La hallaca como tradición navideña, por Miro Popic
Desde tiempos prehispánicos, la hallaca fue comida diaria. Tuvieron que pasar siglos para que se convirtiera en tradición. La transición de la hallaca de condumio cotidiano a ritual decembrino, ceremonial, extraordinario, escapa de lo nutricional alimentario y se enmarca en los procesos socioculturales que se producen con el rompimiento colonial, el advenimiento de la república, las guerras del siglo XIX, la transformación urbano rural de la sociedad y la democratización política.
A comienzos de la era republicana la hallaca era de consumo regular en los diferentes estratos sociales. Francisco de Miranda le contó en 1806 a un funcionario de Coro que “… su ordinario almuerzo en la casa de su padre hera (sic) ayaca (sic)… que hacía treinta años que no lo probaba”. Eso era lo que se comía regularmente ya en 1776, cuando Venezuela como país independiente y soberano existía sólo en los deseos de unos pocos. En 1823, según un escrito de J.M Núñez de Cáceres sobre la comida en Caracas, “… (en el mercado) abundan las ayacas de tomate y carne zocata…”. La hallaca era ya un hábito alimentario que identificaba la sociedad de un país desarticulado, lejos aún de constituirse en nación, carente en consecuencia de una cocina nacional.
El deterioro alimentario producto de las guerras del siglo XIX alteró las costumbres heredadas de la sociedad agraria colonial y la hallaca pasó a ser comida de domingo, de días festivos, hasta establecerse como ritual navideño, diario/semanal/anual, expresando más un sentimiento social que religioso
La celebración cristiana occidental es insuficiente para explicar esta transformación. Hay que buscarla en la cruda realidad de la guerra que dejó al país sin aparato productivo, sin agricultura, sin comercio, sin circulación monetaria, sin mano de obra, lo que se tradujo en hambre pura y simple. Lo que fue comida de todos los días, rica y contundente, fue relegada a ciertas celebraciones con excusas religiosas donde las penurias alimentarias de todo el año se compensaban el 25 de diciembre y el Año Nuevo con lo mejor que se podía poner sobre la mesa.
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En 1852 el Consejero Lisboa, daba cuenta de que luego de la misa de medianoche del 24 se hacía una cena generosa “… en la que es de rigor que figure la ayaca (sic), especie de pastel de carne con pasas, muy caliente y cubierto con pasta de maíz”. Para finales de siglo XIX numerosos escritos hablan de las “tradicionales hallacas navideñas”, “la reina de las fiestas navideñas”, etcétera, mientras en los periódicos la oferta incluía hasta “hallacas trufadas para la noche buena”.
La evolución de los usos y costumbres en la mesa se tradujeron también en cambios en el conjunto de las relaciones humanas y la hallaca se hizo familiar, vinculante, integradora
Más que sustento regular o ceremonial, es una manifestación de sentimientos en que los individuos se reconocen como miembros de la comunidad, contribuyendo a consolidar la estructura social, el sistema, dándole una razón cultural a lo que se come.
El contenido hallaca de la sociedad agraria no sufre mayores modificaciones con la implantación de la sociedad urbana y el triunfo de la ciudad sobre el campo que se da en Venezuela a partir de la explotación petrolera. Los cambios son más de orden tecnológico y social. Se pasa del fogón a leña a la cocina de kerosén, gas o eléctrica; el trabajoso manejo de la masa hecha con maíz pilado se simplifica con la aparición de la harina precocida de maíz; el aumento del poder adquisitivo hace posible la adquisición por toda la población de los ingredientes que antes eran exclusivos de los adinerados; la incorporación de la mujer a las tareas productivas la resta tiempo a la tareas propias del hogar haciendo que lo complejo de la elaboración de la hallaca quede relegado a ocasiones importantes y se requiera de la participación del todo el grupo familiar, incluso amigos y vecinos.
Esta interacción con otros grupos genera una toma de conciencia de lo que se es y se tiene y al compartir preferencias y aversiones, modos de comportarse, hábitos alimentarios, etcétera, se crea un sentido de pertenencia e identidad donde la hallaca es el símbolo alimentario llevado a su máxima expresión.
Ante la duda razonable de si somos lo que comemos o comemos lo que somos, podemos preguntarnos: ¿Desde cuándo somos venezolanos? ¡Desde que comemos hallacas!