Los venezolanos y el vino, por Miro Popic

Otra extravagancia enológica venezolana fue el desmedido interés por un vino de corta duración que los franceses supieron mercadear magistralmente hasta convertirlo en moda universal: el beaujolais nouveau
La fijación de los venezolanos con el vino comenzó desde el mismo día en que Cristóbal Colón tocó Tierra Firme y le dieron a beber algo que él interpretó como vino, aun reconociendo que no estaba hecho de uvas. Se trataba, obviamente, de chicha, tal vez de maíz, de yuca o de piña, pero, sin duda, una bebida totalmente alejada del producto de la vitis vinífera al que estaban acostumbrados los europeos del Mediterráneo y que figuraba obligatoriamente como ración diaria de los marineros (3/4 de litros) que embarcaban en las carabelas rumbo al mundo nuevo que acababan de encontrar en su ruta hacia las Indias. Está escrito que Colón, en retribución, les ofreció al cacique y sus acompañantes que subieron a su nave, una copa de vino que, al parecer, no convenció mucho a los invitados. Debe haber sido un vino de dudosa calidad.
Se creó desde entonces una necesidad de vino sin precedentes que marcó el gusto de las clases dominantes y que, en el caso venezolano, llegó a su clímax cuando un exitoso empresario caraqueño, Hans Neumann, logró adquirir en 1966 nada menos que la mítica bodega Vega-Sicilia, en la D.O. Ribera del Duero, creadora del más prestigioso vino de España y uno de los mejores del mundo. Fundada en 1864, por Eloy Lecanda y Chaves, durante dieciséis años Vega-Sicilia perteneció a la familia venezolana Neumann, de origen checo, hasta que en 1982 Michel Neumann vendió la propiedad a Pablo Álvarez, cuyos herederos controlan hoy el holding británico que maneja sus inversiones. ¿Qué sabían de vinos los Neumann como para interesarse en la más icónica de las bodegas? Al parecer no mucho, su negocio eran las pinturas y por lo que se ve no pintaron mucho en el mundo vinícola, pero daba prestigio. Eran los tiempos de la Gran Venezuela inundada de petróleo y de dólares.
Otra extravagancia enológica venezolana fue el desmedido interés por un vino de corta duración que los franceses supieron mercadear magistralmente hasta convertirlo en moda universal: el beaujolais nouveau. Se trata de un vino joven de la región de Beaujolais que beben los campesinos a pocas semanas de la vendimia. Para conseguir flujo de caja de manera rápida y efectiva, los productores desarrollaron una competencia por ver quien sacaba el vino primero, hasta que se estableció oficialmente la fecha del tercer jueves de noviembre para ser comercializado en todo el mundo, el mismo día. La publicidad hizo de la fecha un punto de honor para cobrar cinco veces más por un jugo de uva apenas fermentado. La Venezuela petrolera no fue ajena a este truco comunicacional y, para no quedar fuera de la celebración pese a la distancia que hay entre París y Caracas, se llegó incluso a transportar las primeras cajas en helicóptero desde el aeropuerto de Maiquetía hasta el Hotel Tamanaco, en Las Mercedes, a fin de descorcharlo el mismo día y a la misma hora que en Nueva York o París. Entre aplausos y risas, no importaba que el ochenta por ciento de lo que uno pagaba por una copa, era flete y no vino. Fui testigo presencial y certifico que así fue en más de una ocasión, antes del fatídico Viernes Negro que devaluó la moneda y cambió la historia, pero no el derroche.
Años más tarde, en diciembre de 2017, el país se enteró de una compra de vinos realizada por un oscuro personaje ligado al manejo de la empresa estatal PDVSA, consanguíneo de su presidente. Adquirió el 4 de noviembre de 2012, en la exclusiva tienda Lavinia, ubicada en el boulevard de la Madeleine, en París, 694 botellas de los mejores vinos franceses por un total de 493.573 euros entre los cuales se contaban 20 botellas de Petrus, añada 1990, a un precio de 5.560 euros cada una. El costo luce algo exagerado para un vino que Robert Parker y la revista Wine Spectator le otorgaron 98 puntos, con un precio de 3.000 euros en el mercado internacional, lo que demuestra que no sabía lo que estaba comprando y, si lo sabía, no le importaba gastar casi medio millón de euros, total, probablemente era dinero proveniente de actividades ilícitas. No creo que esta haya sido su única compra de vinos, pero es la que se discute en tribunales internacionales encargados de investigar actividades de corrupción y lavado de capitales, caso denunciado a partir de revelaciones de la Banca Privada de Andorra.
Beber vino, hoy, en Venezuela, es para la mayoría de nosotros un sueño duro de pagar.