Teodoro: “Mover las montañas a que haya menester”, por Gregorio Salazar
Las elecciones de 1983 arrojaron resultados que coincidieron con los vaticinios de las encuestas en casi todo lo previsto, menos en un hecho muy notorio: el MAS y su candidato presidencial, que a lo largo del año llegaron a rondar niveles de 15 % para la organización y 10 % para el abanderado, cayeron abruptamente a niveles de 4,7 % y 5,7 %, respectivamente.
En las primeras semanas del 84, Teodoro Petkoff, el aspirante masista derrotado, publicó un análisis de las claves que, a su juicio, habían determinado el bajón de la votación naranja cuando creían posible perforar el techo del histórico 5 % frente al dominio del bipartidismo.
Tras desmenuzar las razones de distinta índole que bloqueaban las vías hacia una tercera opción distinta a AD y Copei, sostuvo no obstante: “Hay un país sensible a nuestra política, en el cual hacer palanca para mover las montañas a que haya menester. Ese país existe. Al conjuro de nuestra acción se asomó, elusivo y tímido todavía, pero real, al escenario de la historia venezolana. El desafío está en encontrarse definitivamente con él”.
No lo decía un iluso ni alguien que embriagado en sus quimeras se hubiera empeñado obstinadamente en cerrar los ojos a las señales adversas que la realidad le ponía por delante. Todo lo contrario, era la convicción profunda de un creyente en el poder de la palabra y en el quehacer político a tiempo completo, con una honesta capacidad de reflexión y autocrítica y una inquebrantable, incansable voluntad de hacer.
A veinte años de años del espejismo insurreccional, equívoco asumido sin esguinces ni medias tintas, y cuando su partido sumaba tres reveses electorales, Petkoff insistió en el 88, campaña en que la señal de los antebrazos cruzados del candidato en las caravanas se convertiría en el signo distintivo de un esfuerzo para potenciar el voto de la tarjeta pequeña para la representación en el Congreso. Mediante la expresión del “voto cruzado”, el MAS pasó por primera vez de 20 parlamentarios, entre diputados y senadores.
A comienzos de ese año electoral Petkoff hizo una advertencia que fue tragada por el torbellino electoral de los dos grandes partidos, pero que a vuelta de pocos años encontraría confirmación en la realidad. Señalaba que una gran ola de inmoralidad había invadido a la administración pública con una seguidilla de escándalo sin precedentes que “ha cargado la atmósfera del país de una manera pesada, asfixiante y permítame la retórica, creando un clima de fin de imperio”.
En el año 93, la ruptura definitiva de la población con el bipartidismo era un hecho y el caudal electoral del MAS fue determinante en el triunfo de Caldera.
En medio de indefiniciones económicas, marchas y contramarchas, Petkoff debió entrar al gobierno para asumir como ministro de la planificación una agenda de estabilización y la reforma de la administración pública.
Otra vez, si en algo se empeñó en ese cometido fue en hacer valer la palabra a través del debate, los artículos, el libro y los discursos para no incurrir en los vacíos informativos de Pérez al intentar el Gran Viraje, programa del cual se continuaron medidas en la etapa calderista.
Asumió e impulsó personalmente el esfuerzo comunicacional. En medio de una gran escasez de recursos el país pudo llegar en paz a las elecciones de 1998.
Fracasó en desencandilar a su propio partido de la “colosal estafa política” que representaba Chávez. Fue él quien quedó fuera de la organización que dos décadas atrás había concebido con otros copartidarios a partir de la escisión provocada en el seno del Partido Comunista de Venezuela, convencidos de las contradicciones y miserias del socialismo real.
Al comienzo de la era chavista, el ejercicio cotidiano del periodismo se convierte en una de las etapas, confesaba, más gratificantes de su vida. Primero como director de El Mundo y después como fundador de Tal Cual, palpando tal vez el enganche que sus editoriales tan agudos y fogosos como en la arenga política lograba en la opinión pública. Otro camino de retos que significativamente lo llevó casi medio siglo después a nuevas persecuciones tribunalicias.
A ese desafío permanente de ir al encuentro con la gente, de convencerla para movilizarla como fuerza transformadora de sus propias condiciones de vida dedicó su tránsito vital Teodoro, sin pausas ni vacilaciones, en un tenaz y singular proceso de coherencia democrática. Eso fue, un demócrata a carta cabal y eso es justamente lo que hará que Venezuela una y otra vez, prolongando su presencia, vuelva a la lucidez de sus palabras.