver con los que cuelgan en las paredes de galerías, museos y pinacotecas, que nos hablan de la importancia de los alimentos comunes llevados a un nivel superior de representación, inmortalizados como obras de arte.
Cuando la ministra de Comercio, Eneida Laya, anunció en días pasados una reunión con los dueños de bodegones de Caracas para asegurar la alimentación del pueblo, me llené de dudas. ¿Cómo fue que pasamos de solucionar nuestros pequeños problemas de suministro, yendo a la bodeguita de la esquina, a depender de un bodegón de ultramarinos para conseguir con qué montar la olla? Hablo de los que pueden pagarlo, obviamente. ¿De qué manera servirán para interpretar la dieta diaria y la interacción de sus habitantes con el medio ambiente?
Cuando dentro de algunos años los paleontólogos del futuro analicen las ruinas del país y escudriñen los restos de los actuales bodegones para determinar nuestras formas de vida, ¿qué van a encontrar? ¿Cómo harán los arqueólogos y biólogos para entender los cambios culturales a través de la dieta?
Dicen que somos lo que comemos. Yo me niego a ser Nutella, spam, leche de almendras o beicon light. Compro en el camión de los gochos y endulzo mis amarguras con papelón.
Miro Popić es cocinólogo. Escritor de vinos y gastronomía.