La arepa como patrimonio, por Miro Popić
Twitter: @miropopiceditor
Me han preguntado mi opinión sobre las intenciones de declarar a la arepa como Patrimonio Gastronómico de la comunidad de Madrid. A mi vez, yo les pregunto a ustedes. Qué dirían en España, por ejemplo, si de repente en el municipio Libertador decidieran declarar a la tortilla de papas patrimonio cultural de Caracas porque en la parroquia La Candelaria se preparan y comen muy buenas tortillas de patatas. O si, un poco más allá, en Carabobo, el gobernador declarara a la paella valenciana patrimonio cultural del estado porque la capital se llama Valencia y la paella es valenciana. La estupidez se explica por si sola.
La propuesta parece surgida más del desconocimiento e ignorancia del significado de patrimonio que del aprovechamiento indebido de un bien muy tangible que nació en esta geografía cuando los originarios cumanagotos de Cumaná decidieron llamar erepa al maíz.
Habla muy bien de nuestro pan originario, lo que representa un triunfo de la resistencia alimentaria de un pueblo que sigue comiéndolas de la misma manera desde mucho antes de que llegaran los españoles. Una conquista de los conquistados.
La respuesta a tamaña osadía la dieron los propios madrileños pensantes a través de la Asociación para la Protección del Patrimonio Gastronómico en un comunicado donde declaran: «Consideramos que hablar de arepas como ‘patrimonio gastronómico’ de Madrid es un error conceptual tanto en la forma como en el fondo». Pero también dicen otras cosas en ese comunicado: «La arepa, como cualquier otra receta propia de un territorio, debe ser protegida in situ». ¿Estamos conscientes de que los llamados a defender y proteger la arepa somos nosotros mismos?
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Nos guste o no guste, no todo es patrimoniable. De repente, siguiendo a los franceses y los mexicanos, el concepto se puso de moda y todo el mundo arrimó la brasa a su sardina dándole valor a lo suyo donde, en muchos casos, prima más el mercadeo y las posibilidades de retorno de inversión, que una genuina conciencia de pertenencia y valor socio cultural. La arepa venezolana los tiene, obviamente, pero de tanto comerla casi a diario parece que se nos ha olvidado parte de la tarea.
En muchas partes de nuestra América hay preparaciones que llevan el nombre de arepa, unas parecidas a las nuestras, otras alejadas desde la composición de la masa. Para no caer en provocaciones de las redes sociales, es bueno no olvidar ciertas consideraciones irrefutables en torno a las arepas venezolanas. Antes de disgustarnos por alguna película animada de Disney donde se preparan arepas, o por una serie de televisión donde una actriz cubana afirma que las arepas son colombianas o si la reguetonera KarolG dice que su comida favorita son los tequeños de Bogotá, es bueno buscar contenido veraz para entender el significado que tiene la arepa para los venezolanos. A las pruebas de origen me remito.
Por ejemplo. El Diccionario de la Lengua Española (2021, 23.5) de la RAE dice que arepa es «una especie de pan de forma circular, hecho con maíz ablandado a fuego lento y luego molido, o con harina de maíz precocida, que se cocina sobre un budare o una plancha». Aclara que su género es femenino y se deriva en la voz erepa de la lengua cumanagoto que significa maíz.
La palabra cumanagoto, a su vez, designa a «una persona del pueblo amerindio caribe que habitó la antigua provincia de Nueva Andalucía o Cumaná, y cuyos descendientes habitan actualmente al norte del estado de Anzoátegui, en Venezuela». El sufijo goto en lengua caribe indica lugar por lo que cumanagoto designaba a «los que viven en Cumaná». En la lengua hablada por esos viejos parientes nuestros, al maíz lo llamaban erepa que con el uso derivó en a-re-pa. Es más, también llaman aripo a una plancha circular de metal o de arcilla donde se tuestan las arepas, que hoy nosotros conocemos como budare y los mexicanos y centroamericanos como comal. Más claro, imposible.
Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), considerado el primer cronista de América, autor de Historia General y Natural de las Indias, islas y Tierra Firme del mar Océano, cuenta en sus escritos que la arepa o erepa era del «dominio orinóquico de Venezuela», tal como lo reconoce el historiador colombiano Víctor Manuel Patiño. También está el documento de otro maestro colombiano, Rufino José Cuervo, citado por el catedrático venezolano Francisco Javier Pérez, donde ya en 1867 menciona la arepa en su tratado Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano donde estudia el aporte de «voces cumanagotas o de otros dialectos cognados de Venezuela», basado en fuentes de los misioneros franciscanos de Cumaná y el oriente venezolano.
El florentino Galeotto Cey, autor de Viaje y Descripción de las Indias 1539-1553, quien estuvo 14 años en lo que hoy llamamos Venezuela y fue, entre otras cosas, fundador de El Tocuyo en 1545, hace la primera descripción de la arepa con estas palabras: «Hacen otra suerte de pan con el maíz a modo de tortillas, de un dedo de grueso, redondas y grandes como un plato a la francesa …y a esta clase llaman areppas y algunos fecteguas».
Para mayor comprensión, hasta la palabra maíz, que los mexicanos reclaman como producto originario suyo, proviene del vocablo taíno mahís que significa «lo que sustenta la vida». ¿Y quiénes eran los taínos? Los antiguos habitantes del norte de Sudamérica que desde el Orinoco ocuparon las islas del Caribe en tiempos precolombinos.
El Smithsonian Magazine describe a los taínos así: «Su mundo, que tuvo sus orígenes entre las tribus Arawak del Delta del Orinoco, se extendió gradualmente desde Venezuela a través de las Antillas en oleadas de viajes y asentamientos que comenzaron alrededor del 400 a.C. Mezclándose con personas ya establecidas en el Caribe, desarrollaron comunidades autosuficientes en la isla de La Española, en lo que hoy es Haití y la República Dominicana; en Jamaica y el este de Cuba; en Puerto Rico, las Islas Vírgenes y las Bahamas. Cultivaron yuca, batatas, maíz, frijoles y otros cultivos a medida que su cultura floreció, alcanzando su punto máximo en el momento del contacto con los europeos».
Podría seguir con más ejemplos pero creo que con esto hay suficiente material como para comenzar cualquier proceso de hacer de la arepa patrimonio gastronómico, no solo de Venezuela, sino del mundo entero con 7 millones de compatriotas dando vueltas por allí.
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Miro Popić es cocinólogo. Escritor de vinos y gastronomía.