La emigración y el hambre fueron vaciando los salones
Maestros coinciden en que el 2018 ha sido uno de los años más difíciles para mantener a los niños en la escuela y que la emigración deja una huella evidente
El año 2018 estuvo marcado por las despedidas estudiantiles, maestros que no volvieron y la multiplicación de comedores escolares como alternativas solidarias que, plato a plato, intentaron paliar el hambre para mantener a los niños en las aulas.
Aunque el ministerio de Educación dejó de informar desde 2015 los datos que reflejan las necesidades para definir la política educativa del país, los niveles de ausentismo, repitencia y deserción se hicieron evidentes en la cotidianidad de cada escuela.
Maestros en fuga
«Todas las semanas sabemos de otra historia en escuelas cercanas o aquí mismo donde trabajamos en la que algún empleado administrativo está sacando sus papeles porque tiene pasaje para irse, o las mamás que se acercan a decir que el niño no viene más porque se van del país, o una maestra que nos anuncia que va a terminar el año pero que el siguiente no se va a reintegrar. En eso se nos fue el año escolar pasado y el que empezó va por el mismo camino», comenta Geraldine Mendoza, docente de primaria en una escuela de Caricuao.
Todas las cifras que muestran una parte de esa realidad son extraoficiales. Desde la vocería oficial, tanto el ministro saliente Elías Jaua como el que repite en el despacho, Aristóbulo Istúriz aseguraron que la cantidad de renuncias de maestros se mantienen en lo que ellos califican como «normal», aunque ambos evitaron dar cifras específicas que registraran la situación al principio y al final del período académico
En junio de este año, a un mes de concluir el período escolar pasado, el entonces ministro Jaua aseguró que en el país «no hay déficit de maestros» y se limitó a decir que de los 500 mil maestros que forman parte de la nómina ministerial, solo habían renunciado 2 mil, según la información recopilada a través de la Zona Educativa. Jaua incluso afirmó que este número es considerado como un promedio regular de renuncias.
Pero la historia que viven las instituciones muestra otros datos. La directora nacional de las escuelas de Fe y Alegría, Noelbis Aguilar, advirtió que nada más entre octubre de 2017 y enero de 2018 había renunciado 35% de la nómina de las instituciones de Fe y Alegría que contaba con aproximadamente 10 mil docentes en todo el país.
Las razones las resumió en dos tipos: los que buscan otro tipo de empleo en el que puedan tener mejores ingresos o los que se van del país aunque eso implique trabajar en cualquier otro oficio.
Pero los maestros no fueron los únicos que dejaron las aulas durante 2018. Los que están al frente de los grupos observan cómo aumenta la frecuencia de las despedidas de los niños. Y peor aún advierten que cada vez más se encuentran con niños y adolescentes que quedarona cargo de abuelos e incluso vecinos porque los padres se fueron del país y ellos se quedaron, lo que conlleva mayor ausentismo y la irregularidad en la asistencia a clases.
Un estudio realizado por la Fundación Redes en 1.500 escuelas del país encontró que las escuelas que están en estados fronterizos cuentan 80% de deserción estudiantil y para el período escolar que terminó en julio se evidenció otro 58% de deserción en núcleos urbanos.
Letra con hambre no entra
En la terminología ministerial, la deserción también puede ser traducida como ausentismo porque técnicamente el ente rector considera que los niños no abandonaron la escuela por completo sino que dejaron de ir por un tiempo.
Este fenómeno se acentuó durante 2018 pero lo que destaca es el factor común reportado por los padres para justificar la ausencia: no tener comida para darle al niño.
Para una matrícula estudiantil que abarca más de 7 millones de estudiantes en educación inicial y primaria, las cifras oficiales señalan que el Programa de Alimentación Escolar (PAE) tiene una cobertura de 4 millones de estudiantes, por lo menos hasta junio de este año
El ministerio asegura que pasaron de 16.000 comedores en escuelas en todo el país a 18.000 comedores. Lo que no especifica es cuántos están plenamente operativos y con qué regularidad atienden a la población que señalan.
Como la falta de comida en el hogar se convierte en la razón recurrente para que los niños falten a clase, los padres explican que deciden dejarlos en casa cada vez que no tienen desayuno o merienda porque no pueden mandarlos con la lonchera vacía, lo que se traduce en que el estudiante puede pasar muchos días sin ir a clase pero no los retiran por completo, así que este dato se convierte en un subregistro.
«Dejan de venir una semana porque las mamás no tienen para mandarles desayuno o nos dicen que no tienen ni para pagar el pasaje. Si sumas unos días aquí y otros allá entonces no completaron el año escolar. Pero no podemos hacer nada porque si la escuela no tiene comedor, se nos desmayan a media mañana, ya a esa hora el niño no tiene energía. En algunos casos no solo están sin desayuno, es que tampoco cenaron», cuenta Yoelbis García, maestra de 2do grado en una escuela en Antímano.
Los programas de alimentación han ido apareciendo como una alternativa ante el ausentismo escolar asociado a la falta de comida en el hogar y se han multiplicado para garantizar por lo menos un desayuno o el almuerzo. Pero dependen de la iniciativa privada, lo que hace discrecional la sustentabilidad de estos programas nutricionales que intenta mantener a los niños en la escuela.
«Aunque sea una comida al día. No podemos solucionar todo pero por lo menos si están aquí sabemos que comen y la escuela tiene que ser un espacio para eso», dice García
De cara a los próximos siete meses que comienzan en enero para completar el período escolar 2018-2019, las previsiones se quedan cortas. Los docentes estiman que la cifra de niños y maestros que van a emigrar puede aumentar por el contexto hiperinflacionario que aprieta semana tras semana. «Muchos todavía ni siquiera han podido completar para los útiles», dice Mendoza.
«Esperemos que enero no sea tan duro como se perfila. Porque lo que fue 2018, se nos hizo cuesta arriba. Nunca había sido tan difícil dar clase y lo único que queremos es que la escuela reciba a los niños en las mejores condiciones posibles», agrega la maestra que ha dedicado 13 años de su vida a a la docencia.