Invitados y residentes, por Pablo M. Peñaranda H.
Twitter: @ppenarandah
«El hombre es lo que lee».
Joseph Brodsky
Venezuela, particularmente su capital, recibía con frecuencia luminarias del firmamento Latinoamericano y uno que otro intelectual con talla mundial, algunos de ellos hicieron vida en el país, como investigadores o docentes en la Universidad Central de Venezuela. Citaremos tres, los brasileños Celso Furtado, Fernando Henrique Cardozo y Darcy Riveiro.
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En el Doctorado de Ciencias Sociales recuerdo los seminarios del checo-francés Zdenek Strmiska, quien venía del prestigioso Centro Nacional de Investigación Científica de Francia, y el del brillante economista argentino Pedro Paz residenciado en México. Pero en quien deseo detenerme es en Perry Anderson, un ensayista político inglés, especialista en historia, quien cuando dictó su seminario en el Doctorado era la columna vertebral de New Left Review y había publicado, con mucho éxito, El Estado Absolutista.
Resulta que no se quien, ignoro la razón de ello, le asignó una habitación en un hotel aledaño a la universidad, los otros casos que conocía, la mayoría de las veces eran invitados a compartir la residencia de destacados profesores.
La cuestión es que, con Perry Anderson, al terminar su conferencia yo solía continuar con la conversación acompañándolo a pie hasta su hospedaje. En uno de esos recorridos me planteó la urgente necesidad de cambiarse de hotel, dado que por las noches le era imposible conciliar el sueño con los ruidos de postrimerías que salían de las otras habitaciones y que anteceden a lo que los franceses llaman la petite mort.
Además una que otra madrugada, según él, eran adornados por escándalos donde intervenía la policía. Lo cierto es, que yo no me había percatado de ese cordón de hoteles que rodea la universidad y cuyas condiciones no permiten la tranquilidad intelectual. En la mayoría de las universidades que conocía, esas edificaciones servían de residencias a estudiantes de pre y postgrado. Perry se mudó de hotel y como la nueva residencia implicaba una distancia larga a pie, en sucesivas oportunidades pasé por él para llevarlo al campus de la UCV. De allí nació cierta amistad que me permitió invitarlo a mi casa en diversas oportunidades a degustar comidas criollas y en esas conversaciones sin polémica y más oídas como información e interrogantes de su mirada sobre nuestro país, Perry fue muy detallista en su hablar y al hacer memoria, al menos recuerdo con precisión tres ideas, las cuales todavía son motivo de mis reflexiones.
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La primera idea fue muy bien argumentada en el sentido de que los países petroleros no tienen, según él, mucha trayectoria democrática, de manera que eran excepciones aquellos que realizaban procesos electorales creíbles, por lo cual nos colocaba en ese estatus, dado lo breve de nuestro periodo democrático, el cual para aquel momento apenas sumaba unos 25 años de alternabilidad y de procesos eleccionarios. Y si bien yo tenía el pleno convencimiento de que gracias al petróleo era que teníamos democracia, preferí guardar mis ideas para futuras conversaciones.
La segunda idea se refería al ambiente político que encontró. Bien por sus lecturas o bien por sus conversaciones con diversos profesores, el clima al cual hacía alusión era la solidaridad y aceptación que los intelectuales y el gobierno venezolano tenían con el régimen cubano, pese a que ya era manifiesta la vocación policial del fidelismo y la aplicación de una economía casi aldeana para Cuba. Además habían ocurrido el juicio a Padilla, y el desastre social de Mariel.
La tercera idea en la cual nos detuvimos en diversas conversaciones aludía a que nuestra universidad, la más importante del país, estaba desligada del mundo de la producción. Los puntos de innovación existían en las grandes empresas, entre ellas la industria petrolera, las industrias básicas y los centros de telecomunicaciones; únicas áreas en las cuales era posible la formación de conocimientos en el país, curiosamente, poco o nada tenían que ver con las instituciones académicas.
Años después cuando tuve un cargo importante en la estructura burocrática de la Universidad Central de Venezuela y además era miembro electo de su Consejo Universitario, ocurre que la escritora mexicana Ángeles Mastretta ganadora del premio Rómulo Gallegos, se encontraba en Caracas. Conocía sus excelentes escritos literarios y con su novela Arráncame la Vida me había ocurrido la experiencia de que, al regalárselo a una amiga convaleciente de una intervención quirúrgica, ésta al leerla recuperó su excelente humor.
De manera que me propuse que Ángeles Mastretta dictara una conferencia en la Escuela de Letras, así que la localicé y al visitarla, en una charla amena, me informó que su agenda estaba muy complicada pero dado mi interés buscaría un espacio para esa actividad. De inmediato me comuniqué con el director de la Escuela de Letras de esa época y quedó a coordinar esa actividad, pero infortunadamente a la escritora le fue imposible alterar su agenda, planificada entre otros por el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, ente estatal encargado del premio. Me era incomprensible que un premio, el más importante de nuestras letras, otorgado por el Estado venezolano, no contemplara en su reglamento la presencia del ganador en el principal centro de formación del país. Allí estaba desplegada en toda su extensión la opinión de Perry Anderson: una universidad aislada.
Con los años me he enterado de donaciones en el orden de dos millones de dólares por parte de empresarios nacionales a universidades norteamericanas, estas donaciones bien hubieran podido resolver ingentes carencias de equipos e insumos para el funcionamiento de distintas facultades de la nuestra. Pero quizás la más vergonzosa fue la donación de 10 millones de dólares, dada a la Facultad de Medicina de La Universidad de Montevideo en Uruguay, por el entonces presidente de Venezuela Hugo Chávez.
No sé por cuales caminos se encuentran cada uno de los integrantes de esa pléyade de talentosos educadores que habitaron o cruzaron nuestro firmamento, pero sí estoy seguro de que la calidad en la formación está en proporcionar al estudiante medios para develar aspectos del país que le permitan pensarlo, actuar para su desarrollo y obtener el bienestar de sus ciudadanos. Es allí donde está la verdadera función de la docencia.
Solo eso quería contarles.
Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en Sicología y profesor titular de la Universidad Central de Venezuela.
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